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En barro: los herederos de Dios
Y

a es lugar común recordar que según el Génesis, Dios creó al ser humano completo con el polvo de la tierra; lo que no nos dice la santa Biblia es si existían otros materiales susceptibles de modelaje en ese tiempo, aunque ya había aguas, árboles y otros seres no carentes de ánima (que es lo que los hacía vivir), pero sí de espíritu.

Entonces, de acuerdo con esa leyenda bíblica, cuya belleza es indiscutible aunque no vaya de acuerdo con Darwin, el primer alfarero fue Dios y todos los demás son sus imitadores.

Gustavo Pérez es quizá el ceramista mas refinado de México, eso puedo decirlo después de la experiencia de haber intentado calibrar en toda su dimensión la muestra Duelo, de Francisco Toledo, en el Museo de Arte Moderno.

Francisco no es tornero, es decir, no hace partir sus piezas del cilindro o del círculo perfecto. Tampoco ha fundado un taller para realizar por sí solo sus creaciones en cerámica, sino que ha trabajado en talleres como el de Hugo Velázquez y recientemente en el taller Canela que capitanea el ceramista Claudio Jerónimo López.

Pérez, con formación en filosofía y matemáticas, tomó la cerámica como eje existancial hace décadas; su taller, en las inmediaciones de Xalapa, es famoso y su producción creativa –exclusivamente en cerámica– ha ocupado ámbitos en varios museos del mundo, incluido el Palacio de Bellas Artes.

La actual exposición de Pérez, integrada con piezas ultrarrecientes, se presenta en la Galería Juan Martín. No son muchas, pero el ojo y el tacto quedan prendados por el conjunto. Las asociaciones que se desencadenan son casi inmediatas, pues lo primero que uno quiere hacer es tocar las obras (eso se puede), pero quisiera también ir sintiendo paso a paso oquedades, chipotes, perímetros e interiores, cuando éstos existen.

Es un hecho que Gustavo Pérez, en tiempos pasados, ofrecía a sus múltiples espectadores piezas que –siendo obras maestras– simulaban tener un destino utilitario, ahora hay pocas que lo insinúan, pues el trabajo se ha desenvuelto más bien a partir del aspecto manipulable del modelaje acercándolo a la expresión escultórica y en ocasiones a la arquitectura.

Así sucede con dos laberintos que ofrece. Las piezas no tienen título, pero están marcadas con una numeración. El laberinto (14-482) que tiene perímetro casi circular, sin serlo totalmente porque está abierto en un extremo, a efecto de poder ingresar metafóricamente en él, se va desarrollando con base en oquedades que parecen continuas aunque no lo sean, pues están flanqueadas por curvas cerradas que parecen desarrollarse sin divisiones hasta llegar al centro que se dobla sobre sí mismo para después desdoblarse.

A poca distancia se exhibe otro laberinto cuyo perímetro es un cuadrado redondeado por todas partes y con poca altura, la estructura es más accidentada y además la obra produce el efecto de estar realizada en porcelana, no en barro. No es esa la única obra que provoca tal impresión, hay algunas otras y entonces uno recuerda que Gustavo ha trabajado en Limoges y realizado varias piezas en Gres.

Aquí la impresión es que sus pulsiones lo han llevado al terreno de la escultura en cerámica con orientación con frecuencia tocada por la visión de piezas pictóricas de vanguardia. Quizá uno de los que le han sido más cercanos sea Arp, debido sobre todo al carácter organicista y en cierto modo ancestral que conllevan algunas de sus formas.

Otro aspecto observable es el quehacer anexo que conllevan las obras de mayores dimensiones ornamentadas a partir de sus propias estrucuras en volumen que se ven complementadas por el diseño pictórico que las reviste como otra delgada piel, algunas son vidriadas y otras mate, las formas son congruentes con los elementos ornamentales en volumen. Y éstos suelen tener suma importancia en las piezas erectas que –de soslayo– poseen la posibilidad de albergar contenido: agua, flores o hierbas, si bien es cierto que no creo que a alguien se le ocurriera utilizarlas en ese sentido, pues siempre ha sucedido que aun sus platos, se vieron destinados a convertirse en piezas que ornan un plano. Hay una curiosísima (14-384) que hace evocar una taza de café, incluso por el color que ostenta, a tal grado que hace sonreír, como si se tratara de una broma del artista o de su propio antojo de cafeína referida a su región de origen, que es cafetalera.

En ocasiones la sabia sencillez de unos cuantos trazos remite a procederes orientales o minimalistas, como ocurre con una perfecta obra de pequeñas dimensiones. Las hay grandes, del tamaño de macetas y a éstas hay que asomarse por arriba para disfrutar el perfil que ofrecen desde ese ángulo y para calibrar el interior. La 15- 94 es pródiga en perforaciones y en reiteraciones de un mismo elemento, en tanto que su estructura básica va escalonándose en disminución. El resultado es fascinante, una obra de arte en cerámica de primer orden no sólo en cuanto a diseño, sino por la casi incomprensible perfección de su factura.