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La fotógrafa Amanda Watkins registra en un libro la originalidad de esta subcultura juvenil

Cholombianos, punks tropicalizados con la idea romántica de Barranquilla

Ni colombianos ni norteños: integran moda de los cholos de LA y el sabor del país sudamericano, dice la autora

Escapularios hechos por ellos, imagen pulcra, peculiar manera de bailar y un elaborado código de señas son características de este movimiento en Monterrey

Foto
Los cholombianos usan Converse, de su cuello cuelgan escapularios, hechos por ellos mismos, con colores que indican su identidad personal y grupal. También tienen imágenes religiosas, como la de San Judas Tadeo y la Virgen de GuadalupeFoto tomada del libro Cholombianos, editado por Trilce
 
Periódico La Jornada
Viernes 20 de junio de 2014, p. a16

Hace más de dos décadas en Monterrey se escuchaban por la radio sólo corridos y música pop, hasta que el locutor Joel Luna comenzó a transmitir cumbias por la XEH, sobre todo colombianas.

El montadiscos nunca imaginó que lo que transmitió al aire pondría a bailar a cientos de jóvenes de barrios marginados de la ciudad que, poco a poco y con su precariedad, crearon un subcultura: la de los cholombianos.

Crearon su código desde cero y se inventaron su manera de bailar, de vestir y hasta de comunicarse.

Los cholombianos no son ni colombianos ni norteños: son punks tropicalizados que extrajeron su moda de los cholos chicanos de Los Ángeles, con una idea romántica y tropical de Colombia, dice la fotógrafa y diseñadora de ropa Amanda Watkins en uno de los textos del libro Cholombianos, del cual es autora.

Esta inglesa daba clase de moda a niñas ricas de la ciudad entre semana, y el fin documentaba con su cámara el estilo de los chicos de la clase trabajadora. Si bien no pudo mimetizarse, sí fue aceptada hasta que se adentró en este submundo guiado por el sonido del güiro y del acordeón vallenatero.

No son imitadores

Watkins tuvo la curiosidad de registrar con su cámara a estos jóvenes regios, despreocupados frente a la vida, con sus símbolos que hacen con las manos, su peculiar ropa (de la marca Dickies, original y hechiza), y con grandes escapularios de los colores, que los representan. Eso sí, cientos de kilos de gel en su cabello o gorras con diferentes estampados, entre los que resaltan los colores de la bandera de Colombia.

Los cholombianos son los dueños del sonido del güiro y del acordeón. Crearon su propio look. No imitaron integralmente a nadie porque no había nadie a quien imitar en su gueto. Todo circundó por el sonido de las cumbias que escuchaban por la radio y a la cual siguieron hasta donde los llevara: bajo los puentes, los salones de baile y las calles de los barrios más abandonados de Monterrey, a las faldas del cerro de la Campana, donde mostraron su inconfundible manera de bailar, que los distingue.

En el libro que edita Trilce, Amanda Watkins muta en la lente de la cámara; hace de observadora participante para describir, desde su perspectiva, la piel, las postales y los cuentos de esta subcultura de los colombianos regios: Cumbiancheros que bailan con la agilidad de un breakdancero de Brooklyn, pero con el sabor de Barranquilla.

Se les ve usar playeras hawaianas, de cuadros; shorts. Traen sus Converse. De su cuello cuelgan escapularios hechos por ellos mismos con colores (habitualmente) de la bandera de Colombia, que indican su identidad personal y grupal, de la colonia de donde provienen.

También tienen imágenes religiosas, como la de San Judas Tadeo y la Virgen de Guadalupe. El amarillo, azul y rojo se repiten en las cachuchas, los tenis, las pañoletas, los llaveros y los peinados son extraordinariamente originales.

Uno de los santopadres del movimiento es el mismo Celso Piña, acordeonista autodidacta que también creció, junto con otros compas del vallenato regio, en esta fértil subcultura, que ha saltado las fronteras del cerro de la Silla.

En un texto del libro, extraordinariamente ilustrado, se describe el perfil del cholombiano: Al bailar, parecen no tocar el suelo, y con las manos hacen señas tan crípticas como las leyendas de sus gigantescos escapularios de chaquira hechos en casa. En el remolino de la pista de baile, hay chicas que mueven las caderas tan bien que alguien las tendría que asegurar. Esta subcultura ha mantenido la industria del gel para pelo a flote con peinados que ni siquiera el calor infernal regio logra derretir. Con sus enormes pantalones perfectamente planchados, sus imágenes de San Judas y sus peinados alucinantes, son el movimiento juvenil más auténtico y emocionante que hay en esta ciudad.

Agrega que en sus bailes se crea un ambiente muy intenso. Casi 200 chicos, o sea todos los asistentes, bailan apretujados. Lo hacen en un gran círculo, siempre en sentido contrario a las manecillas del reloj, a empujones y apretujones, restregándose, lo cual parece una parte fundamental de la diversión, todos se entregan por completo a la música. Parece una ceremonia tribal en la que todos están en perfecta sintonía. La mayoría baila en pareja pero también hay quien lo hace solo, como parte del grupo dentro el círculo. La energía se vuelve eléctrica, delirante, cuando los chicos ondean sus escapularios o unas placas enormes con su nombre grabado en grafiti con la esperanza de que la banda las vea y les mande un saludo.

En Cholombianos, Watkins narra los aspectos por los que se le hizo esencial registrar en un libro a estos jóvenes: “Lo primero que me llamó la atención fue su patriotismo, por lo que no me queda claro por qué la recepción de la gente ante ellos es tan negativa. En los bailes he conocido a chicos que hablan perfectamente el inglés... los cholombianos tiene un fuerte vínculo con la Virgen de Guadalupe y con San Judas Tadeo. Creen que los cuidan por lo que figuran en sus atuendos. Recurren a los sastres locales para confeccionar su ropa a precios razonables.

Pulcritud y creatividad

Los escapularios son sus accesorios esenciales que los cholombianos llevan a un nivel extremo. Son piezas tejidas a mano por ellos mismos. Cuanto más grandes, mejor... A los cholombianos les gusta lucir pulcros, como los chicanos o los cholos en Estados Unidos. No tiene muchos recursos, pero da la impresión de que siempre invierten en su imagen, éste es uno de los factores que impulsan su creatividad.

Se incluyen en el libro testimonios de personalidades circundantes el movimiento, como José Carlos Zarazúa, Juan Carlos Guerra, Esteban Cárdenas, Celso Piña y Leticia Saucedo, quien recuerda en su texto sobre la historia del movimiento, que se originó en la colonia Independencia, adonde llegaron los primeros sonideros que amenizaban fiestas con sus acetatos de música colombiana (...) En promedio los cholombianos no son pandilleros, ni quieren tomar las bardas, ni mucho menos están interesados en la política.

El libro destaca a algunos personajes del mundo cholombiano que ofrecen su autobiografía como el Satanás de la Monterreal, Mari, Cheko Colombia, Homie Tomelokos o Willy de la Granja, quien fue el primer enlace de Watkins para introducirse en este micromundo.

Amanda Watkins en los cuatro años recientes ha viajado constantemente entre Londres y Monterrey. Tiene una maestría en diseño de modas por el Royal College of Art Masters, de Londres.

Ha sido profesora de moda en la Universidad de Monterrey. Sus colecciones han aparecido en revistas como Elle (Japón), Commons and Sense (Japón) y Dazed and Confused (Londres).