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Navidades y amnistías: fin de la División del Norte
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errotado en el Bajío, Pancho Villa apostó sus últimas cartas en Sonora, de octubre a diciembre de 1915. Vencido en el estado que era cuna de sus más poderosos enemigos, Villa regresó a Chihuahua por el camino de la sierra, entre fríos atroces y mortandades horrendas (en esa ruta, el primero de diciembre de ese 1915, en San Pedro de la Cueva, Villa ordenó la ejecución de numerosos civiles, iniciando la espiral de una violencia extrema que lo caracterizó a él y a sus enemigos en la siguiente etapa).

Tras la terrible caminata por la sierra, Pancho Villa llegó a San Pedro Madera el 11 de diciembre. Embarcó a su gente por ferrocarril a la hacienda de Bustillos y él, con los dorados de su escolta, se trasladó a la capital del estado, a donde arribó el día 15. Lo recibió una multitud tan entusiasta como temerosa de lo que venía.

Durante los cuatros días siguientes, Villa impuso préstamos forzosos, forzó la reactivación del comercio de básicos al menudeo, recibió a numerosos jefes a los que dio instrucciones, ordenó el fusilamiento de algunos enemigos. El 18, comisionó a don Silvestre Terrazas y al general Cruz Domínguez para que negociaran con los carrancistas lo relativo a la entrega pacífica de la ciudad.

El mismo día 18 se supo que los carrancistas habían tomado Ciudad Camargo: eran 10 mil soldados del Ejército del Noreste que a las órdenes de Jacinto B. Treviño venían avanzando desde Torreón. Frente al avance carrancista, retrocedía paso a paso, el general Cruz Domínguez, jefe de la Brigada Agustín Estrada. Preparándose para la siguiente etapa, Villa envió al exilio en Cuba (vía El Paso) a 30 señoras y señoritas entre las que iba su esposa, Luz Corral, y las esposas de los generales Manuel Madinabeitia, José Rodríguez y otros jefes: se cerraba la era villista en la ciudad de Chihuahua.

El 19 de diciembre entraron a Chihuahua los 500 dragones del general Cruz Domínguez. Villa exigió que se presentaran en su casa los generales que había en el estado así como algunos de los principales políticos de su facción. Una vez reunidos, Villa ordenó la evacuación de la plaza de Chihuahua y la concentración de todos los elementos en Bustillos, para discutir y aprobar los planes para la próxima campaña pues, les advirtió, él continuaría la guerra con quien quisiera acompañarlo, hasta acumular fuerzas que le permitieran derrocar a Carranza o morir en el intento.

Nevaba o había nevado en la ciudad de Chihuahua cuando Pancho Villa se despidió del pueblo de esa ciudad, que sus fuerzas controlaron sin contratiempos ni amenazas durante dos años y 12 días. Algunos testigos contaron una multitud, otros hablaban de 300 personas agobiadas por el frío atroz cuando se asomó Villa por el balcón central del palacio de gobier-no. Villa, muy emocionado y a ratos casi con lágrimas, contó que Carranza se había vendido a los gringos y aseguró que él continuaría la lucha en la sierra. El 22 de diciembre llegaron las vanguardias carrancistas. El 23, Manuel Madinabeitia entregó formalmente la plaza al carrancista Jacinto B. Treviño.

Evacuada Chihuahua, Villa conferenció en Bustillos con 27 generales; 23 de ellos dejaron bien claro que no deseaban continuar una lucha que no tenía esperanza ni futuro y que pensaban aceptar la amnistía de Carranza o refugiarse en Estados Unidos. El día de Navidad se rindieron en Ciudad Juárez (aceptando la amnistía) Fidel Ávila y otros 20 generales y más de 7 mil hombres. En las semanas siguientes continuarían entregándose villistas hasta sumar un total de 40 generales, 5 mil 46 jefes y oficiales y 11 mil 128 soldados.

Ante esta situación, los generales reunidos en Bustillos acordaron licenciar a la infantería y disolver la División del Norte para continuar la resisten-cia guerrillera. Terminaba la guerra civil, iniciaba la resistencia.

La División del Norte había muerto. La experiencia villista de gobierno se cerraba con la ocupación carrancista de Chihuahua. El Ejército Libertador del Sur estaba cercado y muy pronto vería la invasión de su territorio y la disolución de la asamblea deliberante que, en Jojutla, seguía llamándose Convención. La mayor parte de los asesores civiles, los legisladores, los diplomáticos de ambos ejércitos estaban ya en el exilio. Demasiados de los jefes militares habían caído bajo las balas enemigas. Una generación entera de jóvenes rebeldes del norte y del sur también había caído. El campo de Morelos, Guerrero, Chihuahua y Durango estaba devastado, aún más que el resto del país; su economía dislocada no bastaba siquiera para alimentar a una población mucho menor que la de 1910. La revolución parecía vencida.

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