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Mi amigo Julio Scherer
H

abía perdido el contacto con Julio, lo que fue, en alguna medida, una constante de nuestra cercanísima relación personal. Su fallecimiento, por supuesto que inesperado para mí, ha venido a constituir el remate de una semana espantosa en la que el protagonismo se había identificado con un accidente bastante idiota que sufrí y al que se refiere mi artículo anterior que ya mandé a La Jornada y cuya publicación dependerá estrictamente de la Redacción del periódico.

Julio y yo no éramos amigos de largo tiempo. Sin embargo, nuestra relación fue tan absolutamente cordial que se convirtió en protagonista de muchos acontecimientos a lo largo, si no recuerdo mal, del último año.

En realidad conocí a Julio personalmente con motivo de unos desayunos que promovía don Juan Sánchez Navarro y que hoy en día se siguen celebrando con ausencias cada vez más notables, entre las cuales la de Julio constituiría una condición difícilmente superable.

Juan Sánchez Navarro, en su calidad de presidente del Grupo Modelo, me convocó algún día a un desayuno en el que medió la licenciada Teresa Solís, organizadora incomparable de actos académicos, particularmente en Puebla y en México. El desayuno preliminar no recuerdo exactamente dónde se celebró y fue de estrecha asistencia, pero ahí mismo Juan, al que por lo visto no le había disgustado mi manera de tratar los temas políticos y jurídicos, me invitó a estar presente en otro desayuno de mayor trascendencia que empezaba a celebrarse en algún hotel de la Zona Rosa.

Por supuesto que acepté la invitación. Conocía yo a Juan desde muchos años antes, cuando con motivo de un congreso acompañé a Mario de la Cueva a una entrevista con Sánchez Navarro, cuyo objetivo era invitarlo a participar en algún acto académico, propósito que no se produjo, simple y sencillamente porque a Juan Sánchez Navarro no le resultaba particularmente grata la relación con el maestro De la Cueva, tema que tardé mucho tiempo en entender, pero que acabé por comprender, que se montaba en problemas ideológicos y tal vez algún enfrentamiento académico precedente.

A partir de entonces, lo que debe haber sido por el año 1996, aproximadamente, los desayunos, con una asistencia impresionante y selecta, se convirtieron en mi ocupación principal de los viernes y me dieron la oportunidad de tratar a gentes de primera, pero siempre de manera preferente a Juan Sánchez Navarro y a Julio Scherer García, que mantuvieron conmigo, entre otros, una relación especial vinculada de origen al desayuno, pero realmente fundada en una afinidad que yo llamaría académica, que venció sin problemas las diferencias ideológicas y políticas que evidentemente se producían entre Juan, Julio y yo.

Al fallecimiento de Juan Sánchez Navarro, al que sigo recordando con veneración, Julio empezó a faltar a los desayunos y yo calculo que hace aproximadamente dos años que ya no lo teníamos entre los asistentes.

Tuvimos el privilegio la Nona y yo de recibir a Julio en nuestro departamento y con su sentido crítico, no exento de cariño, a la vista del importante conjunto de libros, cuadros, estatuas de todo tipo y algunos otros adornos, Julio le dijo a Nona: En esta casa la vista no tiene reposo, lo que provocó que Nona pusiera el texto dentro de un marco que permanentemente nos recuerda el sentido de estupendo humor de Julio Scherer.

Mi tristeza por el fallecimiento de Julio ha venido a perturbar el sentido normal de mi vida, por la simple y sencilla razón de que cuando se ha tenido la oportunidad de tratar a fondo y permanentemente a un personaje como Julio Scherer, no resulta fácil admitir su ausencia.

Tuvimos muchas cosas en común y desde luego la ideología, y supongo, aun cuando no estoy totalmente cierto, que el laicismo en nuestra relación –un punto en el que le gané a Nona– fue uno de los elementos más importantes en nuestra vinculación con Julio.

Algún día si estoy de humor trataría el tema del laicismo, que en la vida de la familia De Buen Lozano ha sido una nota permanente, iniciado a partir de la labor periodística de mi abuelo materno, Fernando Lozano Rey, que fundó en España –en plena monarquía y control total por la Iglesia católica– un periódico que valientemente se denominó Las Dominicales del Libre Pensamiento, cuya publicación provocó muchas cosas, entre otras la deportación de Fernando Lozano Rey, que fue su director, fundador y una tradición librepensadora que ha seguido mi gente en la familia.

Debo decir que siendo Odón de Buen un muy joven profesor de oceanografía, nacido en Zuera, provincia de Zaragoza, España, se incorporó a la redacción de Las Dominicales del Libre Pensamiento, conoció a Rafaela Lozano, hija del fundador, y se casó con ella. Su hijo mayor fue Demófilo de Buen Lozano, mi ilustre padre y jurista de renombre absoluto. Lo peor del caso, o por decirlo de otro modo, lo más curioso, fue que Demófilo de Buen se enamoró de la hermana de su madre, Paz Lozano Rey, y se casó con ella, y de ese matrimonio nacimos Paz, Odón, Néstor y Jorge, generando unas complicadísimas relaciones familiares, como es de imaginarse.

Con Julio Scherer, en primer término por la profundidad de nuestra relación personal, pero también de manera muy importante por mi absoluta admiración hacia su trabajo periodístico, literario y político, me unió una amistad extensa.

Ahora me he enterado de que era un año más joven y reconozco que yo sentía que era al revés, dada la mayor inteligencia y madurez de Julio.

No he tenido trato con sus hijos, salvo muy esporádicamente, y ahora sólo me resta enviarles un fortísimo abrazo, convencido como estoy de que recibieron la mejor herencia de su ilustre padre, no medible en dinero, sino en prestigio y calidades intelectuales. Para todos ellos mi más sentido pésame.

Supongo que algún Scherer se mantendrá en la actividad periodística de su maravilloso padre. Ojalá lo hagan.