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¿La Fiesta en Paz?

Reincide la nefasta mancuerna

Intemporales espíritus toreros impregnan de emoción diversos escenarios

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El torero español Simón López pasa de largo al astado durante una corrida en la histórica Plaza de Acho, en PerúFoto Reuters
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azón tiene Carlos Hernández Pavón cuando en la entrevista a Proceso del 15 de noviembre, afirma que en la Plaza México la fiesta de toros padece una enfermedad terminal. Lo confirma la sucesión de anovillados festejos de la temporada como grande 2015-16, desfile semanal de reses jóvenes sin el trapío que sólo puede dar la edad de cuatro años cumplidos, como lo establecen la tradición y el reglamento taurino para el Distrito Federal, hace tiempo ignorado por empresa y autoridades de la delegación Benito Juárez, en alegre mancuerna y nula defensa de la fiesta y del público.

Como sólo se trata de una tradición de 489 años en la ciudad de México con la que no se compromete nadie o todos se comprometen pero a medias, pues el culto táurico no admite aproximaciones en el encuentro sacrificial entre dos individuos, ese encuentro difícilmente conserva salud, autenticidad, emoción y misterio.

Reses jóvenes, gordas y mansas –el lector recordará que en la tercera corrida el torilero creyó que el toro devuelto ya había entrado y cerró la puerta, para asombro del burel, que a escasos metros miraba apacible la crispación del empleado–, que reciben una vara de trámite o pujal –anote el lector el nuevo término para su vocabulario taurino: puyazo fugaz en forma de ojal que prácticamente elimina la suerte de picar.

Añádase una autoridad que aprueba todo lo que mandan las ganaderías favoritas de los ases, premia con aldeano criterio y acata las órdenes de la empresa por la falta de respaldo de la delegación Benito Juárez y del Gobierno del Distrito Federal, sin idea hace décadas del valor identitario, cultural, económico y aun político de la tauromaquia; una crítica mayoritariamente incondicional a la empresa más impresentables partidos políticos metidos a animalistas, y se tendrá el retrato del verdadero antitaurinismo que socava esta tradición. No obstante, algunos locutores metidos a analistas sostienen que la fiesta se defiende llenando las plazas, independientemente de la basura que se ofrezca, omiten añadir.

Por ello consuela volver a sentir el espíritu intemporal de algunos toreros verdaderamente trascendentes a su paso por los ruedos, tanto por la intensidad de su sentimiento cuanto por la definida personalidad de su tauromaquia, privativa de este pueblo y de su rica y desaprovechada confluencia de razas. Silverio Pérez y Jorge El Ranchero Aguilar, dos de los más ilustres exponentes de la llamada escuela mexicana del toreo, supieron ir bastante más allá de ejecutar las suertes con lentitud hasta reflejar, emocionar y enorgullecer a todo un pueblo.

Dentro de las celebraciones con motivo del centenario del natalicio del Faraón de Texcoco destacó el suntuoso sorteo de la Lotería Nacional del pasado martes, donde más de 2 millones de billetes con la polícroma efigie de Silverio fueron distribuidos a lo largo y ancho del país que supo reflejar e inspirar a otros artistas, incluido José Luis Calzada, autor del original óleo reproducido en los esperanzadores cachitos y cuya imaginativa exposición Suertes mexicanas, allí mismo en el mezzanine, resultó una gratificante sorpresa. Por cierto, desde la gloria Silverio sigue enseñándonos que la suerte no se compra y mi extraviado entero no sacó ni reintegro.

De lujo también fue escuchar la renovada voz de Magia, que acompañada por la Orquesta Clásica de México del maestro Carlos Esteva, desplegó un inédito timbre magnífico y unas resonancias de soprano ligera que nunca le habíamos oído, acostumbrados a sus aires de mezzo-soprano. Con esa voz potente y acariciante, conseguida con base en estudio y pasión, Magia cautivó con su repertorio de pasodobles larianos y su personal versión de Silverio, inundando de melodiosos ecos el salón de sorteos de la Lotería Nacional. ¡Qué faena!

Al día siguiente, en un repleto auditorio Silverio Pérez de la Asociación Nacional de Matadores, el incansable Carlos Hernández Pavón presentó su interesante ensayo biográfico-taurino Jorge Aguilar El Ranchero: un gran torero, un gran hombre, acompañado en el presídium de Eduardo Lalo Azcué, uno de los aficionados prácticos más pundonorosos que ha habido, de Luis Mariano Andalco, en representación del gobierno de Tlaxcala, de Francisco Dóddoli, de los matadores, y del licenciado Jorge Aguilar Muñoz, hijo del Ranchero y destacado ejecutivo. Ganaderos, matadores, familiares, amigos y admiradores recordaron con cariño al inolvidable diestro.

La energía de los artistas genuinos tiene un efecto multiplicador y las emociones que supieron plasmar en los ruedos continúan reproduciéndose en cuantos tienen la capacidad de evocarlos. Un cúmulo de sentimientos individuales y colectivos se volcó para seguir honrando la memoria del excepcional torero y de muchos otros seres queridos. ¡Enhorabuena, Pavón; enhorabuena, Jorge!