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Una estrella que titila
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Periódico La Jornada
Sábado 16 de enero de 2016, p. a12

El último disco del taumaturgo David Robert Jones (8 de enero de 1947-10 de enero de 2016) es un vasto fresco, a lo Giotto, de dramaturgia musical.

Animal de teatro, el Mayor Tom enchufó los canales de energía correctos para transmitir en vivo y en directo su muerte.

La obra se tituló Blackstar y fue estrenada el 8 de enero, en el cumpleaños 69 del alquimista, y cerró su telón dos días y medio después.

Además, con el disco Blackstar, el demiurgo completó la gesta que inició cuando la partera que asistió a su madre pudo ver: Este ser ya ha estado aquí, lo cual resultaría un tanto obvio, pues todos morimos y regresamos en otro cuerpo, de no ser porque la asistente del parto de David Bowie tenía la sensibilidad y el poder suficientes para percibir que el bebé naciente ya había estado aquí en su calidad de mago, chamán, sumo sacerdote pagano, líder de cambios en la humanidad y estaba de regreso para completar tareas.

La fascinación de Ziggy por los astros, las estrellas, el cosmos, explica en parte su condición de otredad.

Es muy sencillo su trabajo, por demoledor: David Bowie enarboló la lucha y victoria del diferente, el raro, el despreciado, el outsider, el sin nada más que perder, como dice en una de las canciones de su opus final.

La poesía que escribió el Delgado Duque Níveo para su último disco posee el encanto de trivia, enigma y verdad que pueblan todas sus obras. No concedo entrevistas porque quien quiera saber de mí sólo tiene que entender las letras de mis canciones, decía el lector voraz.

Blackstar es una ceremonia fúnebre, una noche en un bar donde unos muchachos tocan jazz que hierve, una función de teatro cabaret, una puesta en escena de un autor clásico, un manifiesto. Una ceremonia del adiós.

El hombre que cayó a la Tierra regresó y ahora es una estrella de esas cuyo brillo tiembla en las noches del mundo. Soy una estrella negra, canta y da pistas: voltea hacia arriba: estoy en el cielo. Anticipa: seré libre. Y pregunta, por si todavía es menester que regrese a la Tierra, o si ya terminó el número de experiencias requeridas: ¿Cuántas veces tiene que caer un ángel caído?.

Eso dicen las letras de Blackstar.

La cronología de la última puesta en escena del Hechicero no deja lugar a duda alguna: el Maestro sabía que sus días estaban contados y los calculó de tal manera que murió enfrente de nuestras narices, y cuando el telón final cayó todos metidos en azoro exclamamos en un coro que inició su productor musical, Tony Visconti y que siguieron Brian Eno, Annie Leibovitz, et al: Ziggy Stardust se estaba despidiendo.

La conmoción fue monumental. Pasamos un día entero en la primera etapa de duelo: la negación. Ya, por favor, que alguien nos diga que fue un truco del mago, una broma del payaso, un error de dedo de alguien. Y de inmediato llegaron las comparaciones: desde Lennon no se lloraba tanto a un músico. El Genio seguramente sonreía: su muerte fue tan dolorosa como monumentalmente hermosa. Una obra insuperable la presentación al mundo de su deceso. Sabía que el éxito sería planetario y que tendríamos que cambiar el título de la obra, dada su perfección y en lugar de Blackstar se llama ahora Transfiguración.

El Mago supo ocultar siempre la trama del truco. Por ejemplo, cuando cumplió 66 años lanzó, sin haber dicho nada a nadie en los últimos meses, a las seis de la mañana del 8 de enero de 2013, su notable álbum Where are we now?, obra maestra construida a partir de una palabra: muerte.

Esa palabra, muerte, fue la que no dijo a nadie, salvo una excepción, durante los 18 meses (el equivalente a la duración estándard de un embarazo, multiplicado por dos) que transcurrieron en que un señor de bata blanca le dictó la sentencia de muerte: tienes cáncer en el hígado y poco tiempo de vida, y el momento en que el mecanismo de relojería que dejó preparado desató el nudo de la soga que sostenía el pesado telón, cuyo estruendo sobre el piso fue el equivalente al gemir de mil valquirias enamoradas.

La mañana del 8 de enero de 2016 David Bowie lanzó su disco Blackstar. Todos festejamos ambas fiestas: su cumpleaños y su nuevo disco, sin saber que la obra era en dos actos y el desenlace era la desaparición física del autor, en plena escena.

El Dramaturgo superó la noción de distanciamiento brechtiano. Inventó un género teatral que ocurre en tiempo real.

Hasta el momento no sabemos la hora exacta del último suspiro. Su hijo Duncan manifestó en Twitter la noticia y en nuestras computadoras y dispositivos móviles quedó marcada una hora: 0:30 del lunes 11; a esa hora llegó el mensaje, pero el texto iniciaba con la fecha del domingo 10, lo cual se explica solamente de una manera: escuchando el track 3 del disco, cuando el Duende canta: Where the fuck the Monday go? Es decir, el Profeta sabía que no habría ya lunes para él.

Fuerte como la muerte, todo lo tenía escalofriantemente calculado.

Fue a mediados de 2014 cuando el médico le leyó la condena a muerte. Entonces, el Personaje de Kafka se metió a un bar de West Village a escuchar al cuarteto de jazz del joven saxofonista Donny McCastin, por recomendación de su amiga Maria Schneider (no la actriz francesa de El último tango en París, sino su homónima, directora de bandas de jazz) y ahí empezó a cerrar los círculos, pues cuando niño quiso ser John Coltrane y decidió llevarse a esos jovencitos a su estudio de grabación para empezar a grabar su Carta Póstuma, entonando el saxofón de su niñez.

Los datos hasta ahora cuadran: 180 días de cáncer equivalen al lapso que medió entre esa noche en el bar y el momento de su partida.

Tony Visconti anota en la bitácora: luego de que grabamos en el estudio, él desapareció para ponerse a trabajar en el estudio de su casa en el disco, sólo reapareció a principios de diciembre para el estreno del musical Lazarus y dos semanas antes de su muerte, para tomarse unas fotos con su traje gris elegantísimo y su sonrisa de oreja a oreja.

Ahora que sabemos que murió de cáncer podemos ver en esas fotos postreras el rostro hinchado y amarillento, y la mirada opaca, signos inequívocos de quien recibe inyecciones letales de quimioterapia, ese veneno.

Tony Visconti ya aportó otro anunció que encriptó su Yoda: el número de tracks del disco no coincide con el número de obras que grabó el Maestro. De manera que habrá más de Bowie. De eso no hay ninguna duda.

Con su peculiar humor, el aprendiz de brujo que quiso hacerse monje budista pero eligió la condición de goliardo, tituló Lázaro uno de los capítulos de su Epílogo.

¿Resucitará?

Mientras eso ocurre ahora es una estrella que titila. Centellea con un tremor tranquilo.

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