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Netanyahu: éxito militar y desastre político
N

apoleón invadió Rusia arrasando todo a su paso. Moscú ardió. Todos los combates militares le fueron favorables, pero tuvo que retirarse derrotado por la tenacidad de la resistencia popular; el duro invierno completó el fracaso, que precipitó su decadencia. Los Napoleón de la ultraderecha israelí acaban de repetir en Gaza la campaña rusa de Sharon en Líbano en 1982, con el mismo resultado políticamente desastroso que, espero, llevará a Benjamin Netanyahu a compartir con Sharon un puesto inmundo en el rincón de los genocidas fracasados del basurero de la historia.

En 1982 los israelíes ocuparon Líbano y lo destruyeron, practicaron el asesinato masivo de palestinos en Sabra y Chatila y obligaron a la OLP a irse a Túnez. Pero tuvieron que retirarse con la cola entre las patas debido al creciente repudio –en Israel mismo– de los pacifistas y progresistas y de las familias de los numerosos soldados muertos; a la ola internacional de indignación, sobre todo después del genocidio en los campamentos de refugiados palestinos y, en particular, por la fuerte y tenaz resistencia popular palestino-libanesa, que hizo comprender al alto mando israelí que una cosa es bombardear desde el aire y a distancia y otra ocupar zonas densamente pobladas y encarar una sangrienta guerra callejera, lección que ya habían aprendido los colonialistas franceses en Argelia donde, a pesar de matar un millón de argelinos (el 10 por ciento de la población) tuvieron que retirarse derrotados por un pueblo sin ejército pero dispuesto a combatir el tiempo que fuese necesario. Con su invasión de 1982 lo único que consiguió Israel fue convertir a Hezbollah en un movimiento armado de masas con fuerte raíz popular y aliarlo a Siria y a Irán.

Netanyahu se lanzó ahora contra Gaza para impedir la unión nacional palestina y un posible gobierno Hamas-Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y su principal partido, Al Fattah. Buscaba también destruir la débil estructura militar de Hamas y arrasó Gaza con sus bombardeos –durante casi dos meses– de escuelas, hospitales, casas, mercados, puerto y aeropuerto, servicios eléctricos y de agua, instalaciones humanitarias de las Naciones Unidas, causando decenas de miles de heridos y más de 2 mil muertos y enormes destrozos materiales porque creía que los palestinos le echarían la culpa de todo eso a Hamas.

El resultado, como era previsible, fue el opuesto. Hamas se reforzó al aparecer como líder de la resistencia y ahora está en mejores condiciones para firmar un pacto de unidad con el ala derecha de la OLP, cuya política de conciliación con Israel yace bajo los escombros de Gaza. El régimen militar de Egipto, contrario a Hamas porque persigue sangrientamente a los Hermanos Musulmanes (c onvirtiendo de paso a este grupo derechista en mártir y líder de la oposición), ahora se ve obligado a reabrir los pasos fronterizos con Gaza y a distanciarse de Israel. Lo mismo sucedió con el gobierno de Turquía, que hasta hace poco era aliado de Tel Aviv pero que no puede tolerar el genocidio de los palestinos y, sobre todo, el asesinato por Israel de ocho ciudadanos turcos en misión humanitaria a Gaza.

Esta derrota de Benjamin Netanyahu y la ultraderecha israelí reforzó a los pacifistas en Israel y a la izquierda israelí, retrasó los planes de limpieza étnica que prevén la expulsión de Israel de los ciudadanos de origen árabe, fortaleció también la alianza de Rusia y China con Siria, Irán y los palestinos, y constituye una nueva derrota de la política de Estados Unidos en la región.

El pueblo de Gaza, con toda justicia considera que la derrota de su enemigo es una victoria estratégica suya lograda por su enorme capacidad de resistencia y su heroica tenacidad, no en vano comparada con la de los combatientes del gueto de Varsovia, que tanto impacto tienen en la memoria histórica de los israelíes y judíos antifascistas.

Para los palestinos y para los antimperialistas, antirracistas y anticolonialistas de todo el mundo, la reapertura de los pasos fronterizos, la aceptación por Israel del principio de la reconstrucción del puerto y el aeropuerto de Gaza, la extensión del área de pesca para el reabastecimiento local y el fin del bloqueo son una gran victoria, conseguida contra uno de los ejércitos más poderosos del mundo, dirigido por un equipo feroz de fascistas.

Por supuesto, presenciamos una tregua, no la pacificación en la región. La derecha israelí mantiene sus planes agresivos y una vez disminuida la presión internacional, sus lazos con Washington –momentáneamente aflojados– se estrecharán nuevamente. Sobre todo porque Obama, con el pretexto del avance del califato en Irak y en una parte de Siria, tratará de golpear militarmente al gobierno de Damasco, que estaba venciendo a sus adversarios, y de inventar un Kurdistán (sin los kurdos de Turquía ni los de Irán) totalmente subordinado.

No hay que olvidar nunca que las guerras en el Cercano Oriente tienen como fondo la posesión del petróleo y de las vías de llegada del mismo a las grandes potencias, y se inscriben en el contexto de la gran disputa potencialmente bélica entre Estados Unidos y sus sirvientes de la OTAN y la alianza ruso-china. O sea, en dos procesos que pueden durar bastantes años y que dependen, a su vez, del desempeño de las economías estadunidense y europea y de la capacidad de resistencia rusa.

Por lo tanto, no hay que bajar la guardia. La ola internacional de indignación contra Israel fue un escudo para los palestinos de Gaza, un estímulo para la izquierda israelí y una presión sobre la Casa Blanca. Una continua presión internacional podría también quitarle fuerza a la tendencia de Obama por intervenir en la región y, por otra parte, ayudar a mantener la paz mientras la crisis económica y política en Israel cava la fosa de Netanyahu.