Opinión
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Los laberintos de la democracia
A

l momento de escribir estas notas, la confirmación de la persona nominada por el presidente Trump para ocupar el puesto vacante en la Suprema Corte de Estados Unidos pende de un hilo. El voto de dos o tres senadores republicanos puede coartar el ascenso de alguien que a lo largo de su carrera como juez federal se ha distinguido por su oposición a la libertad de las mujeres para decidir sobre la reproducción, a sus alianzas con el sector corporativo y a las reivindicaciones de los trabajadores. Al margen de lo que suceda, este proceso de confirmación quedará marcado por uno de los episodios más contenciosos y vergonzosos en la historia de designación de un ministro de la Corte; el otro fue la confirmación de Clarence Thomas, después de que Anita Hill lo señaló por acoso sexual.

Detalles más, detalles menos, la historia que lo precedió empezó hace 36 años en una reunión social de algunos estudiantes de una preparatoria privada. Durante ésta, Bret Kavanaugh y un amigo acorralaron a Christine Blasey e intentaron violarla. El estado de ebriedad de Kavanaugh y su amigo hizo posible que Blasey, con sus apenas 15 años a cuestas y una férrea determinación, lograra evitar el desaguisado. Sin embargo, no pudo liberarse de las heridas de un hecho que la marcó para el resto de su vida.

La hoy doctora Blasey Ford se percató de que Kavanaugh era uno de los candidatos a ocupar un puesto en la Suprema Corte. Convencida de su deber cívico y de la gravedad de que un individuo como él llegara a esa instancia judicial, superó el terror y el miedo que hace 36 años le impidió denunciar el hecho. Rompió el silencio y envió una carta a su representante en el Congreso para dar cuenta de lo sucedido.

El resultado de la presión que la minoría del partido demócrata ejerció sobre la mayoría republicana en la Comisión de Justicia del Senado fue que se realizara una sesión especial para escuchar las versiones de la doctora Ford y el juez Kavanaugh. En la audición, efectuada el jueves pasado, la sobriedad y el aplomo de ella contrastaron con el histrionismo y violencia que Kavanaugh desplegó en algunos momentos de su alegato.

Al final, las dos posiciones fueron irreconciliables. Los demócratas quedaron convencidos de la veracidad del relato de la doctora Ford y los republicanos, más atentos a las consecuencias políticas, continuaron apoyando a Kavanaugh.

Las protestas de los demócratas en la Comisión de Justicia y el clamor que se despertó en toda la nación ante la inminencia de que la candidatura de Kavanaugh fuera aprobada forzaron nuevamente a los republicanos a considerar la propuesta para que la FBI hiciera una investigación exahustiva de lo que realmente había ocurrido. El drama continúa y será esta semana, una vez conocido el resultado de la investigación, cuando se decida la suerte de Kavanaugh.

Algunas lecciones importantes se desprenden de estos acontecimientos. Una de ellas es la relevancia que tiene la Suprema Corte en la configuración del perfil de una nación.

Del balance en esa institución dependerá en parte la definición de ese perfil. El impasse en la confirmación pudiera dar margen a que en las próximas elecciones los demócratas recuperaran la mayoría en el Senado, y con ello controlar el proceso de confirmación de los miembros de la Corte. No menos importantes son las consecuencias que pudiera tener la confirmación de una persona como Kavanaugh. Se daría un duro golpe a las miles de mujeres que, como la doctora Ford, empiezan a sentir el apoyo social en sus denuncias sobre el acoso y la violación sexual que durante años han sufrido. Si la barbarie regresa a las instancias donde se litigan sus derechos, será normal que se abstengan de acudir a cualquiera de esas instancias. Aunque sea sólo por esas dos razones, resultaría lamentable que el Senado aprobara el ascenso de Kavanaugh a la Suprema Corte.

En ocasiones el proceso democrático depende de una línea muy delgada entre lo verdadero y lo falso.