Opinión
Ver día anteriorMartes 8 de septiembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fragmentaciones individuales
M

e refiero no sólo a la exposición colectiva que se exhibe en el llamado Espacio alternativo de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, abierta de lunes a viernes y vigente hasta el 2 de octubre, sino a algunos antecedentes que la acompañaron, entre éstos una intensa conversación que tuvo lugar en el domicilio de una pareja de pintores que cuentan ambos con alto reconocimiento.

Él terminó su gestión de profesor de uno de los talleres más apreciados y concurridos de la actual Facultad de Artes y Diseño (antes ENAP) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Se trataba de una reunión celebratoria, pero si hay artistas en la mayoría de los casos esos encuentros rebasan con mucho el nivel del solaz que procura la charla con amigos. Asistía también una reconocida profesora del Instituto de Investigaciones Filosóficas que gusta de las discusiones y el ex director de un centro cultural.

En general lo que se platica en esos casos puede ser propio de las redes sociales, pero si las conversaciones son a través de presencias, los dichos y argumentos pueden llegar a ser apasionados. Se trató primero sobre la iminente creación de la secretaría de cultura. Hubo acuerdo en considerar que los institutos nacionales de Bellas Artes, creado en 1947, ni el de Antropología e Historia, que es la más antigua de estas instituciones, puesto que su fundación data del gobierno de Lázaro Cárdenas, desaparecerían o menoscabarían sus funciones.

La discusión retomó un tema sobre el que mucho se ha alegado: después de la llamada Generación de ruptura y salvo casos muy específicos de artistas individuales, uno de los cuales es Gabriel Orozco, al que el medio oficial abrió puertas debido a que su internacionalización es anterior al reconocimiento que se le ha brindado en el país, no hay o hay muy escasa proyección internacional de los artistas mexicanos vigentes, tanto que se dijo que para el mundo oficial ya casi sólo existían Frida Kahlo y Diego Rivera, cosa un poco exagerada.

Aprovecho para señalar que la reciente exposición que pretendió proponerlos como antecedentes del pop parte de una noción equivocada: los orígenes del pop pueden rastrearse desde hace siglos en mucho mayor medida en otros artistas que la ejemplificada por la justificadamente inmortal pareja.

Lo que sí es cierto que ocurre es que no tenemos manera de conocer los trabajos de las recientes o ya no tan recientes generaciones de artistas, salvo por medios aleatorios y mociones individuales, como la que representa TACO en Tlalpan o las que se han dado en algunas galerías. Esta invisibilidad de generaciones enteras involucra incluso a la generación posterior a la llamada Ruptura, como ha comentado con insistencia Gabriel Macotela (entre otros).

Hubo amplias referencias al asunto de las becas, que según algunos criterios –como el esgrimido por la compañera de Investigaciones Filosóficas y el mío propio– son positivas, pero tienen un efecto nocivo porque suelen acallar las voces discordantes de quienes disfrutan de ellas. Además, a veces su otorgamiento o suspensión dependen de estados de ánimo sean favorecedores o adversos hacia los candidatos por los jurados seleccionadores que pueden en ocasiones proceder más por simpatías, antipatías, amiguismos o exclusiones premeditadas.

La pregunta es: ¿el Estado ha sido o debe ser el validador de las trayectorias artísticas? Es obvio que eso ya no ocurre ni puede ocurrir, pero al mismo tiempo es cierto que los niveles si no consagratorios, por lo menos de escalamiento artístico en materia visual, están representados por los principales espacios públicos de exhibición, sean oficiales o de la UNAM. Y los requisitos para acceder a ellos no siempre son acordes con las respectivas vocaciones que se supone suelen regirlos.

A continuación me referiré a un hecho que en lo personal me resultó significativo. La actual directora de la Escuela Nacional de Pintura y Escultura La Esmeralda, Carla Rippey, es una artista muy reconocida de la generación posruptura. No es misión de La Esmeralda, salvo casos excepcionales, la exaltación memoriosa de ciertos artistas que han fungido allí de maestros, sino la consecuente demostración de lo que produce.

La directora unió intenciones con la UNAM en una muestra llamémosle experimental en cuanto a experiencia, en la que ambas instancias colaboraron en la consecución de una colectiva muy singular que no voy a comentar salvo en un aspecto: la misión de uno de los expositores, alumno de La Esmeralda y también de la UNAM, puesto que cursa estudios de arquitectura allí, fue dividir el espacio disponible (de carácter aleatorio) para que cada participante convocado tuviera su propia, pequeña exhibición, separada de la de sus compañeros, a lo cual se unía un presupuesto teórico en cuanto a fenómeno visual.

Esta propuesta interpretativa del curador, en este caso un alumno de la Facultad de Ciencias, materializó los métodos de exhibición mediante una moción que él denominó de campo reducido.

Dicho curador, cuya carrera principal es la física, se refirió sobre todo a la convergencia de ideas previas mediante las cuales puede sostenerse una nueva estructura.

Aunque el presupuesto puede resultar para algunos un poco forzado, el hecho fue que cuatro jóvenes en formación artística pudieron mostrar dignamente sus trabajos. Contaron con un testimonio válido a través de la hoja de sala, bien diagramada que se emitió.