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éxico elegirá 500 diputados federales, nueve gobernadores, 639 diputados locales, 903 presidentes municipales y 16 jefes de las delegaciones del Distrito Federal el próximo 7 de junio.

El INE debió registrar a 10 partidos políticos participantes y más de 11 mil candidatos. Los partidos inscribieron sus respectivas plataformas electorales basadas, supuestamente, en sus declaraciones de principios, sus programas de partido y sus estatutos. Miles de páginas que nadie ha leído, y que son prácticamente inútiles para el efecto práctico de la toma de decisión del voto por los electores.

Los ciudadanos no están enterados –salvo pocas excepciones, unos cuantos cientos de 83.5 millones de sufragantes potenciales–, de quién es quién y qué proponen, para su distrito electoral, para su alcaldía, para la gubernatura correspodiente.

¿De qué modo, entonces, tomarán sus decisiones de voto los electores? En medios académicos de Estados Unidos han empeñado muchas horas de investigación en tratar de aportar teorías sobre el comportamiento de los votantes: así, se han sugerido teorías conductistas, teorías racionales ( rational choice) y teorías culturales. Sin ser especialista en esta temática, puede suponerse que quizá algún aporte podría encontrarse en tales teorías.

También se han dado múltiples explicaciones a partir de diversas tipologías del electorado. La más común toma en consideración las simpatías o antipatías políticas que se han formado los ciudadanos a través de los años. Así, la segmentación habitual ha clasificado a los electores en cuatro categorías: el voto duro, el voto blando, el voto opositor y los indecisos.

El voto duro proviene del elector que mantiene identidad ideológica con unas ciertas siglas, aunque la ideología de las formaciones políticas cambian, como ha hecho el PRI con su paso del PRI populista, al PRI neoliberal; lo mismo ha ocurrido con el PAN, que pasó de una cierta tensión interna entre una vocación opaca por ser oposición a ultranza, llamada por Gómez Morín brega de eternidad, la que no se llevaba bien con sus componentes católicos, liberales y empresariales. Esa tensión se resolvió en un partido con un discurso que insiste flácidamente en la legalidad, pero orientado al pensamiento único neoliberal. El voto duro de estos partidos proviene en realidad, principalmente, del clientelismo. Ocurre lo mismo con el PRD.

El voto blando asimismo guarda cierta afinidad ideógica con algún partido, pero no es un voto seguro, porque toma en cuenta también la coyuntura, los comportamientos de los dirigentes, sus (previsibles) escándalos. Es un voto que cambia de una formación política fácilmente.

El voto opositor nunca votará por un determinado partido, así haya postulado a buenos candidatos o su plataforma electoral sea la más pertinente. Y el indeciso, poco involucrado en la política, no manifiesta identidad, simpatía o lealtad con ninguna fuerza partidista. Por igual, puede decidir votar por un partido u otro, o incluso no votar.

Hay coyunturas políticas, como la actual, donde puede manifestarse con gran fuerza la hipótesis que contiene el Informe país sobre la calidad ciudadana en México, elaborado conjuntamente por el Colmex y el INE: La ciudadanía en México atraviesa por un complejo proceso de construcción que se puede caracterizar por su relación de desconfianza en el prójimo y en la autoridad, especialmente en las instituciones encargadas de la procuración de justicia; por su desvinculación social en redes que vayan más allá de la familia, los vecinos y algunas asociaciones religiosas, y su desencanto por los resultados que ha tenido la democracia.

En el presente, esa desconfianza, ese desencanto, puede haber crecido sensiblemente, y no sólo alcanza a las instituciones encargadas de la procuración de justicia, sino al gobierno todo y a los partidos tradicionales. Aún más, no sólo se trata de desconfianza y desencanto, sino de mucho más: existe miedo, indignación, hartazgo de los ciudadanos por unos derechos humanos aplastados por miles y miles de muertos, por cientos de fosas llenas de esqueletos anónimos; por desaparecidos, extorsionados, secuestrados, bebés calcinados en la guardería ABC, Ayotzinapas y Tlatlayas, en medio de una violencia salvaje en la que delicuentes y autoridades son muchas veces indistinguibles. Pero quizá nada provoque tanta ira como la corrupcion galopante de tantos gobernantes que al tiempo que se enriquecen quizás como nunca en el pasado, obran con un disimulo nauseabundo.

Los tres partidos mayores comparten el mismo modelo básico de desarrollo y lo prueban en los hechos. La desigualdad sigue avanzando, los sueldos que se asignan diputados, senadores, ministros de la Suprema Corte, en medio de una gran mayoría de miserables, deja flemático e imperturbable al núcleo político/privado dominante. Los 12 millones de mexicanos que han debido emigrar entran, para este núcleo, en el orden natural de las cosas. La entrega de recursos naturales valiosos, es norma estándar del mundo globalizado neoliberal.

Morena no ha estado, ni podía haber estado, en ese pantano de indecencia e inmoralidad. Espero que muchos querramos ver a Morena avanzar y abrirse un espacio relevante en ese pantano y mostrar, como promete, que otro actuar político es posible. Votemos para abrir esa oportunidad, propongo.

Morena nació de una premisa, con la que empieza su declaración de principios: En el México actual, la vida política e institucional está marcada por la corrupción, la simulación y el autoritarismo.

Los dirigentes y militantes de Morena ciertamente deben saber que la transformación de ese México, dadas las características de las élites políticas y económicas que el país padece, será un largo camino, pero que, como siempre, se hace camino al andar…