Sociedad y Justicia
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Percy Schmeiser, quien libró una batalla de una década, habla de su experiencia

Usar las semillas transgénicas de Monsanto somete al agricultor

Los resultados han sido negativos, ya que se usan más químicos para eliminar plagas; por el momento, etiquetar esos productos es la alternativa que permite decidir al consumidor

 
Periódico La Jornada
Lunes 18 de marzo de 2013, p. 39

Utilizar las semillas transgénicas de Monsanto es perder la libertad como agricultor, contribuir a que un monopolio tenga el control de los alimentos y correr el riesgo de perder cosechas, ganancias y hasta la parcela si el productor no se somete a la política interna de la trasnacional, adivirtió Percy Schmeiser, productor de Bruno, Saskatchewan, Canadá, quien durante una década libró una batalla legal contra dicha empresa.

Ante la posibilidad de que el gobierno mexicano otorgue permisos a Monsanto, Agrosciences y Pionner para que inicien siembras comerciales de maíz en 2 millones de hectáreas en Sinaloa, Tamaulipas, Baja California y Chihuahua, con la variedad NK603 de Mon resistente al herbicida Roundup, el agricultor canadiense habló de su experiencia.

Cultivaba canola con semilla tradicional, pero ignoraba que mi vecino utilizaba semillas trasgénicas de Monsanto y ésta nunca le dijo que podían contaminarse cultivos tradicionales. La empresa me demandó por piratería biológica. El caso llegó a la Suprema Corte de Justicia, donde se concluyó que no debía pagar el millón de dólares que exigía Monsanto, pero perdí 600 mil dólares pagando honorarios de los abogados; cambié de cultivo y sigo limpiando mi terreno.

Afirmó que el uso de semillas transgénicas de canola y maíz no ha beneficiado a los granjeros, quienes ahora utilizan más químicos para controlar las plagas. Pagamos muy caro por escuchar a esa empresa, pues el agricultor, además de comprar la semilla, tiene que pagar 15 dólares por acre (poco menos de media hectárea) anualmente para tener la licencia de uso y se somete a la revisión intemporal e intempestiva de Monsanto. Si los inspectores de la empresa determinan que el granjero no actúa conforme a su política o que habló mal de ella, le pueden quitar desde una tercera parte hasta la totalidad de su cosecha.

Insistió en que los resultados por el uso de semillas transgénicas son negativos; se usan más químicos para eliminar las plagas y los consumidores no tienen la certeza de consumir un alimento inocuo. Por el momento, la etiquetación de los productos transgénicos es la alternativa para que el consumidor tome una decisión.

En torno al riesgo de fortalecer a un monopolio en la comercialización de las semillas de maíz, la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras de Productores del Campo expuso que de los 106 permisos otorgados por autoridades para la siembra de maíz transgénico, 81 por ciento corresponden a Monsanto, lo que es una práctica monopólica.

En el ámbito internacional, dicha empresa es propietaria de 90 por ciento de las patentes de semillas transgénicas de maíz, soya, algodón, entre otras, y aunque en México varios de los permisos de siembra para maíz y soya genéticamente modificados se otorgan a diversas empresas, las patentes son de Monsanto.

Agregó que la mayoría de los países rechazan esta tecnología y se están acogiendo al principio de precaución. Los productores mexicanos no necesitan ese tipo de semillas; aprobar su uso será atentar contra la agricultura campesina, pues abre la posibilidad a la trasnacional de apropiarse de un sector fundamental para la alimentación de los mexicanos.

México, como centro de origen y diversificación constante de 16 por ciento de los alimentos del mundo, destacó, debe ser resguardado por el gobierno. Por ello debe suspenderse cualquier permiso de siembra de maíz y soya transgénica en fase experimental, piloto o comercial.

Semillas de Vida –integrante del movimiento Sin maíz no hay país– apuntó que en Francia se están etiquetando como transgénicos algunos productos de la comida tradicional mexicana elaborados con maíz, como es el caso del pozole marca Carey, que ostenta el sello Kosher Pareve, supervisor en alimentos.

A la lata de dicho alimento, distribuido por la empresa española México con Sabor, se le agregó una pequeña etiqueta en francés en la que se alerta al consumidor de que se trata de un producto elaborado con maíz genéticamente modificado. Las especificaciones de la etiqueta mexicana no aluden al respecto ni tampoco lo presenta así la empresa distribuidora, en cuya página web se indica que el alimento está agotado.

José Graziano da Silva, director general de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, durante un intercambio con estudiantes de la universidad de Wageningen, Países Bajos, resaltó la necesidad de garantizar la producción de alimentos inocuos y ofrecer a los consumidores mejores alternativas e información sobre sus dietas.

Destacó que si bien la ciencia y tecnología deben impulsar el incremento de la productividad y la producción agrícola, la tecnología no puede simplemente ser exportada de un país a otro y esperar que funcione a la perfección, sino que debe adaptarse a las condiciones locales.

La agricultura es muy sensible y específica de un lugar concreto. El suelo, el clima, la disponibilidad del agua y muchos otros factores influyen en cómo una tecnología funcionará en otro sitio. Tenemos que preguntar a los agricultores qué necesitan, qué quieren, ver qué podría encajar, cómo debe adaptarse, y garantizar que todo lo que hacemos termine perteneciendo a los propios agricultores, dijo.

El Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados refirió que de acuerdo con el estudio Increasing Corn Yields in Mexico: an Economic Impact Analysis (Aumento de rendimientos de maíz en México: análisis de impacto económico) y al Reporte anual de Biotecnología agrícola 2012 del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, México puede incrementar en 1.6 millones de hectáreas la superficie designada para la producción de maíz y llegar a 8.7 millones de hectáreas. De dicho total indica que en 2.3 millones de hectáreas se podrán usar semillas transgénicas; en 3.3 millones, híbridas; y en 3.1 millones, las tradicionales. Con ello, el país dejará de importar 8 millones de toneladas anuales del grano y exportará 13.2 millones de toneladas. El valor agregado se incrementará en casi 6 mil millones de dólares y el número de personas empleadas aumentará en 1.5 millones. Además, 790 mil agricultores de autoconsumo pueden pasar a formar parte de la agricultura comercial.

De acuerdo con el resumen, el uso de las semillas transgénicas no lleva como resultado inmediato el aumento de la productividad (mayor rendimiento por hectárea), sino que es necesario aplicar medidas adicionales, como la rotación de cultivos.

El año pasado, según el Sistema de Información Agroalimentaria y Pesquera se sembraron 7.4 millones de hectáreas de maíz, se cosecharon 5.5 millones y la producción fue de 18 millones de toneladas, volumen inferior en 17.2 por ciento a los 21.7 millones estimados por la Secretaría de Agricultura Ganadería Desarrollo Rural Pesca y Alimentación.