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El zapatismo y la revolución mundial
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ucho ganaríamos, mucho ganaría la humana justicia, si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de Rusia la irredenta son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos. Aquí como allá, hay grandes señores, inhumanos, codiciosos y crueles que de padres a hijos han venido explotando hasta la tortura, a grandes masas de campesinos. Y aquí como allá, los hombres esclavizados, los hombres de conciencia dormida, empiezan a despertar, a sacudirse, a agitarse, a castigar.” La anterior es una declaración del general Emiliano Zapata, jefe del Ejército Libertador, formulada el 14 de febrero de 1918, en una carta escrita en su cuartel de Tlaltizapán, dirigida al general Jenaro Amezcua, a quien había encomendado difundir los ideales del zapatismo en América y Europa.

La fecha del documento es importante. Se escribió un año después de promulgada la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con lo cual el carrancismo dio por terminada la guerra que durante siete años había asolado al país y uno antes de que fuera asesinado por el traidor Jesús Guajardo, aquel infausto 10 de abril de 1919. Para hacer frente a la propaganda carrancista, los zapatistas habían decidido iniciar una campaña mundial y, en voz de su jefe máximo, declaraban que la revolución agraria continuaba y se proponían explicar sus finalidades, así como su íntima solidaridad con los movimientos de emancipación que en otras regiones del mundo realiza en la actualidad el proletariado, según expresaba el mismo general Emiliano Zapata en su misiva. Por eso instruía a su comisionado incidir entre los grupos políticos con quienes entrara en comunicación para que en interés de la causa común, propaguen en pro de la gran masa de los campesinos, generalmente descuidada y poco atendida por los protagonistas obreros.

En su carta, el general Emiliano Zapata declaraba que, desde su punto de vista, entre la revolución agraria de México impulsada por los zapatistas y el movimiento revolucionario de los rusos impulsado por los bolqueviques, existía un marcado paralelismo. “Una y otro van dirigidos contra lo que León Tolstoi llamó ‘el gran crimen’, contra la infame usurpación de la tierra, que siendo propiedad de todos, como el aire y como el agua, ha sido monopolizado por unos cuantos poderosos, apoyados por la fuerza de los ejércitos y por la iniquidad de las leyes”, decía. Y agregaba: No es de extrañar, por lo mismo, que el proletariado mundial aplauda y admire la revolución rusa, del mismo modo que otorgará toda su adhesión, su simpatía y su apoyo a esta revolución mexicana, al darse cuenta cabalmente de sus fines. De estas declaraciones se desprende que el zapatismo no sólo era un proyecto nacional, sino también aspiraba a incidir en la revolución mundial, teniendo como eje la alianza entre obreros y campesinos.

Este aspecto de la propuesta política del zapatismo quedaba bastante claro en las instrucciones que dictó al general Genaro Amezcua sobre su actuar durante sus actividades de propaganda. “Es preciso no olvidar –le escribía– que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino. De no ser así, la burguesía podrá poner estas dos fuerzas la una frente a la otra, y aprovecharse v. gr., de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo. Así lo hicieron en México, Francisco I. Madero en un principio y Venustiano Carranza últimamente; si bien aquí los obreros han salido ya de su error y comprenden ahora perfectamente que fueron víctimas de la perfidia carrancista”.

Ahora que se cumple un aniversario más del asesinato del jefe revolucionario, es importante conocer que además de un proyecto de nación con sustento en la propiedad colectiva de las tierras y en el poder organizado de los pueblos, los zapatistas pensaban que el triunfo de su causa requería de la participación de fuerzas revolucionarias de otras latitudes; que el cambio revolucionario, para tener éxito, debería ser total. Estas ideas adquieren gran actualidad sobre todo en estas épocas en que el capital se ha trasnacionalizado a tal grado que es muy difícil conocer la nacionalidad del mismo, por lo cual las resistencias contra la apropiación de los bienes comunes que lleva a cabo, particularmente en el campo, necesita salvar las fronteras fijadas por los estados y tejer una gran alianza obrera campesina como requisito necesario para tener éxito. Se trata de otro rasgo del zapatismo que, como relámpago en la tormenta, puede seguir alumbrando la lucha popular.