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EL PRI, ese reconocido
D

icen los priístas que han festejado su aniversario 88. Es un error histórico. Si miramos al contexto en que nació el PRI el 18 de enero de 1946, y si leemos los documentos de la época, encontramos que el partido que fundaron Manuel Ávila Camacho y Vicente Lombardo Toledano no quería tener nada que ver con el partido que organizaron Lázaro Cárdenas y Vicente Lombardo Toledano en 1938; y menos todavía con la confederación de partiditos que construyó Plutarco Elías Calles en marzo de 1929. Hay cierto parentesco entre estas tres organizaciones. Sin embargo, verlas como si fueran la misma gata pero revolcada no nos ayuda a entender por qué el PRI permaneció en el poder ininterrumpidamente entre 1946 y el año 2000, que ya es de por sí mucho tiempo.

La derrota debía haberles enseñado a los priístas que el cambio y la alternancia son saludables, y que la permanencia no es necesariamente una virtud. No deja de ser divertido que la noción de que el PRI tiene 88 años, de los cuales 76 en el poder, la compartan los priístas y sus críticos, pero mientras para unos la continuidad es un legado sagrado, para los otros es prueba del carácter antidemocrático del sistema político. Lo que para unos es motivo de orgullo, para los otros es causa de vergüenza.

El Partido de la Revolución Mexicana que por decreto presidencial nació en 1938, se autodenominaba un partido de trabajadores, que no es lo mismo que el partido de organizaciones y ciudadanos con el que Miguel Alemán llegó a la presidencia. De hecho, el PRM nunca se consolidó como partido; era más bien un frente bastante laxo de organizaciones fundamentalmente obreras y campesinas. La pieza dominante era la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en demérito de la central campesina, mientras que la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, apenas contaba. En un artículo sobre la génesis del Partido Popular, titulado La mesa redonda de los marxistas mexicanos, el Partido Popular y el Partido Popular Socialista, publicado en la revista Andamios, Rosendo Bolívar Meza cita el discurso que pronunció Lombardo en 1944, ante el 22 Congreso de la CTM: Debemos organizar totalmente la estructura del Partido de la Revolución Mexicana, que está muerto y desprestigiado, podrido y desaparecido. Tenemos que hacer un nuevo partido en México. Eso precisamente fue el PRI.

En realidad, nadie sabía lo que era el PRI cuando se votó su creación. Unos creyeron que sería un partido de ciudadanos, conforme al proyecto de Ávila Camacho; otros pensaban que ese proyecto había sido derrotado y que el partido sería el instrumento de las corporaciones. Nadie quiso aclarar nada y todos los delegados que asistieron a la convención en el cine Metropólitan, salieron felices en medio de confeti, globos y serpentinas, cada uno convencido de que la nueva organización era lo que esperaba. Las ambigüedades de la retórica y de principios abstractos generaron esta diversidad oportunista de interpretaciones.

No sé cuándo el discurso priísta cifró en la continuidad histórica la legitimidad que las urnas no le daban a su partido. Creo que fue Adolfo López Mateos el presidente que buscó en el Partido Nacional Revolucionario, PNR, y en el PRM un supuesto pedigrí para el PRI. Un recurso sorprendente si recordamos que en los tiempos respectivos no había nada peor que un callista/político del PNR o un perremeano. A nadie que trataba de prometer un futuro mejor para los mexicanos se le ocurría decir: ¡Sigamos el ejemplo de Plutarco (el nuestro)! o “¡Seamos como Fidel (Velázquez)!, y sin embargo, los políticos del temprano priísmo lanzaron un discurso que hubiera podido inspirar consignas de ese tipo, y los políticos del priísmo tardío lo han seguido ciegamente sin detenerse a pensar en las negras referencias que invoca y en sus implicaciones. En realidad, el PRM se planteó originalmente como la negación del PNR, y el PRI como el sepulturero del partido cardenista.

El empeño por hacer de una pretendida continuidad el valor esencial del PRI, es la proyección del profundo conservadurismo característico de la sociedad mexicana, al mismo tiempo que lo fomenta y lo refuerza. También enmascara las discontinuidades que han impulsado transformaciones radicales, y las minimiza, y nos hacen creer que aquí nada cambia que todo sigue igual. Lo único que logra este discurso es alimentar nuestro pesimismo y la mala imagen que tenemos de nosotros mismos.

Creo que si los priístas quieren tener algún atractivo para el electorado tendrían que reconsiderar su relación con los cambios que experimentó el país desde que nació su partido. Desde la industrialización hasta la transición demográfica, la urbanización o la relación con el exterior. Tendrían que hacer un examen de conciencia y una autocrítica. ¿Quieren hacernos creer que no han cambiado? Entonces, ¿cómo explican que en los años 90 hayan desmantelado el Estado que ellos mismos construyeron?

Si en algo creían los priístas del pasado era en la necesidad del Estado, de esa entidad que no era una abstracción, sino una realidad que tenía una política industrial, una política educativa, una política cultural, una política económica, una personalidad propia que sabía defenderse de la condescendencia y del rechazo del odioso vecino. El PRI de los años 90 no se reconocía en ese pasado de creatividad institucional y de responsabilidad pública. De ahí que anduviera dando palos de ciego cuando trataba de encontrar un lugar imposible en una América del Norte también imposible. Tenía que haber llegado Donald Trump a la Casa Blanca para que un presidente de origen priísta hablara de mercado interno. El PRI tenía que recibir un tremendo portazo en la cara para que volviera a reconocerse.