16 de febrero de 2019     Número 137

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Pescar en el desierto:
la historia de Julimes


La modesta captura que brinda el Río Conchos. César de la Riva Molina
(Centro INAH Chihuahua)

Rafael Ortega Sinaloa  Antropólogo social independiente

Uno de los procesos culturales que se dieron en las geografías del Camino Real de Tierra Adentro, en Julimes, Chihuahua, es el de las actividades de la vida cotidiana, entre ellas la pesca, que fueron conformando las identidades sociales del norte, las cuales dan testimonios de la continuidad y también de las rupturas culturales en la región.

Entre los elementos de la geografía de Jumiles destaca el río Conchos, único escurrimiento que baja de la sierra Madre Occidental, atraviesa el desierto de Chihuahua y más abajo se une al río Bravo, en un punto conocido históricamente como Junta de los Ríos, actualmente Ojinaga. Desde tiempos prehispánicos se tienen registros arqueológicos de asentamientos vinculados a estos ríos.  Con la llegada de los españoles, gran parte de sus asentamientos se ubicaron en las riberas del Conchos y sus afluentes, buscando sobre todo la disposición permanente de agua para el consumo propio, para el aprovechamiento de sus recursos y para el desarrollo de las actividades agrícolas 

Actualmente, la pesca es una actividad aún viva en Jumiles, existe un pequeño grupo de pescadores que la practican como oficio; su producto, en su mayoría, lo destinan al mercado, con lo cual obtienen ingresos monetarios que les permiten el sustento de sus familias. En Jumiles logramos identificar esta actividad como oficio a partir de la memoria de sus practicantes, cuando menos desde cuatro generaciones atrás; es decir, a finales del siglo XIX. A continuación presentaremos los testimonios de don Blas Carnero y Ernesto Valdé, pescadores de la localidad que compartieron sus experiencias.


Pescando desde hace cuatro generaciones. César de la Riva Molina (Centro INAH Chihuahua)

Don Blas Carnero nos cuenta que comenzó a pescar desde que estaba muy niño: “Por allá en 1940, tendría yo como unos 10 años, me llevaba mi papá a las jornadas de pesca. Ya después comenzaron a dejarme solo a cargo de un lugar, o charco de pesca; tendría yo como unos catorce años. Según recuerdo mi papá siempre se dedicó a este oficio y mi abuelo también; decían que mi bisabuelo también era pescador. Algunos de mis hermanos también se dedicaron a esta actividad”.

No siempre se podía pescar; la pesca tiene sus temporadas, la temporada más provechosa se da en la cuaresma, la cual inicia en los primeros días de febrero, según venga el calendario con el Miércoles de Ceniza. Practicaban jornadas de seis a ocho días a la orilla del río. Primero preparaban las herramientas de pesca y los burros para cargarlas de ida y de regreso, además del pescado. Por lo general llevaban un machete, cobija, un sartén y algo de comida: tortillas, frijoles, chile y un poco de sal. Además, los costales de ixtle en los que acomodaban la pesca y, por supuesto, los cordeles ya bien listos con sus anzuelos: “No podíamos cargar muchas cosas, porque solamente llevábamos uno o dos burros cada quien, y pues más bien los burros trabajaban de regreso, ya con la pesca de las jornadas”.


Traslado por el desierto de Julimes. César de la Riva Molina (Centro INAH Chihuahua)

Por su parte, Ernesto Valdés nos cuenta que iniciaban el recorrido río abajo, o río arriba, según hubiesen convenido previamente. Eran un grupo de cuatro o cinco pescadores, cada quien con su equipo y sus burros; avanzaban a veces por la orilla del río o atravesaban algunos llanos del desierto o alguna sierra, según el punto de pesca al que quisieran llegar: “Caminábamos lo más cerca medio día, pero otros hasta día y medio; entonces ahí se quedaba un pescador a veces solo y otras con algún compañero. Luego los demás seguían más adelante, dónde hubiera otro charco de pesca, porque además ya los teníamos bien ubicados; ya conocíamos bien el río y los mejores lugares para la actividad”.

En esos años (1955) la pesca se hacía con anzuelos e hilo de pesca; con estos elementos armaban un cordel con varios anzuelos que colgaban de una línea principal; ésta la colocaban en el río de orilla a orilla, o hasta donde llegara, de acuerdo con la anchura del charco en el que estuvieran trabajando. Según el relato de don Blas Carnero, “de un costado atábamos el cordel a la punta de una rama flexible, pero bien resistente, porque a veces se pegaban animales de hasta 20 kilos o más; la rama servía para amortiguar el jalón de esos peces que estaban muy fuertes, y evitar así que se reventara el cordel, aunque había animales que sí los rompían; claro que no todos los peces eran de ese tamaño, más bien pocos, pero al menos de cuatro, cinco y hasta de seis kilos sí caían”.

Cuando terminaban un día de pesca desprendían a los peces del cordel y preparaban unas cuerdas que ellos mismos tejían, a las que llamaban reatas. Las fabricaban de una palma del desierto que recolectaban durante el trayecto a los lugares de pesca: “Las tejíamos a mano y luego, según el tamaño del pescado le dábamos el grosor de la reata; teníamos que saber atarlos bien de manera que la reata quedara bien justa, bien arrequintada, porque aquellos pescados tenían que estar vivos en esas reatas para que se mantuvieran frescos unos cinco días cuando menos, hasta el momento en que ya los fuéramos a sacrificar para trasladarlos al pueblo”.

Comentan los informantes que muchos de las especies de peces han ido desapareciendo o ya hay muy pocos ejemplares, como el catán o chuarra (en otros lugares conocido como pejelagarto) o la anguila de río, el matalote y el largón.


Las técnicas artesanales de pesca. César de la Riva Molina (Centro INAH Chihuahua)

Recuerda don Blas Carnero que hacia el final de los días de pesca sacrificaban a los peces: “Los abríamos por el vientre, les sacábamos las tripas y ya, el puro canalito, los lavábamos bien y los acomodábamos uno sobre otro, medio entrecruzados, en los costales de ixtle. Luego los costales se ataban al lomo de los burros y ahí veníamos, a veces un día, a veces día y medio. Por el camino les rociábamos agua a los costales para que se refrescara la carga y llegaran frescos al pueblo. Cuarenta a sesenta kilos es lo que podíamos traer cada pescador”.

Y agrega: “Ya en el pueblo a veces la gente venía a nuestras casas y nos compraba. O a veces íbamos a otros pueblos a vender; también teníamos compradores de Meoqui o de Delicias, quienes en ocasiones nos compraban toda la carga y ellos mismos venían por ella. Ahora ya ha cambiado mucho la manera de pescar: ya hay camionetas, redes, chalupas y caminos; ahora en dos tres días se hace el trabajo que antes se hacía en una semana o más”.

A través de los relatos de quienes vivieron estos mismos espacios en otros tiempos, nos damos cuenta de lo diferente de la forma de vida y el medio ambiente y el impacto que puede tener la intervención del ser humano con sus obras: la modernidad y el desarrollo tiene muchas caras y no debemos olvidar que una de ellas es el costo ambiental y cultural. •

Nota: Este artículo fue elaborado a partir de la investigación que se realizó dentro del proyecto “Hablemos del Camino Real, ayer y hoy” en Julimes, Chihuahua, organizado y llevado a cabo por el Centro INAH Chihuahua, Ecoturismo Mágico de Julimes A.C. (Etumajac) y la presidencia municipal de Julimes, en noviembre de 2016.

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