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¿La nueva lucha de clases?
C

on ese título, más que sugerente y actual, el economista Michael Lind, director y fundador del programa sobre el crecimiento económico del Instituto New America, publicó un ensayo en la revista American Affairs, en su número más reciente.

Según Lind, la lucha de clases tradicional tiene lugar actualmente entre los trabajadores y una moderna clase gerencial (managerial). Sugiere que “la lucha de clases que siguió a la guerra fría se tornó en trasatlántica entre élites corporativas, financieras y profesionales, en oposición a una clase trabajadora populista que, hasta ahora, ha culminado en Brexit y la elección de Donald Trump.” El “capitalismo meritocrático –dice– está amenazado desde su interior por una ‘nueva clase’, consistente en intelectuales progresistas, profesores, periodistas y activistas de organizaciones no lucrativas que pudieran ser aún más poderosos que los banqueros y los directores de corporaciones”. Agrega que “conservadores, neoliberales y libertarios no han podido explicar esos fenómenos por el desconocimiento o la negación explicita de la existencia de una lucha de clases. El marxismo, al menos habla de clases y conflicto de clases seriamente.

“Afortunadamente –continúa– existe un cuerpo de pensamiento que trata de explicar la confusión: James Burham con su teoría de la ‘revolución de la clase dirigente’ (mangerial) y John Kenneth Galbraith, en su libro sobre El nuevo estado industrial. No obstante sus diferencias ideológicas, coinciden en la definición de una relación diferente que se puede llamar la ‘nueva lucha de clases’.”

Sugiere que a finales del siglo XX la nueva clase dirigente (managerial) elude el contrato con la clase trabajadora tradicional mediante la trasnacionalización de sus operaciones. La mano de obra no calificada es necesaria en los países industrializados (migración) y la calificada o semicalificada en los países en proceso de industrialización hacia los que se transferirán las inversiones. El hecho es que en ambos casos se benefician del bajo costo de la mano de obra.

Es interesante cómo se fundamenta en esta concepción de lucha de clases para introducir el tema de los tratados comerciales. Estados Unidos y otras naciones industrializadas –dice– han decidido abolir barreras tradicionales al comercio mediante la armonización en las normas multirregionales con tratados como el TLCAN. Esta variante refleja los intereses de las trasnacionales, no de las clases trabajadoras. Algunos de sus resultados son la depresión relativa de los salarios, y la evasión legal de impuestos. Es el caso de inversionistas en Wall Street y en Londres o en la defensa de los derechos sobre la propiedad industrial de la tecnología proveniente del Valle del Silicon y de la industria farmacéutica. Citando a Friedman y Krugman, toca otros temas como la conveniencia de la migración indocumentada en países donde existe el Welfare o el seguro social, pero en los que los indocumentados no tienen derecho a ellos. Habrá que comentar las propuestas y contradicciones expresadas por Lind más ampliamente. Por el momento, valga incorporar una de sus conclusiones al tema actual de la revisión del TLCAN. Tiene razón cuando dice que en los tratados comerciales la defensa de los intereses de las industrias nacionales rápidamente se convierte en la defensa de las trasnacionales, debido a la integración de las cadenas de producción. En cambio, son asimétricos tratándose de la protección laboral. Ejemplo de ello es la cláusula que en el TLCAN se refería a la protección de los trabajadores. Su aplicación y beneficio real fue marginal y ni por asomo garantizó una de las aspiraciones del sector: un tráfico más flexible de la mano de obra entre los países firmantes.

Dejar de lado una vez más la protección laboral redundaría en una mayor profundización en la pésima redistribución de la riqueza y el deterioro de sus condiciones de vida con las consecuencias que están a la vista.