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Ofrece un concierto en el que interpretó cuatro piezas de la tradición huichola

Philip Glass convoca al sexto sol en Real de Catorce con dos músicos wixáricas

La velada fue para celebrar el fin del calendario de la cuenta larga de los mayas-toltecas

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Philip Glass con los músicos wixáricas al témino del Concierto del Sexto Sol, en Real de Catorce, San Luis PotosíFoto Luis Enrique Aguilar
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Periódico La Jornada
Jueves 20 de diciembre de 2012, p. 37

Real de Catorce SLP, 19 de diciembre. Fue una noche especial y mágica en este poblado del altiplano potosino: el pianista y compositor Philip Glass ofreció un concierto con una serie de cuatro piezas ceremoniales de la tradición huichola o wixárika, acompañado de dos músicos originarios de esa nación indígena, Daniel Medina de la Rosa y Roberto Carrillo.

Esta no fue una experiencia nueva para el compositor. Según dijo a La Jornada: tiene cerca de medio siglo de practicarla, en colaboración con músicos de géneros tan disímbolos como el pop y el rock, así como de culturas ajenas a él, incluso ancestrales, como la tibetana, la india, la china y con aborígenes de Australia y Sudamérica.

Quienes asistieron al Centro Cultural de Real de Catorce –otrora Casa de Moneda– en medio de un despiadado frío, fueron partícipes de una especie de gratificante y reveladora ceremonia: el encuentro de dos universos musicales y vivenciales, el de Occidente y el del México profundo.

Desde su título, Concierto del Sexto Sol, quedó consignado el ánimo festivo de la velada, organizada por el escritor e investigador Víctor Sánchez para conmemorar el fin de los 5 mil 125 años de la cuenta larga del calendario maya-tolteca, que se cumple este 21 de diciembre, y el comienzo de un nuevo ciclo.

Fueron dos horas en la que las dos culturas y sus respectivas concepciones sobre el origen y el sentido del hecho musical resquebrajaron prejuicios y barreras impuestas por factores económicos y sociales, y se hermanaron de una manera tan natural como emotiva.

De ello, por fortuna, quedará testimonio sonoro, gracias a que el concierto fue grabado por Orange Montain Music, la compañía disquera de Philip Glass, para posteriormente editar un devedé que saldrá al mercado.

A petición del compositor, las ganancias por la venta de ese material serán donadas a la comunidad de Santa Catarina Cuexcomatitlán, adonde, en principio, se adelantó el monto equivalente a tres mil álbumes, según el organizador, quien precisó que los ingresos de taquilla servirán para costear los gastos de producción.

El recital comenzó con Glass al piano, quien en esa primera parte de su actuación interpretó cinco piezas en dos bloques. El primero, con tres de sus Metamorfosis: las numeradas tres, cuatro y cinco, mientras que en el segundo dio cuenta de dos de sus canciones, Opening y Otoño 10.

En seguida, correspondió el turno de los músicos wixárikas, ataviados con sus coloridos y bellos trajes tradicionales. Daniel Medina tocó el violín y cantó, además de ser autor de las piezas, en tanto Roberto Carrillo se empleó en la guitarra. Cantos guturales, sonidos un tanto metálicos, electrizantes e inclusive hipnóticos, fue lo que emanó de ese par de artistas autóctonos a lo largo de seis piezas, en su primera participación.

La suya es también música de aparente sencillez y enorme profundidad, allí el punto de contacto con la de Glass, si bien se distingue, según explicaron, por ser dictada por esa gran fuerza creadora que habita sus sitios sagrados, a los que ellos acuden como jicareros en las peregrinaciones que hace su comunidad.

Después de un receso de 10 minutos, vino por fin el momento estelar de la noche, cuando Philip Glass y los músicos huicholes conformaron un ensamble de piano, violín y voz.

El mundo occidental y el ancestral tersamente entrelazados a lo largo de cuatro piezas con las que se buscó, según los intérpretes, compartir el poderío de los sitios sagrados wixárikas y que evocaron al venado, al hikuri (peyote), ese libro sagrado en el que la nación huichola aprende los fundamentos de la vida y cómo comportarse; al abuelo fuego, que nos acompaña siempre, y que se expresó al derrumbarse una estrella, y el poderío, ése que existe pero no canta.

Fue así como concluyó una velada sui generis, mágica, esta noche en Real de Catorce.

La música, umbral de conocimiento

Procedente de Londres, Philip Glass llegó a Real de Catorce el lunes pasado y desde ese día se puso a trabajar. Fueron alrededor de 10 horas diarias, incluyendo hoy, las que el estadunidense dedicó a ensayar con los intérpretes huicholes, sobre todo para que aprendamos a oírnos entre nosotros.

Momentos antes del concierto, el músico aceptó sostener una charla con La Jornada, en la cual refiere que tocar al lado de estos músicos era una idea que rondaba en su mente desde hace 12 años, cuando, al lado de su amigo Víctor Sánchez, comenzó a viajar de manera habitual por diversos poblados de ésta y otras regiones del México profundo. Esas experiencias, revela, se han expresado, entre otros aspectos, en la escritura de su séptima sinfonía, Totonaca.

Con el gentil apoyo de Marimar Sánchez en la traducción, Glass cuenta que su inmersión a las culturas autóctonas empezó en 1960, cuando viajó a la India, donde ha estado muchas ocasiones, y de inmediato estableció contacto con la música originaria, sostiene, porque ésta es un lenguaje inherente a su vida.

Siempre adonde viajo me involucro con el campo musical. Son nexos que he hecho por casi 50 años, y así a la fecha, mi historia está relacionada con India, China, el Tíbet, Sudamérica y América Central; México, por supuesto.

La música es una especie de puerta de entrada a la propia música y con ella a una forma de entendimiento, considera Philip Glass. Por eso, cuando en una de sus incursiones por la zona huichola escuchó la expresión sonora de esta nación, buscó la manera de tocar con ellos, porque siempre está interesado en aprender de los artistas originarios.

La ocasión, dice, se presentó cuando Víctor Sánchez lo invitó a dar este concierto en Real de Catorce. De inmediato le pidió contactarlo con algunos de esos músicos para ver si era posible hacer algo en conjunto, y después de entablar contacto con ellos, en mayo pasado, vio que sí era algo factible.

Finalmente, el lenguaje que tenemos en común es la música. Para mí no es importante que el concierto sea ahora en un lugar tan reducido; vengo de Londres de tocar ante 3 mil personas y pues hacerlo hoy ante 250 en nada cambia mi parecer; de hecho, la de hoy será una experiencia más íntima y enriquecedora, dice.

La experiencia básica de la música es mediante la gente. La música no puede existir fuera de ello. Si hablamos de música estamos hablando realmente de la historia de la comunicación; ella no existe por sí sola, aún los grandes trabajos de Beethoven y Mozart nos llegaron gracias a otras personas. Si la música se queda en la biblioteca no es nada, no existe.

–Sin embargo, ¿las concepciones, el sentido y las maneras de hacer música entre un músico académico y uno tradicional son muy diferentes?

–Contamos y describimos el ritmo de maneras diferentes. Por eso ahora casi todos los ensayos han sido acerca de aprender a escuchar. Cada quien puede tocar su instrumento, ese no es el problema; el problema es escuchar y entender lo que cada uno está haciendo, para establecer un lenguaje en común.

He estado desde 1960 en experiencias similares a ésta y he conocido a muchos músicos que usualmente no compartimos un lenguaje musical, pero para que exista uno debemos, no crearlo, sino encontrarlo, porque es un lenguaje que ya está allí.

–¿No negará que para la mayoría de los músicos originarios el origen y el sentido de la música es ceremonial, ritual?

–Eso es verdad. Especialmente, los músicos wixárikas que hoy me acompañan no tienen idea siquiera de qué es un concierto; sin embargo, pueden tocar conmigo. Es muy difícil hablar a un músico del contenido espiritual de la música, porque es algo tan inherente y evidente a nuestro quehacer que ya no es necesario tratarlo.

Es como preguntarle a un pez cuál es el sabor del agua. El contenido espiritual de la música es algo que, cuando los músicos intentamos explicarlo, debemos usar palabras que nunca utilizamos; de hecho, no hablamos de ello, sino de cuestiones y problemas técnicos.

–¿Qué ha aprendido o qué le han enseñado estas culturales ancestrales con las que se ha relacionado?

–Cada cultura trata de entender, hace una interpretación del mundo. El hecho es que si ponemos a un lado las ceremonias de las iglesias y las de los filósofos –porque no son pensamientos personales, sino de otras personas– si vamos a nuestra propia experiencia, el mundo puede ser misterioso, sorprendente y probablemente desconocido.

Nos gusta decir que hay tres cosas: las que conocemos, las que no conocemos y las que no podemos conocer. Así que la única forma de aproximarse a lo que no conocemos es mediante las ceremonias y prácticas de la gente, porque eso es un intento de entender. Y cada pueblo, cada cultura tiene su manera de hacerlo.