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El violonchelo, ese navío que transporta hacia el misterio
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Periódico La Jornada
Sábado 8 de noviembre de 2014, p. a14

El violonchelo ha cobrado relevancia tal que dejó de ser un instrumento raro, curioso, extravagante, para convertirse en furor.

Desde la aparición del agrupamiento finlandés Apocalyptica, a principios de los años 90 del siglo pasado, ese instrumento perdió su aire aristocrático para recuperar la vena popular que tuvo cuando todavía se llamaba viola da gamba, en el siglo XVIII.

Grupos más recientes como Cello Fury tienen al violonchelo hoy día en un lugar de honor, disfrute y alegría y se ha roto también la frontera entre música culta y música popular.

Antes que Apocalyptica ya existían bandas de rock con el violonchelo en ristre, como la americana Rasputina, nacida un año antes que la finlandesa y antes de ellos Primitivity, en 1990 y luego Judgement Days, en 1992 y al año siguiente la alemana Coppelius.

Grupos novísimos como Break of Reality, formado hace 11 años, hacen tremar la tierra con tres violonchelos en su alineación y hay otros como 440 Aliance y The Loneliest Monk.

En el mero ámbito de la música de concierto, que es el epicentro de tal auge, surgen violonchelistas de academia como tréboles y dientes de león nacen a diario en los camellones.

El caso más reciente, que hoy nos ocupa, es el de la joven niuyorquina Alisa Weilerstein (Rochester, 1982), quien mantiene en asombro a los críticos más severos y de ceja levantada.

Su primer álbum, bajo la dirección de Daniel Barenboim y acompañada de la Staatskapelle Berlin, detonó entusiasmo y asombro. Fue disco del año en 2013 y esplende los conciertos de Elgar y Carter, es decir, apuesta por un repertorio novedoso.

También tiene un álbum como solista.

El que ahora nos ocupa contiene el Concierto para Violonchelo y Orquesta del checo Antonin Dvorak (1841-1904), el más entrañable de los conciertos para chelo, en la alta estima de quienes amamos el sonido de este bello, misterioso y elegante instrumento.

Para empezar, una partitura que conocemos de memoria necesita sonar deveras diferente para que despierte nuestro asombro de manera tan resonante como ocurre cuando escuchamos a Alisa Weilerstein.

Se trata de una versión vibrante, pulsante, briosa. Electrizante.

Sonidos nuevos, recovecos al descubierto, relieves tensados suavemente, en fin, una versión fresca, una mirada transparente.

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Cada quien tiene su, o mejor: sus versiones favoritas del Concierto de Dvorak y entre ellas nunca falta la de Rostro, Slava: Mstislav Rostropovich, incluyendo aquella donde él suelta una cuerda en pizzicato con el pulgar mientras al fondo se escucha, en contrapunto genial e inesperado, su tos involuntaria, acompasada cual si hubiese sido puesta en la partitura por el checo Dvorak.

Por cierto, Dvorak empezó a escribir este Concierto durante su estancia en Nueva York, entre 1892 y 1894, 12 años durante los cuales rumió su dolor: en Praga se enamoró profundamente de Josefina Cermáková, pero ella no correspondía a su amor.

Dvorak terminó casado con la hermana de quien amaba: Anna, en uno de esos actos a los que conduce el amor de manera inescrutable, pues quizá pensaba Dvorak que de ese modo, subliminalmente y con lazos de sangre de por medio, alcanzaría de alguna manera el amor de quien amaba.

Algo semejante, también por cierto, le pasó a Volfi Mozart, quien se enamoró perdidamente de Alosya Weber, pero ella no correspondía a su amor. Volfi terminó casado con la hermana de quien amaba: Constanza. Por cierto, Constanza sí amó, profundísimamente, a Volfi (el gran Volfi, el poderoso Volfi, el intuitivo, el genio, ¡rechazado!), y de eso existen testimonios en muchísimas de las partituras amorosas del gran compositor que fue.

Si seguimos con las paradojas (¡parajodas!) diríamos que dos mujeres al mismo tiempo, hermanas entre ellas, estaban perdidamente enamoradas de don Güicho van Beethoven, pero ese no es el tema hoy.

El tema hoy es la manera como la vida personal de los artistas queda siempre plasmada en sus trabajos.

El segundo movimiento del Concierto de Dvorak es un poema de amor. Bellísimo poema de amor. Y cuando regresó a Praga y se enteró que su amada había muerto, modificó el final de su Concierto, para dotarlo de una belleza infinita, inmortal, más allá del desamor y de las lágrimas.

¡La música! ¡ay, la música!, ese nuestro espejo.

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