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Nosotros ya no somos los mismos

Más sobre Creso y el final de su imperio

El cuestionado origen del poema Ellos vinieron

U

n lector que suele escribirme, y debe ser doctor en economía procesal, pues siempre lo hace casi con monosílabos o con la parquedad muy agradecible de Toro Sentado, esta vez sólo me dice: ¿Y Creso? ¿Y las diferentes versiones sobre la autoría del trágico poema que transcribiste? Como tiene, además de razón, derechos adquiridos, lo atiendo de inmediato. Primero el asunto de Creso. Contesto con igual parquedad: murió. En la hoguera, dicen unos. Por su voluntad, aseguran otros, pero eso importa menos que el hecho de que su egolatría y su cerrada mentalidad lo llevaron a creer más en los mitos y supercherías con los que le endulzaban el oído algunos de los oráculos menos confiables de la época, aunque eran doctorados en las instituciones de futurología y prospectiva de mayor prestigio en la cultísima Grecia (por ejemplo, el Instituto Totalizador de Altos Merecimientos, ITAM), pero que, sin embargo, ya practicaban la redituable teoría de “tiene usted razón, señor presidente: la hora que vivimos usted y nadie más la marca. ¡Qué ocurrencias del padre Cronos, suponer que él podría definir los horarios con mayor precisión que usted, soberano del tiempo y el espacio! Creso tampoco hacía caso a los comunicadores que se atrevían a darle informaciones ciertas, pero que chocaban con la realidad que él construía a diario a partir de sus deseos y fantasías. Por eso no supo entender el eu­femis­mo que le expresó el muy cotorro oráculo de Delfos, cuando le vaticinó que si emprendía la absurda batalla contra Ciro II de Persia, e insistía en deportar a todos los inmigrantes de Lidia, que habían constituido un factor muy importante de su indiscutible poderío, se corría el inminente peligro de que un imperio se derrumbara. Creso, obnubilado, carente ya de la mínima capacidad de razón, nunca entendió que ese imperio podía ser el suyo. Heródoto tenía razón cuando lo calificó de ignorante y fanfarrón. En la historia, ganó lugar de excepción: ha sido uno de los pocos caudillos que con su personal empeño y obnubilación fue capaz de hacer trizas, él solito, un imperio. Por eso, seguramente, desde aquellos lejanos tiempos (595/547 aC) se hizo popular una tonadilla que en la última mitad del pasado siglo repicó fuertemente en las voces de Los Tres Diamantes, Lucho Gatica y la Sonora Santanera, a saber: Trump towers once thought heavens bound, are now fallen from grace. O lo que es lo mismo: Las (trumpistas) torres que en el cielo se creyeron, un día cayeron en la humillación. ¡Dios lo quiera!

El angustiante poema que transcribí en la columneta pasada tiene, como pocos, un origen cuestionado. Durante años se ha otorgado su autoría al genial poeta, director, autor, Bertolt Brecht, aunque hay que reconocer, desde un principio, que en ninguna de sus obras de teatro, más de una docena, 20 libros de poesía, 10 de prosa o, en alguna de sus creaciones musicales, aparece el poema citado. Pero tampoco, constancia de que él se hubiese alguna vez adjudicado la paternidad.

Cuando comencé a escribir estas notas, mi intención era tan sólo relatar el extrañísimo caso de un breve poema que ha sido reproducido en todos los idiomas, que ha sobrevivido por años, que continúa como una acusación directa (y sin alegato posible de defensa), contra los buenos que contemplan a los malos masacrar a sus semejantes y, sin inmutarse voltean el rostro sin que nada los altere, ni menos los mueva a la solidaridad. Mi hija, la sicóloga, me sopló la frase de don Albert Einstein: La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa. Pero cuando fui avanzando en la biografía de BB (no confundir con la BB francesa, que puso su extrema ex cueritud al servicio de la extrema derecha política francesa, la de los lepennistas), me volví a emocionar con la vida de este gran señor del intelecto, la sabiduría, el arte y la vida asumida como compromiso, con su gente y su tiempo.

Brecht nació en Baviera, Alemania. Desde muy joven dio muestras de su pensamiento siempre crítico y su espíritu libertario. Estudiante apenas de bachillerato, escribió en contra de los manifiestos dedicados a la exaltación de la guerra, provocando con ello la expulsión de su escuela. Al paso del tiempo (y con el hitlerismo en ascenso) Brecht se fue radicalizando hasta definirse como comunista sin carnet. Enfrentó el antisemitismo provocando la ira del f ühre r, al grado que a la mitad de la representación de su obra La toma de medidas, la policía irrumpió en el teatro y suspendió violentamente la función. La quema del Reichstag lo obligó, en compañía de su familia y amigos cercanos, a huir de Alemania al ser acusados de alta traición. ¡Qué ironía! Inamovible en sus principios, BB tenía que cambiar de territorio cada vez que la firmeza de sus convicciones entraba en conflicto con los poderes erigidos sobre el autoritarismo, la injusticia y la irracionalidad. Así, llegó a Estados Unidos, país triunfador de la contienda mundial, en la que, como todos sabemos, ofrendó miles de jóvenes vidas en defensa de la libertad. Pronto, la costumbre de expresar sus opiniones sobre el mundo circundante lo llevó, inevitablemente, a ser considerado un peligro para el país.

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Manifestación cerca de la Torre Trump de Chicago contra la instalación de un oleoducto en Dakota, el sábado pasado. El 24 de enero el presidente estadunidense firmó órdenes ejecutivas para proceder con la construcción de los polémicos oleoductos Keystone XL y Dakota AccessFoto Afp

Investigado por el House Committee o Un-American Activities (Comité de Actividades Antiestadunidenses), una vez más debió salir huyendo para salvar su libertad personal, que tantas veces había puesto en riesgo, con tal preservar la de su pensamiento.

Brecht vivió sus últimos años en Berlín del Este. Enemigo permanente del autoritarismo y del Estado policiaco, a su muerte surgió la sospecha de que ésta podía haberse debido a un tratamiento mortal deliberado. Fue merecedor de di­versos reconocimientos, tanto a su talento como a su postura permanente de hombre libertario, incorruptible e incapaz de perversas concesiones.

La segunda versión sobre la autoría del poema conocido como Ellos vinieron hace referencia a otro alemán menos conocido, pero igualmente respetable y de vida tan insólita y digna de ser recordada como la anterior. Me refiero a don Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller-Von Sell (por elemental economía textual, dejémoslo en Friedrich). La referencia inicial que de él tengo es que durante la Primera Guerra Mundial era comandante de un submarino alemán y que en esos tiempos compartía los sentimientos antisemitas que impregnarían el movimiento nacionalsocialista del futu­ro f ührer. Al final de la conflagración, la mentalidad militar y la concepción racista de Friedrich dio un giro radical y, como si los remordimientos de conciencia lo obligaran a buscar perdón y purificación, primero se convirtió al protestantismo en grado de pastor, y luego se transformó en un aguerrido luchador antimperialista. Al ascenso de Hitler, Friedrich hacía de sus sermones verdaderas proclamas antinazis. En ellas, según testimonio de doña Sibylle Sarah Niemöller-Sell, quien desde jovencita no se perdía las prédicas de este apasionado pastor, solía incluir el poema que comentamos, aunque con algunas variaciones en cada ocasión. Uniendo sus dotes de mando naval con su labia de predicador, convirtió a la fräulein Sibylle en frau Niemöller. En su calidad de cónyuge supérstite ella autentificó la versión original del poema que desde entonces, dolorosa y vergonzante es estigma en la conciencia de la humanidad. El activismo de Friedrich era tan intenso, que la Gestapo de Himmler lo privó de su libertad y lo internó en el campo de concentración Dachau, del que fue liberado hasta 1945 a la llegada de los aliados. De inmediato constituyó el Consejo Mundial de Iglesias y dio a conocer la De­claración de Stuttgart, una in­concebible aceptación de la indigna actitud que habían asumido du­rante el régimen hi­tleriano. ¿A cuánto se le habrá subido la bilirrubina a Eugenio María Pacelli, más conocido en los medios fascistoides como Pío XII?

El día que este teólogo, poeta, militante de la libertad y la resistencia cumplió 90 años dijo: Empecé como ultraconservador y ahora soy un revolucionario. Si llego a los cien es posible que me convierta en anarquista.

Tanto Brecht como Friedrich fueron reconocidos con el Premio Lenin de la Paz.

Creo haber comentado que el poema está inscrito en el Museo del Holocausto, en Washington, pero que se le ha censurado el verso inicial que hace referencia a los comunistas. Afortunadamente, es seguro que don Don(ald), que jamás ha visitado un museo, no lo haga en los meses que a su gobierno restan, si no: adiós poema.

Próximamente: dos malas noticias para don Don(ald) y una preguntita al siempre fúrico presidente del Partido Acción Nacional.

Twitter: @ortiztejeda