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El 68 a medio siglo

Entrevista a Jesús Martín del Campo

El 2 de octubre nos reprimieron, pero no nos derrotaron

Nuestro triunfo fue moral, aunque a un costo muy alto, asegura el diputado de Morena por la CDMX

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▲ Durante el acto de desagravio a la bandera nacional del 28 de agosto de 1968, organizado por el gobierno.Foto archivo del IPN
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▲ Jesús Martin del Campo, ex dirigente del movimiento estudiantil de 1968, durante la entrevista con La Jornada.Foto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Domingo 7 de octubre de 2018, p. 10

Su mente navega hacia el pasado. Es un viaje de medio siglo. Aparecen aquellas imágenes de su juventud cuando discutía, debatía y se rebelaba en las calles, no contra un Presidente, sino contra todo un sistema autoritario. Al evocarlo, en su rostro se dibuja una sonrisa. A la vez vienen imágenes de la represión, del sonido de la marcha del Ejército y de los disparos la noche del 2 de octubre de 1968. Del desconcierto, la sangre, los ausentes, uno de ellos su hermano Edmundo. Entonces se le corta la voz: Con los 50 años vuelve uno a emocionarse, se afloja la válvula del llanto.

Durante el movimiento estudiantil del 68, Jesús Martín del Campo no había alcanzado la mayoría de edad, tenía 17 años. Era uno de los más activos integrantes del comité de lucha en el turno vespertino de la Preparatoria 7 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Al evocar aquel episodio de la historia del que fue protagonista, afirma que en dos meses y medio (lo que duró el movimiento) vivimos como 20 años.

La lucha juvenil cobraba forma con el paso de los días, y de ser una protesta por la represión policiaca contra jóvenes bachilleres, se transformó en una pelea, no contra la figura y personalidad del presidente Gustavo Díaz Ordaz, sino contra un sistema caracterizado por el presidencialismo absoluto, el régimen autoritario y la cerrazón al diálogo. Por ello, afirma, el uso temprano del Ejército contra los estudiantes, lejos de amedrentarlos, fue un mayor detonante para mantener y dar fuerza al movimiento.

En entrevista con La Jornada, Martín del Campo (diputado por Morena para el Congreso de la Ciudad de México) se muestra convencido de que a pesar de que han pasado 50 años de la masacre de Tlatelolco aún no es tarde para hacer justicia. Y si bien la historia se encargará de sentenciar a los responsables de aquellos crímenes, aún hay un personaje vivo: el entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien debe ser perseguido hasta que muera.

Dos víctimas

En el ámbito familiar, la respuesta represiva del Estado en aquellos años dejó severas implicaciones. Él fue detenido el 2 de octubre en Tlatelolco y estuvo varios meses preso en Lecumberri. Y casi tres años después, el 10 de junio de 1971, su hermano Edmundo fue uno de los asesinados durante el ataque contra estudiantes por el grupo paramilitar conocido como Los halcones en la calzada México-Tacuba. Mis padres fueron los que más lo sufrieron. Pese a ello, nos repusimos y convivimos bien. Nunca reprobaron nuestras acciones y decisiones.

–¿Qué reflexión hace a 50 años del movimiento?

–Aunque se trata de un tiempo considerable, 50 años, los recuerdos vuelven muy vívidamente. Se mezclan las sensaciones: la alegría y la emoción por lo que fue aquel conjunto de ideales y acciones que realizamos durante dos meses y medio, pero a la vez la sensación de enojo que daba la participación de la policía y el Ejército persiguiendo y deteniendo a jóvenes estudiantes. El Consejo Nacional de Huelga aún no tenía un pliego petitorio y los militares ya actuaban contra nosotros. Eso fue un detonante mayor para la inconformidad generalizada. El propio rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, cuestionó la actitud autoritaria del Presidente y entre sus varios discursos recuerdo perfectamente una de sus frases: Viva la discrepancia. Los estudiantes éramos los mayores representantes del malestar social contra el gobierno, contra un régimen que comenzaba su decadencia y que deseábamos transformar.

–¿Se logró?

–Creímos que la revolución que soñábamos estaba a la vuelta de la esquina, pero con el paso de los años algunos compañeros hemos coincidido en afirmar que nos alargaron la calle, no llegábamos a la esquina para consumar eso que inicialmente pensábamos: una nueva sociedad democrática, sin un gobierno autoritario, en la que se pueda expresar cualquier tipo de crítica y todos los aspectos simbólicos que para nosotros revelaba esa necesidad de ruptura con la camisa de fuerza que era ese tipo de gobierno.

Viejas prácticas autoritarias

–Se dice que en el 68 se sentaron las bases para ciertos cambios en el país. ¿Así lo cree?

–Ha habido procesos de cambio en la alternancia del poder y en lo político se ha avanzado, no se puede negar, pero hoy vemos que (los gobiernos) vuelven a las viejas prácticas autoritarias para reprimir a la discrepancia y a la disidencia, particularmente de los movimientos sociales. Hoy hay crímenes de Estado horrendos, el más representativo es sin duda la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Todavía vemos impunidad. En el campo democrático, el resultado de la reciente elección representa la gran indignación social contra los resultados de las políticas y es expectativa de cambio. No sé a dónde irá, pero es un mensaje del hastío, del hartazgo y del cansancio en la forma de conducir la vida pública, política y económica del país.

–¿Cómo vivió ese 2 de octubre?

–Estaba en la explanada cuando se iniciaron los disparos y entraron los soldados. Se produjo la confusión; algunos lograron escapar, como mi hermano Edmundo, quien tres años después no sobreviviría. Otros intentamos protegernos en la iglesia (de Santiago), pero no nos abrieron la puerta. De repente empezaron a caer compañeros, justo donde yo estaba. Hubo gritos de angustia, fueron minutos terribles y nos empezó a invadir el miedo. Nos sentamos y cuando intentamos levantarnos un soldado nos gritó: Tírense, cabrones, agáchense. Gritábamos que había un compañero herido, intentamos auxiliarlo y nos manchamos de sangre. Cuando nos llevaron a la cárcel dijeron que nosotros habíamos disparado porque teníamos sangre en las manos. Los disparos cada vez eran más, fue el terror. Cuando pararon los tiros nos obligaron a estar tirados; había lamentos por todos lados, había muchos muertos. Por la noche comenzó la humillación, a algunos nos quitaron los zapatos y el pantalón, nos gritaban y se burlaban: Hagan la V de la victoria, cabrones, órale. Logramos ver cómo recogían los cuerpos, incluso de gente que no estaba muerta, los lanzaban a camionetas de la policía y del Ejército. Nos dio rabia. Ya basta, asesinos, reclamamos algunos. Nos obligaban a callar y no ver. Eso sí fue terrible.

–¿Está pendiente la justicia?

–Formalmente sí. Por eso seguimos insistiendo en que se reabran las investigaciones (de los delitos del pasado) y que se llegue al deslinde de responsabilidades. El caso (Tlatelolco) está juzgado por la población, en la conciencia histórica: todos sabemos quiénes fueron los responsables de este crimen de Estado. No se olvida que Díaz Ordaz es el principal asesino, y Echeverría, quien sigue vivo, el corresponsable. Es fundamental mantener el reclamo y perseguirlo mientras esté vivo. El 2 de octubre nos reprimieron, pero no nos derrotaron. Nuestro triunfo fue moral, aunque el costo fue muy alto.

–¿Cómo definiría a la generación del 68?

–Fue una generación pionera, con capacidad de desplegarse con mucha energía e irreverencia. Es una generación importante, heroica, martirizada por la masacre. Fuimos reprimidos violentamente, nos encarcelaron. Después, algunos optaron por el camino de las organizaciones revolucionarias clandestinas armadas, otros nos volcamos a procesos democráticos mediante el contacto con sindicatos, trabajadores, organizaciones sociales, campesinos, indígenas. El 2 de octubre nos cortaron las alas, pero el trabajo posterior nos rencauzó y ahora muchos seguimos vivitos y coleando después de 50 años.