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L

a campaña descalificadora de la Iglesia católica contra lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros (LGBT), a quienes sataniza por sus preferencias sexuales, entró en una etapa de mayor confrontación con marchas que ahora buscan descalificar las leyes que permiten el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Soterrado al principio, este movimiento reveló el pasado fin de semana, con una masiva movilización, la existencia de una porción militante de la jerarquía católica que no muestra empacho alguno en exponer un discurso virulento y de confrontación cuando se trata de defender su nueva piedra angular.

Primero fue el arzobispo xalapeño, Hipólito Reyes Larios, quien cuestionó semanas atrás la existencia de una plaga de mujeres embarazadas solteras, producto, deslizó entre líneas, del libertinaje sexual, que según el prelado, invalida el concepto católico de la familia convencional.

No tardó en salir al pleito callejero el obispo de Veracruz, Luis Felipe Gallardo Martín del Campo, quien eligió como blanco a la comunidad LGBT. Calificó la homosexualidad de enfermedad y citó entre sus seguidores y promotores a mucha gente de los medios, del gobierno y artistas. Asimismo aseguró que estas conductas son imitadas por el resto de la sociedad.

La insistencia de la feligresía católica en calificar la homosexualidad de padecimiento físico o mental que tendría que ser tratado (el obispo Gallardo incluso ofreció ayuda médica y tratamiento espiritual) recibió la respuesta de la Asociación Civil Soy Humano, que ya interpuso una denuncia ante el Consejo Nacional para Prevenir y Erradicar la Discriminación (Conapred).

La jerarquía remueve en las calles vestigios de intolerancia que pueden desencadenar confrontaciones e incluso situaciones de riesgo para quienes sean identificados como enfermos o piensan diferente.