Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Vivir soñando

S

entada en la silla tubular del consultorio, Lidia escucha remota la voz de la doctora: ¿Cómo ha podido resistir tantas cosas? Ella misma se lo había preguntado muchas veces sin obtener respuesta hasta que al fin la encontró: imaginándose que cada momento difícil era un mal sueño del que iba a despertar.

¿Cuándo aprendió a escaparse así de la realidad? Muy chica, a los siete años, cuando pasó lo del bebé. Mucho antes de que naciera los padres habían decidido ponerle Zenón si era niño y Basilisa si les llegaba una niña. (Lidia, ¡tienes una hermanita!) No alcanzaron a bautizarla. Desde el día de su nacimiento hasta el de su muerte se limitaron a llamarla nena en todo momento: cuando no quería comer, cuando lloraba hasta amoratarse, en los pocos ratos en que dormía.

Lidia tiene presente cuánto la asustaba ver a la nena con los ojos cerrados. Por eso hacía ruido para despertarla. Su madre nunca aceptó esa explicación (¡Eres desconsiderada y mala hermana!) y en castigo dejaba de hablarle y ponía su colchón afuera del cuarto, lejos de la cunita de la nena. Cuando murió, su padre le dijo: Ya estarás contenta, pero enseguida la levantó en sus brazos para que pudiera darle a su hermanita un beso en la frente helada y dura, como de cartón.

¿Qué sucede? ¿En qué está pensando? El recuerdo afirma su idea de que en aquel preciso momento le dio por imaginar que todo lo que estaba sucediendo era parte de un sueño del que iba a despertarse, así que podría acompañar a la nena en sus primeros juegos, sus travesuras y sus progresos hasta que llegara el momento en que las dos pudieran llamarse por sus nombres a gritos.

II

No se quede callada. Dígame lo que sea, lo primero que se le ocurra. Muchas veces, despierta, se imaginó diciéndole a su hermanita: Basilisa, deja de esconderte ¡y sal! Basilisa: devuélveme mi muñeca. Basilisa: no agarres mi cuaderno. Basilisa, ayúdame a esconder los vidrios porque si los ve mi mamá...

No se puede decir que hayan convivido, pero la extraña. ¿Por qué? En estos momentos difíciles por los que está pasando, si no hubiera ocurrido lo que sucedió, Lidia podría buscar a su hermana o llamarla por teléfono para ponerla al tanto de su situación y pedirle consejo. (Basi: Marcos se fue y para colmo me despidieron del trabajo. ¿Qué hago con el poquito dinero de mi liquidación: ¿me regreso al pueblo y pongo allá una tiendita o me espero aquí, a ver si consigo otro empleo.) ¿Lo habría seguido?

Entiendo que su edad pueda ser un obstáculo, pero no insalvable. Lidia sabe que su doctora habla así para impulsarla a salir de la espantosa depresión que la tiene paralizada. Si su hermana supiera que hay días en que no se levanta ni se baña ni contesta llamadas ni come, ¿qué le diría? Imposible imaginarlo. Si hubiera tenido tiempo para conocer la voz de Basilisa sería más fácil ponerle palabras en la boca, pero la nena no dijo ni una sílaba. Sólo gemía de dolor o tal vez por imaginar que iba a morir antes de conocer lugares que no fueran la cuna o la caja forrada de charmés blanco.

Por triste que sea, tiene que verbalizarlo. Lidia recuerda que en su ataúd, con la babita escurriendo de sus labios entreabiertos, su hermana parecía dormir. Quiso despertarla, se acercó y lloró con todas sus fuerzas, pero sólo consiguió que sus padres la mandaran a la casa de una vecina mientras pasaba todo. Entonces no sabía que eso significaba velorio, sepultura. Lidia no fue al entierro de su hermana y nadie irá al suyo.

III

Que no le dé vergüenza. Llore. Desahóguese. Hay muchas cosas que hacen los niños y que la nena no tuvo tiempo de hacer: dormirse en el regazo de mamá, ir a la escuela, aprenderse una canción, mordisquear la goma de un lápiz, ponerle nombre a un gato o sentarse al lado de su hermana mayor para que les tomaran una foto en el cumpleaños de una de las dos.

¿Tan poco tiempo? Su hermana vivió 21 días: llegó al mundo sólo para morirse. Cuando Lidia quiere imaginarla de 14 o 15 años no tiene más remedio que prestarle su cara, su estatura y uno de sus vestidos. Entonces sí la llama Basilisa. ¿Cómo le habría dicho de cariño? Y cuando Basi tuviera novio, ¿él cómo le diría?

Me gustan los secretos y si quiere decírmelo... A veces, cuando va por la calle, mira con atención a los hombres. Ellos malinterpretan su interés. Lógico. No pueden saber que está jugando a descubrir con cuál de todos se habría casado Basi. En una ocasión se le ocurrió que el mejor esposo para su hermana podía haber sido Carmelo Aceves, un compañero de trabajo que la atraía mucho. Él jamás le demostró interés, pero cuando supo que estaba despedida fue a desearle buena suerte y le regaló una pulsera hecha de San Juditas. Es el santo patrono de Lidia. Antes lo visitaba en su iglesia el 28 de cada mes. Ya no. Hay días en que la depresión la sitia, le trae malos recuerdos, la llena de pensamientos morbosos y la deja sin aliento para fingir que cuanto le sucede es un mal sueño del que va a despertar.