Opinión
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La fragilidad nacional ante Trump
D

e las cosas que han salido a flote con el arribo de Trump a la presidencia de EU, resalta la fragilidad de México. Nos fue revelada la fragilidad de las instituciones, empezando por la presidencial, y el fin del repertorio discursivo de décadas: soberanía, independencia, nacionalismo, prestigio, autosuficiencia, futuro y hasta liderazgo internacional. Fue un golpe contundente para nuestro orgullo. Nos vimos penosamente desnudados en nuestra fragilidad institucional por el muro trumpista y su financiamiento, la reinmigración forzada de connacionales y el libre comercio amenazado y la deslealtad de Trudeau.

En síntesis, nos acalambraron a la primera, aunque haya no pocos que se nieguen a aceptarlo. Es tan cierto que Peña Nieto tuvo que solicitar audiencia con Trump, modificar nuestra política exterior, recomponer al gabinete, ver resurgir la inflación y la fuga de divisas. Tan cierto que el peso perdió peso, se cancelaron nuevas inversiones, se esfumaron empleos bien remunerados, se afectaron las expectativas electorales, se redujo la esperanza de crecimiento, nos vimos en la picota universal del victimado, cayó el orgullo nacional y el Presidente consecuentemente vio hundida su popularidad. Si este conjunto de sinsabores no es la revelación de una grave fragilidad nacional, qué lo sería.

Estas debilidades acusan que estamos fuera de la historia deseable. Zedillo actuó como el último emperador, nos descarrilamos con Fox por ignorante y frívolo y Calderón entró a la historia siendo un presidente en pequeña escala, diminuto, indigente político y culpable de la violencia oficial genocida. Ambos fueron prepotentes, pero no poderosos, y nos condujeron por una pendiente de deterioro institucional. El arranque de Peña fue rimbombante. Así lo diseñó. Recordar los usos y abusos majestuosos de Palacio Nacional: seguramente hoy añora aquellos días arturianos.

En aquel entonces las fisuras nacionales: aislamiento social y corrupción, no se percibían en la escala actual. Al inicio del quinto año de su gobierno, el futuro nacional está en cuestión por su desatención a problemas totalmente previsibles por un sistema más institucionalizado, menos personalista. Hoy le vuelven la cara a Peña Nieto sus viejos aliados: la Iglesia católica, los patronos del dinero, gobernadores, con ninguna elegancia.

Todo ello provocó vergüenza y angustia social, exhibición de las torpezas de una autoridad que moralmente ya no lo es. Por lo tanto, falta serenidad social, buen ánimo, sensación de justicia y satisfacción por nuestro prestigio. Las fisuras del sistema son inocultables y Trump, artero, adelanta que no hay fecha para renegociar el TLCAN y sí para iniciar el muro.

La primera grieta que se observa en nuestra fragilidad y que en el fondo es la más grave tiene dos expresiones: 1. La fractura pueblo/gobierno, su incomunicación, mutuo desprecio y desconfianza. Como pocas veces. la distancia entre ellos es enorme, el pueblo sufre angustias y el Presidente mediático parece vivir ajeno. Como producto de esa ausencia de liderazgo se aprecia cierta descomposición del macizo nacional. Hoy somos un pueblo que ante lo adverso está descohesionado y somos insolidarios y escépticos ante los líderes políticos, económicos o morales; así nos trataron. 2. La otra expresión es la corrupción increíblemente generalizada. Todo está corrompido, todo se puede comprar y todo se puede vender. Hay un resentimiento popular creado por una vergüenza que es nacional. Una restauración de esta fractura nacional es absolutamente indispensable, pero, por hoy, quizá para Peña ya es tarde.

Peña no es corresponsable del éxito de Trump, pero sí lo es del silencio con que se enfrentó a la barbarie, rematando con el anuncio de una visita a Trump a la que no llevaba ninguna carta que no fueran temas vaporosos de un decálogo más que utópico. Lo que sí lleva era una debilidad institucional y personal lastimosa. Tal vez precipitó su solicitud de audiencia. No estaba preparado.

En el anuncio reciente de un reposicionamiento de la política exterior, escuchar al doctor Videgaray invitar a comprometernos con la soberanía nacional es un hecho surrealista si al otro día empieza a aceptar nuestra posible salida del tratado. A estas alturas de una nueva sociedad universal, qué significaría esa antigualla nunca significada en hechos. Hoy, ¿ante qué somos soberanos?

No se puede invocar a ese añejo concepto ignorando que la nación sufre fisuras que nos hacen vulnerables, frágiles. Hemos tenido por años una conducción política soberbia, no soberana, que creó las actuales condiciones de debilidad. El actual gobierno está históricamente obligado a plantear una enmienda fundamental. La historia de estos tiempos será conformada por él, para bien o para mal. Si el Presidente no lo acepta y se resiste a sacrifican vanidades y ambiciones personales y grupales en bien de un proyecto patriótico, estamos muertos. ¿Por qué no hablamos de un nuevo proyecto de nación y no de parches?