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El estante de lo insólito

Payasos: el arte de maquillar la emoción

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Payaso, soy un triste payaso, / que en medio de la noche / me pierdo en la penumbra con mi risa y mi llanto. / No puedo soportar mi careta, / ante el mundo estoy riendo / y dentro de mi pecho / mi corazón sufriendo. Canción: Payaso. Autor: Fernando Z. Maldonado. Intérprete: Javier Solís.

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n payaso pasa necesariamente por el sendero abismal del dramatismo. Cuando hace reír cumple con un reto extraordinario, pero si fracasa, el drama es enorme. Quien llora como payaso es que sufre como pocos; hecho para gozar y divertir, topa con el llanto como una embarcación contra el arrecife. Es catastrófico.

La definición de la disciplina es italiana: el pagliacci, que también intitula un clásico de la ópera que han hecho los grandes tenores del mundo. Aunque hay quien piensa que es un ejercicio sin seriedad, hay pocas cosas en el espectáculo tan comprometidas como ser payaso en escena, no importa si es en presentación de una gran compañía o en un acto de barrio.

Queriendo ponerse profundos, encontramos que los niños que dibujan payasos, actúan como ellos o trabajan con ellos como personajes en tareas o recreación, revelan pensamientos profundos o distracciones importantes de su rutina común. El payaso es el otro ser.

El bufón de la Corte

En sus primeros antecedentes, el bufón de Corte era un payaso, más de careta maquillada, rutinas chuscas y chistes, que de líricas de juglar y danzas de cascabel. Los hubo en las variadas monarquías y épocas alrededor del mundo. Se registran al servicio de los principales líderes del mundo antiguo, pero su forma con cierta reglamentación con maquillaje de fondo blanco y con vestuario fastuoso o andrajoso, pero exagerado siempre, se modela con ubicación en España en la denominación de Oliver, el clown prototipo del que derivarán versiones que tienen caracterización escénica específica.

Hay payasos artísticos y astutos (el payaso original, el de cara blanca, líder de la situación), malandros que afectan la rutina del líder (augusto), torpes e impertinentes en mayor grado (el contraugusto), o bobos magistrales que pueden parar un circo de cabeza (tony), y las derivaciones y nuevas formas contemplan excéntricos, vagabundos, mimos (y nadie como Marcel Marceau) y el monsieur loyal (presentador de los payasos) . La nariz roja no siempre está presente y hasta para ella existen categorías y estilos de uso, desde las que van maquiladas a las que se colocan en ligas y pueden quitarse como parte del acto como quien se despoja de un antifaz.

Somos los payasos

Que los payasos den miedo tiene hasta definición: coulrofobia. Hay quien no va al circo o a cualquier espectáculo con tal de no confrontar la experiencia de verlos. Lo mismo cierran los ojos en el parque mientras el artista maquillado ofrece un arte de globoflexia. Así de fuerte puede ser su impacto.

Pero así como espantan conmueven y provocan imágenes en el cine, la fuerza de verlos con pena es muy poderosa en cualquier campo (en la plástica hay toda una línea de creación artística conocida como Síndrome del payaso triste). Siempre será doloroso ver a un payaso con lágrimas, quizá porque va contra su condición de divertir y provocar risas. Cuando el payaso sufre, entonces todo se cae. Desde los que hacían payasadas para los reyes, a los personajes circenses, el payaso representa el momento de distensión, de alegría, cuando todos imploraban que el alambrista no termine en el suelo o la silla del acróbata no resbale en el trapecio. Cuando eso se modifica la reacción puede ser visceral. Sea porque no llega la risa o, dramáticamente, llega la tristeza, como en He Who Gets Slapped (Victor Sjöström, 1924), con el entrañable maquillaje de payaso triste que interpreta el inmenso Lon Chaney como Paul Beaumont . El mismo Chaney sería el payaso Tito en Laugh, Clown, Laugh (1928), donde se expone perfectamente la dualidad entre el actor maquillado que ríe para todos y el drama del hombre bajo el personaje a quien vence la tristeza. En esa línea ocurren los dramas de familia en interiores de circo en La hija del payaso (Joselito Rodríguez, 1954), con Evita Muñoz Chachita cumpliendo un papel verdadero en la vida del circo: los hijos crecen entre giras, funciones y la preparación de nuevos números.

Sorprende igual el susto, como pasa con los personajes diseñados para el espanto, como el gran éxito que ha tenido Pennywise en la novela (y después el cine) de la novela It, de Stephen King, ya con dos versiones fílmicas. Tampoco nadie puede olvidar el muñeco payaso que inauguraba todos los males en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), precursor de cualquier cantidad de escenas y personajes de payasos (bandas criminales, demonios, zombies…) que siguen aterrorizando a los espectadores en el mundo.

El Joker es otra clase de clown, típico artista del engaño, con la malicia y perversidad para desestabilizar todo. Hay payasos demoniacos, como el siniestro Violator, legítimo emisario de las fuerzas oscuras del infierno en la serie del cómic Spawn, del canadiense Todd McFarlane. Su desagradable apariencia (como payaso, cuando no se transforma en un monstruo infernal) y malos hábitos, remiten al oscuro asesino de la vida real estadunidense John Mayne Gacy, quien actuaba como el respetable, cariñoso y querido Payaso Pogo. Se le adjudicaron 33 crímenes. Personajes como él propiciaron la defensa de las organizaciones de clown en el mundo pugnando para que dejaran de crearse payasos criminales en el cine, lo que se alentó de mala manera por grupos de delincuentes disfrazados que cometían ilícitos compartidos en redes sociales.

En México hay payasos hasta en el ring: Psycho Clown, Monster Clown y Murder Clown cimbraron las arenas y heredaron lo que hicieron precursores como Súper Muñeco, Coco Rojo y Coco Azul. Varios de los gladiadores del cuadrilátero, como el propio Súper Muñeco, vienen de familias circenses.

Maquillar para la cámara

Payasos mexicanos como Chuchín, Bozo (derivado de un personaje de Estados Unidos convertido en franquicia de exportación con Bozos en varios países) o Cepillín se hicieron célebres en la televisión, teniendo extracción auténtica de circo. El regiomontano Ricardo González Cepillín muestra sus dotes en el largometraje de Alejandro Galindo Milagro en el circo (1979), donde hace malabares, trapecio, bicicleta y hasta magia. Los payasos suelen ser así, capaces de hacer muchos ejercicios de circo más allá de hacer rutinas de caídas y chistes. Los payasos del Cirque du Soleil acompañan a la compañía para hacer pasajes artísticos en cada momento. Como todo en la compañía canadiense, han innovado formas estéticas de maquillaje y vestuario en el mundo clown.

Los payasos también expresan rencor, crítica o cobros sociales en versiones como la de Brozo El Payaso Tenebroso, que Víctor Trujillo concibió para la televisión mexicana; Krusty en la serie animada Los Simpsons, o el malora Gorgo El Invencible (José Sefami), en la estupenda cinta de Emilio Portes Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008).

El que finta sin actuar hace payasadas, el que presume o se hace gracioso gratuitamente es un payaso y, a veces hay que decidir entre ser hombre o payaso. También puede haber fatalidad, pues al que duda o se equivoca malamente se lo carga el payaso. Quizá por todas esa relaciones es que muchos de los grandes histriones del mundo se han maquillado alguna vez, de Pedro Infante, en Un rincón cerca del cielo (Rogelio A. González, 1952), a Henry Fonda, en The Man Who Understood Woman (Nunnally Johnson, 1959), mientras Adalberto Martínez Resortes fue payaso de rodeo (sin coreografía, por favor) motorizado en Los pilotos de la muerte (Chano Urueta, 1962), donde esquivaba bólidos en rampas y pistas mientras él y Tin Tan conquistaban a las muchachas.

El cine de Federico Fellini, siempre fiesta, gesto, emoción y circo, tiene payasos efímeros y protagonistas, especialmente en el arte del maquillaje secundario de Gelsomina (Giuletta Masina) como asistente sumisa de Zampanó (Anthony Quinn) en La Strada (1954), y con el encanto y locura escénicas de payasos de todos los cortes en Clowns (1970), donde los artistas de la risa y el maquillaje están en todos los actos, y se ven secuencias como tertulia informal con los personajes desmaquillados y explicaciones de las categorías de cada uno y a la razón de ser del circo.

El canto y la escritura del payaso

“Tienes que sonreír, sonreír… payasito…”, cantaba Enrique Guzmán; mientras a Javier Solís lo marcó el bolero Payaso; Roberto Gómez Bolaños Chespirito colocó un gran hit musical con su canción ¡Vivan los payasos! y a José José no se le escapaba la bohemia sin recordar que en verdad era un payaso, en tanto que la banda argentina Los Caligaris tiene un payaso como emblema; Kiss mezcló el clown con el kabuki para hacer su imagen, lo que ahora se extiende a bandas como Avatar, y así por el rock o la cumbia que gusten.

En su conocido poema Reír llorando, escrito en honor al payaso inglés Garrick, el poeta mexicano Juan de Dios Peza escribió la gran firma del arte pagliacci:

El carnaval del mundo engaña tanto / que las vidas son breves mascaradas. / Aquí aprendemos a reír con llanto, / y también a llorar con carcajadas.dista y magistral ( El Fracaso de la Educación en México, La reforma dizque educativa). Este maestro dejó más de 100 libros, hasta para jugar dominó.