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Ver día anteriorLunes 14 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Un lío de puertas
L

a puerta es una entidad binaria: cerrada o abierta, estás adentro o afuera. Sus efectos determinan nuestra cotidianidad de incontables maneras, cuántas veces sin darnos cuenta. La primera, o la última de todas, es la del dormitorio. Por ella salimos cada mañana a confrontar la letanía de puertas que depare el día. Las principales quieren llave (de ser metálica, la función de llave evolucionó a reconocimientos de voz o huella digital, a microchip personalizado). En las tradiciones bíblicas puertas son, en esencia, las del cielo. Para el creyente resulta clave que se abran, de lo contrario sólo quedan las del infierno.

Las confeccionamos con madera, vidrio, hierro, rayo láser. Papel en Japón. Las fronteras ponen puertas que se allanan o no. Frenan al que las viola subrepticiamente. Uno debe ganar el derecho a cruzarlas.

Siguiendo a William Blake, Aldous Huxley dio gran importancia a las de la percepción. Les dedicó un librito filosófico que ejerció fuerte influencia en la cultura psicodélica del siglo pasado y famosamente inspiró a Jim Morrison para bautizar a The Doors.

Ya ven que hay gente para todo: en 1985 cierto Dave Percival realizó una concordancia de las letras de Bob Dylan hasta ese momento y encontró que puerta era la número quince entre sus palabras favoritas, con 97 menciones, muchas de ellas de seria significación para la exégesis dylaniana. En sus grabaciones recientes sigue siendo central. En Together Trough Life (2009), escribe Stephen Scobie (Hobo, número 16, Vancouver, 2014), la palabra puerta está por todas partes. El exégeta señala que Dylan se ubica siempre afuera, I’m not there, ¿será que queriendo entrar? A veces llama, a veces se apresura para llegar antes de que cierren Dios, la Mujer, la Ley, el Sueño, la Muerte. Rosa de dos pétalos, escribe García Lorca, la puerta no es puerta/hasta que un muerto/sale por ella.

Las puertas tienen un precio. Para entrar al cine, la escuela, el estadio, el Metro, el avión (vicaria puerta al cielo, mientras permanecemos suspendidos en el cielo se mantiene cerrada herméticamente: estamos afuera y adentro al mismo tiempo).

Los retenes militares, paramilitares, delincuenciales, policiacos o legítimamente populares son puertas evaluativas que nadie traspasa sin cumplir determinadas condiciones.

La incierta puerta de un elevador, válvula mitral de los altos edificios, conserva la inclinación traicionera de los viejos robots que se aceitaban con estopa. En la infancia sufrí un trauma de encierro y por años desconfié de los elevadores; aprendí que las peores puertas son las que, cerrándose, te encierran. ¿Cuántas separan de la calle a un preso? No sólo cuentan las puertas físicas de la cárcel misma; están las de la ley y la justicia (tribunales, ministerios públicos, archivos, despachos relevantes). La prisión no la determinan sus muros, por extensos que sean, sino las puertas.

Es atribución del poder que las puertas nunca representen un obstáculo para el poderoso y le permitan administrar quién, cuándo y cómo entra y sale por cualquiera bajo su mando. El poderoso que controla las puertas se encierra mejor y mejor encierra.

En las ciudades modernas los accesos y pasajes incluyen cámaras para registro permanente de quién ingresa o abandona condominios, grandes residencias, garitas, estacionamientos, cajeros automáticos, baños públicos, institutos, tiendas, oficinas, terminales. Cada día quedan menos pasadizos discretos, atajos al futuro, puertas secretas o abiertas al campo.

Binarias en todo, son indispensables y detestables en idéntica proporción. Ostentan nombres, números, instrucciones o signos con mayor frecuencia que adornos. La belleza sale sobrando, aunque no falte quien labre con primor las de su templo, palacio o salón de baile. Sin la puerta, trabajo, reposo, intimidad y abrigo estarían bajo permanente amenaza exterior.

Con frecuencia insultante, unas hay que discriminan según seas de abajo o arriba, de los nuestros o de los otros, presumas buen apellido, abultada cartera o nada valgas.

Dejemos que asome la figura del perro detrás de la puerta, el primero que adivina que alguien viene y va a querer entrar, aún antes de que toque, si acaso pensara hacerlo. El perro toma la primera decisión sobre el recién llegado. Mueve a risas o ternura si menea la cola, o su ladrido impone miedo, respeto, alarma. En su versión tremenda, a tales guardianes les llaman cancerberos; así apodaban los viejos locutores a los porteros de futbol. (He ahí otra puerta, una invisible: la de los goles que metes o te meten).

La puerta se cerró detrás de ti, y nunca más volviste a aparecer. Un empleo cruel de la puerta consiste en salir y cerrarla (o peor, dejarla abierta y alejarse de inmediato). El que huye, el desterrado, el que termina, el que al fin comienza deja algo atrás. Cada puerta cruel engendra la necesidad de una cordial: aun si no la vas a usar tranquiliza saber de su existencia.