Opinión
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Isocronías

Enseñar, aprender

D

igo yo que lo único que puede uno enseñar es enseñar a aprender y, casi exagerando, a aprender a aprender. Pero no hay buen maestro (o enseñante –sobran los sinónimos, ahí va uno más) que no también despierte en el discípulo (educando, alumno, estudiante, etcétera) el deseo de a su vez transmitir conocimientos. Si bueno, digo –es mi decir, no más–, el maestro también enseña a enseñar. Aun cuando pareciera que la inaugura, consciente es de que se inserta en una tradición.

Las tres cosas que llevo dichas, subrayadas, sin nada tener de milagrosas, se experimentan u ocurren en los dos polos del fenómeno como un milagro: una sorpresa, un descubrimiento, un –cedamos a la verdad de esa alegría– júbilo: mi lenguaje, tu lenguaje, ahora se conocen mejor (entre sí y a sí mismos –en el maestro recobra lozanía; en el discípulo, fortalecido, crece), hacen consigo mismos y con el del otro (más: con los de los otros), mejor juego.

Acá lo grave, en la acepción de lo que peso tiene: ese milagro, aun inserto en la tradición, siempre inaugura algo, hace que algo nazca, que algo surja de pronto y se perciba como inédito, como recién creado. Si verdadero, propongo, en todo proceso de enseñanza-aprendizaje actúa, comunica, un espíritu creador.

Ahora la pregunta constantemente al acecho en lo que a enseñanza artística hace: ¿se puede enseñar arte, en el sentido de formar para la generación de obra de cualidades estéticas innegables? El general impulso inmediato es responder que no. ¿Y entonces las escuelas y talleres de pintura, de música, danza, teatro, de –yendo a lo que realmente nos compete– literatura?

Paréntesis: no ha mucho me encontré en Internet la foto de los muy, muy jóvenes José Clemente Orozco, Saturnino Herrán y Diego Rivera con –en segundo plano– su maestro de dibujo Antonio Fabrés; es de suponer que algo le aprenderían, que algo bueno habrá hecho él aparte de lo bueno que ellos ya, ínsito, traían.

Disposición en toda la extensión de la palabra y, forzando un poco la cosa, disposición para la revelación (término también arriesgado pero de todos modos mejor que milagro) es la clave. La llanamente buena, mas necesariamente trabajada, disposición de ambas partes –siempre creativa si eficientes, cuando creadora no– concluirá en esa meta, dará con ese nuevo punto de partida, habrá de generar (así no fuese artística) obra que llamaré por hoy sin más sensible (o, si se quiere, humanizadora).