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Chile a 40 años: los nietos al relevo
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n despertar juvenil y adolescente inundó las conmemoraciones del golpe de Estado perpetrado por las fuerzas armadas en 1973 en contra del gobierno legítimo del presidente Salvador Allende, para orillar a la orgullosa patria de Gabriela Mistral y Pablo Neruda a una noche larga y dolorosa. Hoy, tras cuatro décadas de aquella criminal embestida apoyada y hasta orquestada por agencias estadunidenses bajo las órdenes de Henry Kissinger, puede decirse que la noche va quedando atrás, no sin dejar rastros de rabia y tristeza ni borrar el berrinche del otro lado, de los náufragos del golpe, que ahora acusan a la izquierda de mentirosa y a la derecha de traidora.

El vuelco noticioso e informativo en la tv y la prensa conservadora que domina la comunicación social en Chile, un renovado murmullo vuelto pronto en reclamo ciudadano por la verdad y la historia, se impusieron este septiembre primaveral para darle al recuerdo otro tinte. Un fotomural a la entrada de la biblioteca de la universidad privada Diego Portales lo dice todo: tres sardos quemando libros le refrescan la memoria a los jóvenes que dicen y se dicen nunca más.

En días pasados, el gobierno del presidente Piñera decidió trasladar a varios militares alojados en una lujosa cárcel de seguridad, acusados de delitos de lesa humanidad, a otra donde los privilegios no fueran tantos. Uno de los generales trasladados, el general Mena, quien gozaba de permisos familiares de fin de semana, optó por quitarse la vida de un balazo y sus familiares, amigos y correligionarios montaron una furiosa campaña contra el propio presidente de la derecha, acusándolo de una tortura sicológica que habría llevado al general responsable de los trabajos de la siniestra CNI al suicidio.

Debajo de la indignación familiar está la que en muchos militantes de la derecha cercana o de plano cómplice del golpismo militar ha producido la postura adoptada por Piñera, quien ha condenado abiertamente el golpe y la dictadura, así como los actos contra los derechos humanos convertidos en forma principal de gobierno del dictador y sus acompañantes. Junto con esta un tanto inopinada actitud del presidente-empresario, un nutrido grupo de profesionistas y empresarios chilenos firmó un manifiesto contra las dictaduras y las violaciones de los derechos humanos, uniéndose al nunca más gritado y coreado en las magnas manifestaciones de estos días. La peculiaridad del desplegado es que los firmantes se definen como subcuarenta a la vez que como simpatizantes o militantes de los partidos de la derecha chilena, Renovación Nacional y Unión Democrática Independiente, a cuyas dirigencias exigen quitar de sus respectivas declaraciones de principios los agradecimientos a las fuerzas armadas por el golpe de Estado contra Allende.

Cuarenta años, largos y azarosos, han servido para que una culpa y una conciencia, una memoria y un reclamo histórico profundos, maduraran en el recuerdo y hasta en la impotencia para resultar en una nueva esperanza de renovación de la democracia chilena. Muy renuente en los primeros años de su regreso a desplegar disposiciones efectivas para ir más allá de la recuperación de la libertad política y arriesgar nuevas formas de gobierno y organización del Estado, hoy se le reclama a varias voces y edades recuperar su original e histórico compromiso con más justicia, equidad y bienestar en democracia y con libertad, como lo querían Allende y los suyos.

Un estentóreo y firme reclamo de los jóvenes estudiantes secundarios y universitarios ha marcado la evolución de Chile en los años recientes. Su movilización ha sido consistente y persistente y ahora se canaliza y busca encauzarse en la exigencia de recuperar la educación como auténtico e irrestricto bien público, rescatarla del lucro vulgar al que la sometieran Pinochet y sus Chicago Boys y mantuvieran los diferentes gobiernos emanados de la recuperación democrática, para ahora inscribirla en una ambiciosa construcción del espacio público que haga honor a la gesta allendista y ponga a su patria al día en materia de justicia social, en la escuela desde luego, pero también en la salud y la seguridad social donde su pueblo y el Estado dirigido por diversos gobiernos progresistas, radicales, democristianos, socialistas de la Unidad Popular, habían dado auténticos pasos de gigante.

Los que vivieron el golpe y la dictadura y sobrevivieron, tuvieron que aprender a vivir una prudencia siempre vecina al miedo de que aquello se repitiera. Sus hijos, probablemente prefirieron empezar a vivir su vida más allá de los recuerdos de los años duros del exilio o del régimen militar oscurantista. Ha tocado a los nietos rescatar aquellas banderas y darles lustre y valentía, para buscar actualizar los himnos de ayer y, como quiso el presidente el 11 de septiembre de 1973, abrir nuevas alamedas para marchar en ellas en pos de un futuro mejor. Una revolución de los nietos, como la calificaron la ex ministra Clarisa Hardy y otros amigos en entrañable velada memoriosa, se hace cargo de un relevo que puede ser histórico y enriquecedor de los horizontes del país de Gabriela Mistral y Neruda.

Han sido estos nietos los que decidieron darle a la conmemoración cuarentona un significado de porvenir con un decidido, solemne y gozoso compromiso con la memoria que sus abuelos y padres les legaron y ellos han decidido acumular y reproducir con actos y discursos y un tajante no al lucro a todo lo largo de la geografía austral. Una sola efigie acompañó sus marchas de este septiembre, me hace notar la senadora Isabel Allende: la de Salvador Allende. Quien no descansa en paz ni parece dispuesto a hacerlo.