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Las siete veces que conocí a Alfredo López Austin
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Alfredo López Austin el pasado 3 de octubre, en el auditorio Pablo González Casanova de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAMFoto María Luisa Severiano
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ació en Ciudad Juárez, Chihuahua, el 12 de marzo de 1936, así que este año cumple 81 años. ¿Qué podría decir yo del profe que no se haya dicho? Sería redundante hablar de sus grandes aportes teóricos, de su enorme contribución al conocimiento de la cultura mesoamericana pasada y presente. Podría iniciar diciendo que Alfredo es, ante todo, un sabio y una buena persona; pero se me ocurrió que las varias veces que le he conocido ilustran otras tantas facetas de él.

La primera vez que lo conocí fue en 1989: Elisa Ramírez le regaló un libro a mi amigo Taca, que a su vez me prestó y que me deslumbró. Se trataba de Una vieja historia de la mierda, trabajo conjunto de Alfredo y Francisco Toledo. una afortunada conjunción entre arte y ciencia social. Se trataba de una obra magistral de la escatología, que había logrado un equilibrio donde no pesaba más el dibujo o la letra. Una obra que hacía de un tema misceláneo el reflejo de nuestra cultura.

La segunda vez fue durante 1994 en Chiapas: allá vivía yo cuando Walburga Rupfflin me dijo: Tal vez lo cité mucho. Pero no existe actualmente nadie que entienda y explique mejor estos temas expresó tajante; Debes leerlo, sentenció imperativa, y la siguiente vez que un conocido suyo fue al DF encargó Los mitos del Tlacuache y me lo regaló.

La tercera vez pude ponerle rostro: el país se había cimbrado con el levantamiento indígena de Chiapas. Vino un primer diálogo y una traición artera de los mismos actores que hoy nos gobiernan. Era febrero de 1995, el Ejército trató de eliminar a la dirigencia zapatista y ocupó militarmente el territorio indígena; a su paso arrasó milpas, envenenó fuentes de agua, destruyó casas y las pocas pertenencias de sus habitantes. Si esto se supo y tuvo resonancia fue en parte por los informes de una misión de observación in situ que convocó don Samuel Ruiz y a la que asistieron múltiples personalidades. Saqué fotos del momento; en varias se ve a Alfredo atento, tomando notas en la plática inicial que se verificó en el seminario de Santa Lucía y pensé: a este señor que escribe de mierda y de tlacuaches, de cuerpo e ideología, no sólo le importa el indio muerto, se interesa por los indios vivos y se compromete con lo que les sucede, con lo que nos sucede como país.

La cuarta vez lo vi aún más involucrado: fue durante los Diálogos de San Andrés; él aceptó ser asesor del EZLN. Puso su conocimiento y su prestigio al servicio de la causa indígena, pero que ultimadamente implicaba la transformación del país. En ese proceso yo tuve un papel modesto; entre mis múltiples funciones, fui con otros compañeros una especie de edecán de los asesores del EZLN, que carecían del gran aparato logístico de los representantes del gobierno. Fue la primera vez que le dirigí la palabra; me impresionó su sencillez, le dije que había leído el libro de la caca, rió y me dijo con sorna que muchos le dejaron de hablar por ese libro. Luego en mi papel de recadero me tocó llevarle una funesta noticia: su familia lo buscaba pues su madre había fallecido, y como mensajero de la muerte vi al hombre y su dolor. Obviamente debe recordar el momento, pero no que yo, que posteriormente sería su alumno formal, fui aquel mensajero.

Pasó más de una década para que conociera a Alfredo una quinta vez: cuando Ana y yo entramos a un posgrado en la UNAM y nos inscribimos en su clase. El profe es la antítesis de la vaca sagrada o la diva; es un maestro en toda la extensión de la palabra, modesto, pero consciente de su sabiduría (como decía Mircea Eliade del chamán siberiano); es también ejemplar. No es un aviador, cumple a cabalidad el programa y sus clases; si falta las repone. También es la antítesis del maestro flojo, mediocre y fanfarrón: prepara sus clases, las renueva, es puntual, paciente, didáctico, divertido, profundo, reflexivo. Da su clase en un auditorio, los asistentes son variopintos, a las pocas sesiones llama a todos por su nombre, recuerda sus temas, debate, plantea problemas, resuelve dudas, pregunta, escucha paciente y crítico las exposiciones de sus alumnos, siempre en su papel de pedagogo, lee los trabajos finales, los comenta, corrige, ¡los trabajos de todos!, a pesar de su fuerte carga de trabajo académico. Guardo con cariño y como fetiche mis trabajos calificados por él. Y me quedó el recuerdo indeleble de que durante el tiempo que cursamos el seminario siempre estuvo Martha en la fila más lejana, mesurándolo, corrigiéndolo, fungiendo como apuntador, o como biblioteca que contiene los datos por él olvidados y/o deformados; ya sea gritándole –¡López!– para reprenderlo amorosamente o completando una frase, un dato, una referencia o bibliografía, encontrando una palabra o término perdido, precisando fechas, lugares, nombres… no como su patiño, sino realmente como su compañera más cercana.

La sexta ocasión que conocí a Alfredo fue en 2010, cuando, siendo su alumno, fui con Ana a Perú: antes de partir le preguntamos si necesitaba algo de allá, pensando que tal vez quería una foto digital de alguna pieza o sitio prehispánico, o un libro inconseguible acá, o tal vez nos imaginamos enviando un saludo, llevando una carta, o algo así, a Lucho Millones (el teórico andino); y no, lo que nos pidió fue traerle una fruta llamada lúcuma –una sapotaceae que no es endógena de Mesoamérica–, dijo, evocando su sabor. Y sí, Ana y yo cumplimos su deseo y contrabandeamos una lúcuma fresca que llegó sin echarse a perder…

La séptima vez ha sido a través de sus cartas públicas y sus firmas en otras tantas colectivas: quien esté interesado en conocer su pensamiento político lúcido lea su carta del 24/8/12, donde toma posición ante la respuesta de las autoridades a los que luchan en defensa del patrimonio cultural de la nación. Ahí nos dice: Cada día se fortalecen nuevos planteamientos: si no es la razón, ¿cuál es la vía ciudadana? Si no es el diálogo, ¿cuál es la vía ciudadana? Si no es el derecho, ¿cuál es la vía ciudadana? Si no es el reclamo del legítimo interés nacional, ¿cuál es la vía ciudadana? Si no es la protesta contra la destrucción de nuestros nichos natural, social, cultural y económico, ¿cuál es la vía ciudadana? Si estas vías no son válidas en México, ¿hay otras posibles? Por otro lado, su firma en apoyo a la lucha magisterial, publicada junto a las de otros académicos en El Correo Ilustrado de La Jornada el 6/9/13, me hace conocerlo de nuevo y reconocerlo como un hombre cabal, un sabio que no vive en una torre de marfil, sino que se vincula con nuestra realidad, su realidad, y que intenta, además de comprenderla, transformarla; en fin, un hombre excepcional.

* Antropólogo