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¿Conjura?
C

on capacidad anticipatoria, John J. Mearsheimer publicó en la revista The Atlantic de agosto de 1990 un ensayo titulado: ¿Por qué pronto extrañaremos la guerra fría? Esta tesis se sustentaba en el carácter de la paz impuesta tras la Segunda Guerra Mundial, basada en la distribución bipolar del poder militar y las armas nucleares entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

En la medida en que ese arreglo se fuera modificando con la expansión del poderío nuclear y la redefinición de los poderes político y económico entre la naciones, se pasaría, entonces, a un entorno más propicio para la anarquía desenfrenada.

Más allá del contenido del prematuro análisis de Mearsheimer, los casi 30 años transcurridos desde que se publicó han provocado una situación inestable.

El escenario que hoy se está configurando vuelve a tener como eje a las dos principales potencias en el mundo que concentran 90 por ciento del poderío nuclear.

Por un lado está la manera en que se desenvolvió la transición del colapso de la antigua URSS hasta llegar a lo que es actualmente la Rusia de Putin, ex oficial de inteligencia extranjera de la KGB por más de una década y media hasta 1991.

Por otro, la llegada a la presidencia de Donald Trump, el magnate de la construcción que ha desquiciado el ejercicio de la política en Estados Unidos, exhibiendo por igual la crisis de los partidos Republicano y Demócrata y provocando un verdadero choque en la institucionalidad de ese país.

Ambos hombres comparten una visión del poder personal aplicado tanto al comando del Estado como de los negocios. Trump ha mantenido abiertamente sus intereses económicos, en los que destaca la participación de los capitales rusos. Putin no esconde los suyos ni de sus asociados, apropiados a mansalva luego del colapso soviético.

Esta situación recuerda la advertencia que hiciera el historiador británico Arnold J. Toynbee sobre el peligro para una nación del gobierno ejercido por personas que anteponen sus intereses privados.

Lo que ocurre hoy prácticamente alrededor de todo el planeta expone también la advertencia del mismo Toynbee: Pienso que las civilizaciones nacen y crecen debido a las respuestas exitosas a sucesivos desafíos. Se quiebran y despedazan cuando fracasan a la hora de confrontar esos desafíos.

La historia del siglo XX se ciñe a esa visión. La del siglo XXI se aproxima otra vez a los límites de la convivencia decente, una expresión que parece cada vez más nebulosa en la sociedad.

Trump y Putin comparten aunque sea parcialmente una visión de lo que es mandar. El segundo, sin embargo, muestra que mantiene el pulso ante un Trump que se apoya en él y expone la fragilidad que puede ser el signo de su mandato. Hay un entramado de intereses del que vemos apenas una punta.

La reciente reunión que sostuvieron en Helsinki no ha hecho más que incrementar las sospechas de una relación muy comprometida, sobre todo para el presidente de Estados Unidos.

Trump ha abierto un conflicto con los tradicionales aliados europeos de su país desde el fin de la guerra en 1945; incidido en la siempre inestable condición del Medio Oriente; declarado la guerra comercial a China y cuestionado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Su intención es siempre la de atizar el conflicto dentro y fuera de su país. Pero nunca frente a Putin.

La literatura se adelanta a veces a los acontecimientos reales. Así lo hizo en otro contexto Philip Roth en su magnífica novela La conjura contra América. Conviene leerla.

El gobierno que está ya en formación en México tiene que fijar una postura ante Estados Unidos que, siendo política y diplomática, ha de ser pragmática pero insumisa. No es fácil de definir y sostener pero es mucho lo que está en juego.