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Conspiraciones y posverdades
S

e mueve el mundo entre conspiraciones y posverdades. Sí, hay política, economía y milicia y más, aunque están cruzadas por esas dos monstruosidades.

Posverdad fue la palabra del año, eso decidió el prestigioso diccionario Oxford en 2016. Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales, fue la primera definición, y fue dedicada al Brexit y a la contienda electoral de Hillary Clinton y Donald Trump. El diccionario constató un incremento en su uso, en el contexto del referendo británico sobre la Unión Europea y las elecciones presidenciales en Estados Unidos, hasta convertirse en un término habitual en los análisis políticos.

Sobre las conspiraciones –de las que generalmente he descreído– conviene la lectura del filósofo canadiense Peter Dale Scott, L’État profond americain: la finance, le pétrole et la guerre perpétuelle [ El Estado profundo estadunidense: la finanza, el petróleo y la guerra perpetua (Éditions Demi-Lune, Plogastel-Saint-Germain, 2015)]. Una obra que le tomó al autor 40 años escribir. He leído un resumen escrito por el propio autor, El Estado profundo estadunidense, publicado también en 2015 por la Red Voltaire ubicada en Ottawa, que no abarca lo relativo a la finanza, el petróleo y la guerra perpetua. El resumen tiene 59 citas de un vasto número de fuentes.

Desde los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 hemos venido alertando a nuestros lectores sobre la existencia en Estados Unidos de un Estado profundo, independiente de la Casa Blanca e incluso capaz de imponer su voluntad al Ejecutivo. Se trata, a nuestro modo de ver, de una noción indispensable para la comprensión de la política estadunidense. La existencia de este Estado profundo, oficialmente reconocida por la Casa Blanca, contradice la independencia misma del Poder Ejecutivo estadunidense, dice el profesor Dale Scott. Los acontecimientos profundos estructurales, estudiados por el autor, son el asesinato del presidente Kenneddy, el caso Watergate, el escándalo Irán- contras y el 11 de septiembre de 2001. Este último caso lo profundiza en su libro El camino al nuevo desorden ­internacional.

El Estado profundo, según Dale Scott, es la red de relaciones ocultas entre la CIA, la NSA (National Security Agency; su divisa es: La defensa de nuestra nación. Asegurar el futuro), el Pentágono, empresas privadas como Booz Allen Hamilton, grandes bancos. Desde los años 1950, su plan se conoce como programa de Continuidad del Gobierno (Continuity of Government o COG), más comúnmente designado en el Pentágono como Proyecto Juicio Final.

En 2013 Trump hizo estos posicionamientos sobre Siria, en un conjunto de tuits: “Debemos quedarnos fuera de Siria. Los rebeldes son igual de malos que el régimen actual. ¿Qué recibiremos a cambio de nuestras vidas y miles de millones de dólares? Cero… De nuevo, a nuestro tonto líder [Obama]: no ataque a Siria. Si lo hace usted, ocurrirán muchas cosas muy malas y de esta lucha EU no obtendrá nada… [y más]: No ataque a Siria. Un ataque no traerá más que problemas a EU: ¡Concéntrese en hacer a nuestro país fuerte y grande otra vez!” De esta frase de 2013 habría de surgir el lema que hizo bordar en la gorra que usó durante su campaña: Make America Great Again.

La ex secretaria de Estado Hillary Clinton, el martes pasado, el día de los Tomhawk, manifestó la idea de bombardear las instalaciones aéreas del gobierno sirio menos de 48 horas antes de que lo ordenara el inefable Trump. ¿Sabía lo que venía? Ocurrió también una filtración publicada por varios medios estadunidenses: los rusos fueron enterados de que caería una lluvia de misiles en Shayrat, Siria, unas horas antes de que ocurriera. ¿Para que todo mundo escapara a tiempo?; así lo conjeturaron algunos de los medios que publicaron la filtración.

Una fuerza oscura imperialista hizo girar 180 grados la cabeza ignorante y blandengue de Trump, quien ilegalmente ordenó el bombardeo. Decidió tal acción imperialista porque –dijo– lo de Siria es horrible, horrible. Bashar Al Assad negó rotundamente ser responsable de haber echado gas sarín sobre la provincia de Idlib. Putin, apoyado en un informe de su ejército, reveló que el gobierno de Siria sí bombardeó Idlib, pero que ahí los rebeldes tenían oculto un depósito de gas sarín, que se esparció mortalmente sobre la población. Hillary aplaudió el bombardeo de Trump, también el Partido Demócrata. En Occidente hubo casi unanimidad, cínica, de gobiernos y medios, asegurando que el culpable era Al Assad, sin que el gobierno gringo hubiera permitido una investigación previa por parte de la ONU. Es claro que esa negativa arroja dudas inmensas acerca del señalamiento de dicha unanimidad sobre la supuesta decisión de Al Assad. Rusia informó que tomó la decisión política de no interceptar los misiles, porque tenía un acuerdo aéreo con EU, que el bombardeo había roto. La ruptura fue refrendada por Rusia. Este país tiene una fuerte base militar en Tartus, Siria –que va a fortalecerse, según anunció el Kremlin–, mientras el cielo sirio está poblado de aviones rusos. Permanece como un temido arcano las consecuencias de un encontronazo entre EU y Rusia, en Siria. Los monstruos están envalentonados y empiezan a decir que van por Corea del Norte, China y Rusia. La jaloneada geopolítica entre EU y Rusia empeora, y todos parecen instalados en un sinfín de posverdades ignominiosas.

Como dijera Juan Carlos Monedero, los poderosos nos mean, pero dicen que llueve.