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Cisen en el comadreo
E

l Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) fue creado para rescatar una función esencial para el país del desastre ético, legal y político en que se había hundido su antecesora la DFS (Dirección Federal de Seguridad) de la Secretaría de Gobernación.

Los pecados de la DFS no eran veniales: convivencia con el narcotráfico, secuestros, extorsiones, torturas, el asesinato de un prestigioso periodista en 1984, espionaje político y… estar al servicio de nuestros amigos, como se llamaba a la estación (delegación) de la CIA en México. Ante esa perturbación, la creación del Cisen se sustentó en los principios de exigirse las más altas calificaciones en el respeto a la ley, eficiencia y probidad.

Iniciada la transformación en el sexenio de Miguel de la Madrid, el Cisen fue fundado en 1989 como una institución del Estado concebida y creada para servir al país en el más elevado de los planos. Planteado así, funcionó de 1989 a 2012, implantando crecientemente métodos de trabajo puestos a cargo de estudiosos procedentes de las más acreditadas instituciones. Sufrió varias zarandeadas, Fox lo quiso eliminar, pero siguió apoyando los procesos de decisión de medidas fundamentales para una mejor gobernabilidad. Con esos estándares funcionó hasta 2012 en que se revirtieron sus fines al reducirlo a ser un instrumento sombrío al servicio particular del gobierno, separándolo de sus misiones trascendentales en favor de la nación.

Demostrando la ignorancia e irresponsabilidad que hoy se hace evidente, asesores del entonces presidente electo Peña Nieto, plantearon que era un desperdicio disponer de una institución tan robusta y dedicarla a asuntos inasibles como la inteligencia para la seguridad nacional. Ante ese hallazgo se decidió transformarlo en una improvisada organización destinada a fines particulares del poder y a investigar al crimen.

Se olvidaron los fines y principios, se improvisó ante la ausencia de conocimientos, se burocratizó e instaló el influyentismo para atender conveniencias y antiguos compromisos. La consecuencia son los hechos consumados hace semanas al espiar a candidatos presidenciales, AMLO y Anaya. Esos equívocos dan fe del regreso al pasado.

Se espía a los políticos y críticos antagonistas del gobierno y de su aditamento el PRI, a los adversarios en el imaginario de Peña Nieto. Es absurdo que se les vigile, fiscalice su privacidad o amedrenten. Que se les siga o se les acompañe por su bien, como quiso justificar en vano el secretario de Gobernación. Que se les siga o acompañe son actos de ilegalidad y primitivismo. El primitivismo lo exhibe la candidez con que el agente destinado a espiar a Anaya confiesa jubiloso que es responsable de vigilarlo y muestra inconsciente, la falta de respeto a la ley y la ausencia de profesionalismo de él y de su cúpula.

Puestos los hechos en su realidad, habría que pensar que el gobierno de Peña Nieto con estos sucesos evidenció otra vez su seducción por la simulación, por la mentira, o peor, por el autoengaño. En abril de 2014 oficializó un Programa de Seguridad Nacional en el que destina lúcido apartado, el 1.2.3, al supuesto fortalecimiento de un sistema de inteligencia que no existe en ninguna parte. Examinar el programa y contrastarlo con la realidad no deja de causar una sensación de naufragio, como no deja de sorprender el desprecio por una disciplina de las ciencias políticas que cualquier país comparable al nuestro tiene en operación hace décadas. A los esfuerzos de 30 años, Peña Nieto les prescribió la reversión. No supo que universalmente hay toda una cultura amplia y respetada sobre esa materia que asiste al ejercicio de un mejor gobernar.

También debe preocupar el acto histriónico del señor Anaya con que éste acude al escándalo, pero no a la autoridad por ser seguido. Habría que preocuparse porque él también participa en el extravío sobre el Cisen, ignora a esa disciplina política y así lo exhibe: Cisen debería estar investigando a los delincuentes. Pues no señor, también está usted equivocado, esa no es su misión. No percibe el presunto jefe de Estado, también ignorante, que el acontecimiento revela la ausencia del organismo a cargo de colaborar en la preservación y proyección de los altos intereses nacionales mediante la producción de inteligencia basada en el conocimiento, en el dominio técnico de la disciplina y sobre todo en el respeto a la ley.

El daño interno y el prestigio de la institución son ya de tal seriedad que habría que pensar en replantear su destino. No se salva del desastre el llamado sistema de inteligencia, que nunca lo fue. La recomposición del conjunto es una urgencia nacional. Un país de las dimensiones y complejidad de México no puede prescindir de un aparato de auxilio a la gobernabilidad de esa especie. Ahora, tan delicado género está en manos de quien triunfe en julio.