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Si paro de filmar, moriré, sentenciaba el cineasta en activo más longevo: tenía 106 años

Falleció Manoel de Oliveira, el poeta portugués del séptimo arte

Respetado en todo el mundo y prolífico incansable, filmó más de 50 cintas, incluso mudas

El año pasado estrenó el corto El viejo del Restelo en el Festival de Venecia

De México le impresionaba su historia, aunque más la amabilidad de la gente, dijo en Morelia en 2004

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En 2004 fue reconocido con la medalla al mérito por la Filmoteca de la UNAM en el Festival Internacional de Cine de Morelia. En la imagen, el director en Cannes, en 2008Foto Reuters
 
Periódico La Jornada
Viernes 3 de abril de 2015, p. 6

Manoel de Oliveira era un milagro de la naturaleza.

Así lo describió John Malkovich, uno de los actores que trabajaron con este portugués que decía constantemente: Si paro de filmar, moriré.

De Oliveira, un poeta del séptimo arte, por fin dejó el plató de forma física: ayer, las agencias informativas dieron a conocer que a la edad de 106 años murió, en su casa de Oporto –su ciudad natal–, el cineasta más longevo en activo.

Manoel de Oliveira, distinguido por Francia como gran oficial de la Legión de Honor, era un hombre respetado en el cine en todo el mundo. Cuando su salud se fragilizaba, cansaba a los médicos con sus: ¿Cuándo me dejan salir? O: ¡Tengo tanto que hacer! Se refería a que deseaba regresar a rodar.

Prolífico es el concepto que lo acompañaba, tanto como el bastón que le ayudaba a mantenerse de pie en los sets, en las locaciones, en el trabajo de mesa de preproducción… hasta en el estreno de sus filmes en las salas de los mejores festivales del orbe.

Desde 1985 realizaba una película al año. Actores como Malkovich, Catherine Deneuve, Michel Piccoli, Marcello Mastroianni o Leonor Silveira eran habituales en sus historias, plenas de secuencias largas, diálogos profundos y música sublime.

En varias ocasiones recibió premios en encuentros como el de Cannes o Venecia. En 2008, obtuvo la Palma de Oro en el festival de la Costa Azul por su trayectoria.

Con inagotable hambre de vivir y de filmar, el realizador celebró su 106 cumpleaños el pasado diciembre acompañado por su público, con motivo del estreno en su país de su reciente trabajo, O Velho do Restelo (El viejo del Restelo).

Oliveira era hiperactivo, constantemente decía que hasta que su cuerpo soportara dejaría de gritar acción.

En 2004, algunos medios en México tuvieron oportunidad de conocerlo, entre ellos La Jornada. En ese tiempo fue reconocido con la medalla al mérito por la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México y la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, en el segundo Festival Internacional de Cine de Morelia.

Los portugueses estuvieron por todo el mundo. Cada vez que partían en sus barcos dejaban algo atrás y eso se repite en la actualidad. Por eso existe ese espíritu abierto, un sentimiento universalista que se refleja en mis filmes. Lo mejor hubiera sido que ese sentido universalista no se hubiese hecho por medio de la conquista, sino de la cristiandad y el conocimiento, dijo el realizador esa ocasión.

La plata no da valor al premio, es éste el que enriquece a la plata, comentó el longevo director en una sala donde se realizaba el mencionado encuentro, en el que presentó El quinto imperio.

Oliveira era el último superviviente de los bellos viejos tiempos del cine mudo, al que seguía refiriéndose con nostalgia esta máquina del tiempo orgánica. De hecho, debutó a los 20 años como actor en la película muda El milagro de Fátima.

Primer filme hablado, primera ficción...

En el año 31 del siglo pasado rodó su primer documental, todavía mudo: Duoro, faina fluvial (Duero, trabajo fluvial), sobre la vida de los trabajadores del río que baña su ciudad natal. También participó en la primera película hablada portuguesa, La canción de Lisboa (1933), pero lo suyo era la dirección. Después de varios documentales, hizo su primera ficción en 1942: Aniki-Bobo, sobre la vida de los niños de un barrio popular de Porto. Su contexto político social provocó que la dictadura de António de Oliveira Salazar lo mantuviera alejado de las cámaras.

Por ese tiempo dirigió la fábrica de textiles heredada de su padre y los viñedos familiares, hasta que en 1963 estrenó su segundo largometraje, Acto de primavera, sobre la Pasión de Cristo.

Pese a su edad, Oliveira era un hombre lúcido. De México, dijo en ese tiempo que lo que más conocía era la obra de Luis Buñuel, quien vivió como mexicano haciendo un cine que nos impresiona, aunque hoy día ya no tanto. Conozco el México de las fotos, de la películas, de los mapas, pero este país es impresionante por su historia, aunque lo que más me impresiona es la amabilidad de la gente.

Esa era la forma de pensar de este realizador que, con los ojos cerrados, cualquier cinéfilo puede elegir alguna de sus cintas y hacerla su favorita.

La más reciente de las más de 50 películas que rodó el realizador llegó puntualmente a las salas de Portugal para su aniversario, hace unos meses: el corto O Velho do Restelo, que se estrenó en septiembre en el Festival de Venecia y luego pasó por diferentes certámenes fílmicos.

En el corto, Oliveira presenta el encuentro de iconos de la literatura portuguesa a lo largo de los siglos, como Luís de Camões, Teixeira de Pascoaes y Camilo Castelo Branco con el personaje literario de Don Quijote, que conversa con ellos sobre Dios y el mundo.