Opinión
Ver día anteriorDomingo 2 de febrero de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Muerte de un poeta…
L

a muerte de un poeta nos remite siempre al fin del mundo. Al de nuestro mundo. Pero la muerte de dos poetas puede ser demasiado. Más aún si el segundo lo hace después de escribir una bella página de despedida al primero. Como ocurrió la semana pasada: Argentino hasta la muerte, Juan Gelman por sus veinte años de vida y de trabajo aquí, deja también en la poesía mexicana una huella radiante que no se borrará (JEP, Inventario. La travesía de Juan Gelman, en Proceso núm. 1943, México, 26/01/14, p. 59).

El insigne Juan Gelman y el gran José Emilio Pacheco nos dejan solos. Para honrarlos hay que leerlos y releerlos y así evitar que se nos vayan del todo: honrar y respetar las palabras y el lenguaje tan queridos por ambos, porque en ellos nos va la vida como comunidad cívica, civilizada.

Podemos también honrar a José Emilio arriesgándonos a poner en prosa lo que en verso fue sutil denuncia, compromiso, aliento: no a la desigualdad ni a la injusticia; repudio a la violencia; no al abuso de poder y a la impunidad; sí a la honestidad y el compromiso con los débiles y vulnerables, con la justicia y la solidaridad que nos hacen más humanos.

Se fueron, pero nos legan su lenguaje y su infinita capacidad para reinventarlo y ponerlo al servicio de lo mejor, que en sus palabras eran y son la justicia, la solidaridad, la comprensión, el amor.

Su mensaje puede y debe traducirse en reclamos justicieros de redistribución económica y social, defensa de la riqueza común y respeto irrestricto de la norma fundacional de la democracia, que exige deliberación para hacer del gobierno del Estado uno basado en la discusión, la convivencia y el respeto. En la conversación como ellos la cultivaron.

Cito del maestro, nuestro poeta, unas líneas de su discurso de ingreso a su casa, El Colegio Nacional, el 10 de julio de 1986:

“(…) En 1865, en el país ocupado por el ejército francés, Ignacio Ramírez hará resonar la propuesta que Francisco Bilbao lanzó en Chile veinte años atrás: ‘Desespañolicémonos’. Pero en el momento de Letrán, Prieto y Payno reconocen en las crónicas de Larra un país como el suyo: víctima del absolutismo, lleno de deudas, cerrado a un mundo en que el progreso y el liberalismo luchan contra el atraso y los gobiernos despóticos.

Los costumbristas de aquí y de allá luchan contra los mismos enemigos: la injusticia, la desigualdad, la ignorancia, la burocracia, la pereza nacional, el afán de vivir por encima de nuestros medios.

Si el legado de nuestros poetas y maestros no es escuchado y vuelto divisa nacional, ¿qué nos queda? ¿Sólo la soledad de que nos habló Octavio Paz, otro de nuestros grandes?