Opinión
Ver día anteriorSábado 19 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Dylan, apenas audible
H

asta yo tuve que reconocer que había que ir. Hace unos días se presentó en esta ciudad el legendario y duradero Bob Dylan, y me pareció que era un momento adecuado (quizá la última oportunidad) para acercarme a uno de los músicos más influyentes y trascendentes de su generación.

En pocas palabras, y más allá del estatus mítico de quien se llamaba Robert Allen Zimmerman, la sesión resultó un fiasco debido al sitio inmundo en que se efectuó el concierto. El pretencioso y recién inaugurado Pepsi Center (que bien pudiera llamarse Centro Pecsi, más a tono con su esencia chafa) es una especie de galpón industrial mal ideado y peor realizado, que tiene como sus cualidades principales un diseño inexistente, nula visibilidad, una acústica infame y una peor amplificación de sonido.

A esto habría que añadirle un pésimo servicio, normas de seguridad muy por debajo de los mínimos indispensables y precios de primera para un lugar de cuarta. Sí, el lugar es inhóspito, sucio, pegosteoso, maloliente y mal ventilado, pero todo esto y más sería soportable (si uno asume que está en un antro para una tocada de rock) si el sonido fuera de una calidad mínimamente decorosa. Pero no lo fue, y la borregada lo aguantó sin chistar.

Con un público tan conformista y poco exigente, lugares como el Pepsi Center se pueden dar el lujo (¡y cómo se aprovechan de ello!) de presentar espectáculos en condiciones ínfimas a precios máximos, a sabiendas de que la resignación pasiva y los oídos de artillero de su clientela les permitirán seguir abusando de ella por los siglos de los siglos.

¿Y la música? Muy buena, sobre todo en sus primeros trechos. Un sólido cimiento de blues y una apreciable componente de country conformaron un reconocible Sonido Dylan que fue el mayor atractivo de la noche, apenas apreciable debido a la distorsión sonora y al mazacote acústico que vomitaban las bocinas. Y claro, tratándose de Dylan, las indispensables interpolaciones de armónica y órgano, para que no se nos olvide cómo sonaba (y sigue sonando) el melancólico trovador de ríspida voz.

Por otra parte, en estos tiempos de bandas que insisten en estar cada vez más plugged que mi licuadora y mi horno de microondas, siempre es un remanso para el oído escuchar un grupo sólida y tradicionalmente anclado en guitarras bien pulsadas.

Hacia la mitad de la sesión, Bob Dylan cambió la mezcla blues-country por un estilo poco definido de balada quejumbrosa, y tanto la calidad musical como la intensidad del público decayeron notablemente.

Al final, Dylan y la banda recompusieron el camino para retornar a sus raíces y cerrar potentemente la tocada. Por mi parte, me quedé ahí paradito hasta el final, esperando, como sin duda lo esperaba todo mundo, la llegada de alguno de los grandes clásicos. Tarde, pero llegó, y en el episodio postrero de la noche la multitud coreó con ganas el estribillo que pregunta retóricamente cómo se siente estar solo, como un total desconocido, como una piedra rodante.

La que nunca llegó (mi favorita personal) fue aquella poética, rabiosa y contundente glosa sobre los tiempos que están cambiando, sin duda uno de los mejores, más duraderos y trascendentes reclamos sociales y humanos surgidos del rock sesentero, canción todavía emblemática de la rabia, la rebeldía y la contracultura.

Dadas las lamentables condiciones en que se realizó la presentación de Bob Dylan, no puedo decir que la disfruté cabalmente; apenas, rescaté un trozo de nostalgia, así como la convicción de que es larga e importante la lista de los músicos (de diversas corrientes, estilos y filiaciones) que están en deuda con él. Con frecuencia, algunos de mis allegados insisten en que me baje de mi torre de marfil construida sobre pianistas, orquestas sinfónicas y cuartetos de cuerda, y que de vez en cuando me dé un baño de público roquero. Ahí estuve, ya lo hice.

Pasé un largo par de horas inmerso en el vaivén de la multitud en la sección de parados, tratando de empaparme un poco del blues de Dylan. Algo logré, sin duda, pero como bien reza la tradicional frase aplicable a quienes ya estamos más para allá que para acá en estas lides, I’m too old for this kind of shit.