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Disquero
Harnoncourt: lo que más anhelo es acercarme al misterio
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Periódico La Jornada
Sábado 6 de agosto de 2016, p. a16

Ráfagas. Relámpagos. Saetas. ¡Bruuuummm! Cataratas de rocas gigantescas cayendo sobre aguas quietas. Lenguas de fuego. Las flamas ardientes se apagan. Vuelven a encenderse de la nada. Rafaguean. Los sonidos más salvajes se funden con los más quietos. Las emulsiones de lava se congelan en estatuas apolí-neas. Tormentas eléctricas. Suena un hermoso cataclismo.

En los estantes de novedades discográficas esplende uno de esos discos cuyo contenido pone en órbita al escucha.

Symphonies 4 & 5. Beethoven. Harnoncourt. Concentus Musicus Wien (Sony Classical) se titula este portento.

Hacía mucho tiempo que el Disquero no se estremecía con tal denuedo al escuchar música grabada. He aquí un prodigio de interpretación musical. Una lectura maestra, una obra de arte de concepción acústica, un milagro de la inteligencia. Espectacular. Sencillamente espectacular.

Se trata, también de un testamento. Es el último disco que grabó Nikolaus Harnoncourt con su amada orquesta, Concentus Musicus Wien, que había fundado 63 años antes con su esposa, Alice, y realizó las mayores proezas musicales en la historia reciente. A él se debe, por ejemplo, la escucha de las tres últimas sinfonías de Volfi Mozart como un concepto existencial: “Mozart’s Instrumental Oratorium”, tituló a la grabación que hizo con esas obras maestras del sinfonismo.

Sinfonismo. Con su disco-testamento, Nikolaus Harnoncourt legó la recuperación de otro concepto: el concepto sinfonía, que hasta que él tomó las riendas y puso todo en orden, había decaído en una suerte de competencia para ver quién lograba más trucos al interpretar las grandes sinfonías, con el único propósito de entretener. Ah, y de vender más discos.

En una entrevista que se reproduce en el cuadernillo del álbum, también póstuma, que otorgó en junio de 2015, un mes después de haber grabado el disco-maravilla que hoy nos ocupa, Harnoncourt brinda cátedra:

En los 17 años que fue músico de fila, dijo Harnoncourt, nunca toqué una obra de Beethoven que no fuera retocada, ni con Karajan, Erich Kleiber o Carl Schuricht.

Para Harnoncourt existió una certeza y un pacto de honor con la verdad: todas las sinfonías deben ser tocadas sin retoques.

El retoque es truco, engaño, trampa, traición. Equivale al Photoshop de hoy que se aplica en las fotografías. Falsas de toda falsedad.

El camino vital que recorrió Harnoncourt persiguió siempre la verdad. Nunca retocó partitura alguna. Y eso le ganó enemigos, por supuesto. Todo aquel que se compromete con la verdad se gana la reprobación de muchos, quienes se ven exhibidos porque la costumbre consiste en faltar a la verdad para triunfar.

Luego de escuchar durante días enteros una y otra vez este disco póstumo de Harnoncourt con las Sinfonías 4 y 5 de Beethoven, el Disquero se puso a estudiar otras versiones y encontró, agua tibia, mejor: re-encontró la piedra de toque en las grabaciones de Wilhelm Furtwaengler. Y también halló medios kilos de mermelada de frambuesa en las versiones del mismísimo Arturo Toscanini. Y también halló honestidad en las versiones de Carlos Kleiber. Y también se asombró, se cimbró y maravilló con las versiones más recientemente grabadas del ciclo completo Beethoven: las de Simon Rattle con la Filarmónica de Berlín. Asombrosamente sobrecogedoras, increíblemente únicas, tremendamente estremecedoras.

Y es que Beethoven se refrenda, una y otra vez, como el summun del sinfonismo cada vez que algún gran director de orquesta se lanza a grabar las nueve sinfonías por vez enésima y entonces, por poner el ejemplo más a la mano, las sinfonías del pretencioso, ególatra, maniático y sublime Gustav Mahler quedan reducidas a cenizas.

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El fuego que late, vibra, vive en las partituras de Beethoven (don Beto, ven Acá; Beto, ven) se vuelve hoguera en este disco que recomendamos como lo más asombroso, fidedigno, fiel, verdadero, hermoso que se ha grabado en mucho tiempo.

Pensador de sonidos, Harnoncourt, tan criticado por quienes no logran entender la belleza y apreciarla, utiliza su inteligencia para extraer la verdad que anida en la Cuarta Sinfonía de Beethoven, que no duda en calificar como la más importante sinfonía de Beethoven, y solamente Robert Schumann se había dado cuenta de eso.

Cuando la inteligencia va unida a la humildad, es sabiduría: Harnoncourt ataja: en realidad nadie puede decir que comprende, entiende a cabalidad una obra de arte, no sólo de música, de cualquier arte. Una obra de arte siempre será un enigma. Siempre será inexplicable. Pienso que lo que más puedo anhelar es acercame un poco más al misterio.

La música, ese misterio.

Harnoncourt, al igual que Glenn Gould, lo hizo con las Variaciones Goldberg de Bach, regresó 25 años después de hacer su primer Ciclo Beethoven, por razones poderosas, entre ellas, la evolución de los instrumentos (las cuerdas, por ejemplo, ya no se hacen con tripas de animales), el concepto cultural del sonido en cada era y la noción del tempo y los espacios donde se hace música: las salas de concierto han evolucionado.

La Quinta Sinfonía de Beethoven, asienta Harnoncourt, es la más política de todas las obras de Beethoven: trajo paz y serenidad a la inquietud que había dejado la Revolución Francesa. Es también la más poética. Se inspiró en verdadera poesía. La Quinta Sinfonía de Beethoven es un gran acto de liberación.

Y esa autoridad moral permite a Harnoncourt ironizar con las leyendas urbanas en torno a la Quinta Sinfonía: el tantantan-taaaan, no es el destino tocando a la puerta, ¡ay, qué dulzura! Porque si así fuera, la casa se vendría abajo.

Al descifrar el misterio que envuelve y encierran las partituras del músico sordo, Harnoncourt pone énfasis en los metales, con los que busca auténticos rugidos, que giman, rujan los metales.

El concepto de pausa general lo lleva Harnoncourt al límite en el tercer movimiento de la Quinta, al hacer una pausa que nunca ningún director hubiera siquiera imaginado, en los coros furiosos de violonchelos y hace que el escucha se estremezca y casi aúlle de placer, asombro y maravilla al ver frente a sí, en forma de sonidos, el misterio desnudo.

Harnoncourt develó misterios pero dejó la magia flotando, es decir, mantuvo el misterio en su condición poética de misterio, para mostrar al compositor que estudió tan a profundidad que le permitió describirlo de cuerpo entero así: un genio vivo, salvaje y excéntrico. Un hacedor de bondadosas tempestades, serenas tormentas, gélidas hogueras. Al Beethoven verdadero, que obligó a una dama al término de un concierto a acudir al camerino de Nikolaus Harnoncourt para decirle: “cierto, eso que usted acaba de tocar es el verdadero Beethoven. Pero no es nuestro Beethoven”.

Porque antes de Harnoncourt, se habían encargado de convertir lo conmovedor en lo bonito.

Porque Harnoncourt se encargó de recuperarnos la música con su poder original, el de transformar a las personas y en reflejar la situación espiritual del presente.

Con este disco póstumo, Nikolaus Harnoncourt escribió su epitafio así: todos necesitamos la música. Sin ella no podemos vivir.

Porque, él lo supo y lo llevó a cabo siempre, la música es un misterio.

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