Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 16 de agosto de 2015 Num: 1067

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Elogio de lo inútil
Fabrizio Andreella

La mujer en la ciudad
Leonardo Cazes entrevista
con Antonio Risério

Trans-lúcido:
tres estaciones

Ingrid Suckaer

Teilhard de Chardin y el
sentido de la evolución

Sergio A. López Rivera

Vigencia de Teilhard
de Chardin

Hugo Gutiérrez Vega

Cartas de viaje
Teilhard de Chardin

Dos poemas

“Las ideas cristianas
se han vuelto locas”
De Teilhard a Francisco

José Steinsleger

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Poema
Stelios Yeranis
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Luis Tovar
Twitter: @luistovars

Teoría del desencanto

Dirigida por Jaime Rosales y coescrita por él mismo en compañía de Enric Rufas, Hermosa juventud (España-Francia, 2014) es otro buen ejemplo de cierta postura argumental fílmica europea que parece apuntar hacia lo que indica el título de estas líneas, de la cual otro ejemplo es Stokholm, aquí abordada recientemente.
De modo paralelo a esta última, Hermosa juventud tiene como protagonista a una joven pareja heterosexual pero, a diferencia de aquélla, la cinta de Rosales no propone la fugacidad como sustrato de la vida cotidiana; por el contrario, aquí el meollo radica en la constancia o, quizá mejor dicho, en la tozudez no ilustrada, es decir desprovista de las herramientas necesarias para que la vida sea acto y no sólo potencia, de ciertos deseos, aspiraciones y planes. ¿Cuáles? Los más “normales”, si son vistos desde la perspectiva occidental contemporánea: en la primera escena del filme, que pareciera un absoluto cliché romántico pero muy pronto revelará su carácter hábilmente tramposo, él habla de las cosas que quiere tener en el futuro: una casa enorme, un Ferrari, etcétera, todo lo cual habrá de suceder “cuando tenga mucho dinero”.

Acto seguido, y provisto de un ritmo narrativo admirable en su capacidad para ir poco a poco deshojando los pétalos de una realidad bastante menos rosa de lo que postulaba esa primera escena de visos romántico-bucólicos, el filme se muestra inclemente a la hora de dictar la suerte de sus protagonistas, haciendo que todo gire en torno a eso con lo cual en realidad él sueña y ella requiere, y también al revés: dinero. No es ambición, empero, lo que padece la pareja; no es que ya tengan pero quieran más, sino simplemente que su nivel socioeconómico –o su clase social, para emplear ese concepto que el neoliberalismo ha venido encargándose de borrar por inadecuado para su encumbramiento como ideología dominante– condiciona, en términos absolutos, tanto la naturaleza como el alcance de esos sueños, requerimientos, deseos, planes y aspiraciones. Para seguir diciéndolo con expresiones de forzado anacronismo, lo que se plantean ellos no es formar una familia, realizarse como personas y como pareja, mucho menos ser felices; el entorno sociocultural en el que les ha tocado desenvolverse no les permite articular un discurso de esas características, y aunque tal vez se trate de anhelos subyacentes, en la superficie, que es el único plano en donde ellos son capaces de desenvolverse con habilidad apenas mediana, todo se traduce o más bien se reduce a tener o no tener recursos económicos.

La que Rosales retrata, por consiguiente, es una clase media cada vez más pauperizada, ésa a la que hace algunos años, cuando España se incorporó a la Comunidad Económica Europea, más tarde elevada a Unión Europea, el gobierno local le prometió una bonanza larga y sin sobresaltos, exactamente del mismo modo en el que, hace veintiún años, el neoliberalismo a la mexicana nos aseguró que con el Tratado de Libre Comercio la abundancia de bienes materiales, y con ello una supuesta felicidad absoluta, estaba a la vuelta de la esquina. Una diferencia de grados, no de características, es la única que se aprecia al comparar ambos fenómenos: a la protagonista de Hermosa juventud le da por pensar que sólo yéndose a vivir a Alemania podrá obtener al menos algo de lo que desea, como le sucede a las decenas de miles de mexicanos que buscan irse a Estados Unidos, o a los africanos que intentan llegar a Europa. El punto álgido, de suyo cruel, es que en más de un sentido todos los que migran tienen razón, pues en donde viven jamás podrán cambiar el estado de su propia vida. En donde no aciertan es en la sempiternamente inalcanzable consecución de sus anhelos puesto que, todo lo más, el desplazamiento dará como resultado la supervivencia, de modo que a fin de cuentas es lo mismo España que Alemania que México que Estados Unidos o cualquier otro país: así lo demuestra él, que prefiere quedarse en España, pero también ella, que hará en Hamburgo más o menos lo mismo que hacía en Madrid.

Las derivaciones específicas de ese desencanto, el modo de enfrentarlo y las consecuencias que dicho gesto del alma provoca en el ánimo de toda una generación, componen la materia de Hermosa juventud, filme de título claramente irónico, alejado de cualquier tipo de concesiones argumentales, cuya estética y resolución formal se corresponde bien con el carácter de sus personajes pero, sobre todo, con la atmósfera que los envuelve.