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Ver día anteriorDomingo 23 de noviembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El ciego hechizo o el hechizo del ciego
Q

uerido Masoliver, querido Juan Antonio, querido Toño:

Apenas leí la autoentrevista con la que arranca tu iluminado El ciego en la ventana, te escribí un mensaje presuroso en el que te comunicaba mi primera y más bien presuntuosa impresión de que encontraba parentescos no tan subterráneos entre tu libro y uno mío que salió casi simultáneamente al tuyo, cada uno desde la orilla opuesta del Atlántico: el tuyo allá en Barcelona, el mío aquí en México, aunque ambos básicamente en castellano. Pero días después, al recluirme al fin bajo el volcán a leer comme-il-faut o de principio a fin y sin interrupción El ciego..., supe que a manera de rectificación la única exclamación válida que podía y debía hacerte era que ¡ya quisiera yo haberme atrevido a empezar mi más reciente trabajo con una autoentrevista y haberlo terminado con un epílogo/obituario como te atreviste a hacer tú en el tuyo!

Ninguno de los dos recursos literarios es fácil de practicar y, menos, de lograr, así que de entrada y de salida te felicito, me levanto el sombrero, inclino la cabeza: como ante El Maestro. Otro tanto exclamo de la serie de aforismos que recorren el texto, de pensamientos, de cuentos propiamente dichos y relatos de una o de unas pocas líneas, algunos del género fantástico y otros de un género realista tan extremo que, viéndolos de cerca, no se distingue la diferencia entre unos y otros; todo el texto, querido Toño, cada uno de los textos que lo componen, son ilustradores de un tú tan personal que yo no podría pulirme afirmando que guardan parentescos no tan subterráneos con lo que hago yo. Lo quieras o no, mientras que tu voz es madura y tu espíritu, ¡ay!, el desasosiego mismo, mi voz y mi espíritu apenas despuntan, apenas cobran forma y volumen y peso, y quizá no alcanzan todavía ni la solidez ni la profundidad que han alcanzado los tuyos.

Advertí con un gusto particular la sutileza con la que en su aparente fragmentación el narrador/protagonista integra, unifica y armoniza el libro, cómo sale del ensayo y se introduce en la ficción sin aviso, cómo hace de todo poesía, cómo rinde homenajes a sus amigos como si conversara con Pound y con Joyce y con Gamoneda; con Monterroso y con Olvido García Valdés; con Vila-Matas; con Margo Glantz, con Sergio Pitol en el café todas las tardes, sobre el diario, la biografía y la autobiografía; sobre la memoria y las memorias; sobre el magisterio; sobre la traducción; sobre la crítica y contra un crítico. Alrededor de la mesa uno u otro parroquiano parece preguntarse entre sarcasmos y sonrisas ¡Qué harías tú sin un crítico contra el cual estar! ¡Cómo definirte tú si no tuvieras qué definición negar de cuantas ha hecho de ti el crítico! Entre copas y cafés, relacionan todo y lo fusionan con la ficción. Hablan del suicidio al tiempo que de la inmortalidad; hablan de Dios, por supuesto; de la pasión; del sexo; del amor: con cuánto cuidado, con cuánto temor; hablan de la palabra y de su origen; hablan de la cotidianeidad y de los premios literarios; hablan de la amistad y de la enemistad. Hablan de la pérdida de la razón; hablan ¿a manera de antídoto? de la caligrafía y hasta de la vida monacal. Con añoranza, hablan del carteo o género epistolar, a punto de perderse. Hablan de su ciudad perdida por voluntad y, ni por voluntad, recuperada del todo.

Una de las más bellas y más poéticas declaraciones que haces en El ciego..., de las más sugerentes y contundentes revelaciones que reconoces es que quisieras ser una botella de Morandi, y no voy a interpretar que tal vez tu deseo obedezca a que de este modo, convertido en botella de Morandi, no te dolería el paso del tiempo como te duele, ni te mortificaría tampoco la pérdida de la infancia, deduciblemente traumática a la vez que cargada de ilusiones ni satisfechas ni recuperables; en botella serena de Morandi no echarías de menos a tus padres ni soñarías con ellos con el quebranto con el que los sueñas y los extrañas.

Pero no he ni insinuado siquiera qué puede significar el título de tu obra ni qué puede representar la escena y los personajes que ilustran la portada en la composición de tu hermano (qué conmovedora manera de invitarlo a acompañarte). Y es hora de que me aventure entonces a proponer que tu libro es la marca que dejas para no haber sido el ciego que deja pasar su existencia sin registrarla.