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Ciudad Perdida

Aguirre no ceja

Privatizar el agua, su objetivo

R

amón Aguirre ataca de nuevo.

Con alguna modificaciones, pero con la misma intención –hacer que la iniciativa privada haga negocio con el agua–, el Sistema de Aguas de la Ciudad de México, del cual Aguirre es director, enviará a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal una iniciativa del ley para dejar en manos de las empresas, seguramente alguna española, buena parte de las ganancias por el suministro del líquido a los habitantes de la ciudad de México.

Casi al inicio de 2011, en febrero, para ser exactos, el mismo funcionario, al que no cambió el gobierno de Miguel Ángel Mancera, convenció a Marcelo Ebrard de las supuestas bondades de privatizar el servicio del agua en el DF. Aquello era un negoción. La iniciativa que se envió en aquellas fechas restaba a la misma ALDF la facultad de fijar las tarifas por el cobro del suministro de agua y omitía los subsidios a la población para el pago del servicio, entre otras linduras.

Aguirre buscaba también convertir el Sistema de Aguas de la Ciudad de México en un órgano descentralizado de la administración pública capitalina, con autonomía de gestión y patrimonio propio, pero además pedía un nuevo esquema financiero, mediante el cual manejaría sus propios ingresos, que ya no serían canalizados a la Secretaría de Finanzas del GDF.

No, la que Aguirre manda ahora no es la misma que la de 2011, algo aprendió de aquel lío en el que metió a Marcelo Ebrard, pero en esencia es lo mismo: poner el recurso en manos de la IP. Por eso se lanzará la licitación correspondiente para construir plantas potabilizadoras, el reuso de agua y la detección y recuperación de aguas por fugas, cuando menos.

Pero no hay que espantarnos, dicen algunos. Los contratos que se harían con las empresas sólo serían por 15 años, por tres lustros, por dos y medio periodos de gobierno central, y luego, como siempre pasa, como es común, los contratos se volverían a firmar y el agua seguiría en manos de la IP, con todo lo que ello significa, es decir, con el negocio que representa.

Miguel Ángel Mancera deberá que tener mucho cuidado con el paso que va a dar. Aguirre ya había convencido a Ebrard de alguna de sus locuras; ahora parece que ya lo convenció a él, que no estaría en la idea de desmontar estrategias, pero a cambio recibiría un cúmulo de críticas que en nada benefician a su carrera política.

Si no creyéramos –sólo es un acto de fe, no tenemos datos precisos– que Ramón Aguirre mantiene muy oscuras intenciones en el que aún no es el negocio del agua, nos tragaríamos todos los recursos retóricos del funcionario, mismos que ha venido afinando en los tres años recientes, y que, como aquel que preguntaba: ¿dónde quedó la bolita? que escondía entre los dedos, nos irá dosificando, poco a poco, para que estemos de acuerdo con la bondadosa participación de la IP en la problemática del suministro del líquido en el DF.

Y ya para terminar, imagine usted, si aquello del mar de agua que tiene el DF en el subsuelo y que Ramón Aguirre aseguró haber descubierto es verdad, el negocio es redondo. Así o más fácil.

De pasadita

Ni modo, habrá que hacer las diferencias. Mientras algunos asesores le piden a Mancera que vaya a la privatización del agua, aunque sea un poquito –15 años no es nada–, hay otros que lo llevan por la decisión razonable y humana de indemnizar a quienes fueron reprimidos el día de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. Y además hace diferencia, porque de aquel lado, del federal, no hay, ni en broma, un usted disculpe a los familiares de Juan Francisco Kuykendall, a quien al parecer una granada le rompió el cráneo con exposición de parte de la masa encefálica. Después de una larga agonía, el maestro murió y el gobierno federal no quiere ni enterarse, mientras Miguel Ángel Mancera reconoce responsabilidades y levanta la cabeza para resarcir los daños que ha causado la represión. Qué bueno que sí hay diferencias.