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Ť Sin ejecutarse, 29 órdenes de aprehensión
contra implicados en la matanza
La justicia sigue pendiente en Acteal, cuatro años
después
Ť La mayoría de los sentenciados son indígenas;
algunos ya fueron liberados
JESUS RAMIREZ CUEVAS
El
22 de diciembre de 1997 ocurrió una de las más terribles
matanzas registradas en la historia reciente de México: 21 mujeres,
15 niños y 9 hombres fueron asesinados a sangre fría por
paramilitares mientras rezaban por la paz en la comunidad de Acteal, municipio
de Chenalhó, Chiapas.
Cuatro años han pasado de aquel crimen y los cuerpos
de los 45 tzotziles que perdieron la vida yacen enterrados en el mismo
paraje montañoso donde fueron masacrados. Sobre la tumba comunitaria
se erigió una iglesia en su memoria.
A la fecha, la justicia sigue pendiente. Las autoridades
judiciales han sentenciado a 57 personas, en su mayoría indígenas,
como autores materiales (aún hay 29 órdenes de aprehensión
que no se han ejecutado). La Procuraduría General de la República
ha soslayado la responsabilidad de servidores públicos. Hasta la
fecha, sólo 9 policías estatales han sido sentenciados (a
3 años y nueve meses de prisión) por tolerar el equipamiento
de civiles armados y la consumación del crimen. También han
sido sentenciados tres jefes policiacos a ocho años de prisión
y un militar acusado de armar y adiestrar a los criminales, a cuatro años
y seis meses de prisión.
Sin embargo, el 16 de noviembre pasado fueron liberados
seis indígenas que, de acuerdo con testigos y otras pruebas, participaron
en la matanza. El Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las
Casas (CDHFBC) señala que "la responsabilidad es de la fiscalía
especial de la PGR al no investigar e integrar adecuadamente las pruebas
y la acusación, provocando con ello la desafortunada decisión
del Poder Judicial de la Federación".
Otra afrenta reciente contra las víctimas es la
rehabilitación del ex comandante de Seguridad Pública de
Chiapas José Antonio del Carmen Noricumbo, uno de los oficiales
policiacos que dotaron y adiestraron en el manejo de armas a los paramilitares
que perpetraron la matanza.
No se toca a los autores intelectuales
Los abogados del CDHFBC han denunciado que existen elementos
para determinar que ha habido insuficiencias y carencias en los juicios
del caso Acteal. "En primer lugar, las investigaciones se han dirigido
a los autores materiales de la masacre; sin embargo, los procesos penales
no incluyen a los autores intelectuales que armaron y cobijaron a los paramilitares,
a quienes se les debe fincar la responsabilidad por delincuencia organizada,
(falta) dictar la responsabilidad penal de ex funcionarios del gobierno
de Julio César Ruiz Ferro".
La fiscalía especial no ha fincado ninguna responsabilidad
penal al ex gobernador de Chiapas, al ex secretario general de Gobierno,
Homero Tovilla Cristiani, al subsecretario de Gobierno, Uriel Jarquín
Gálvez; al ex secretario ejecutivo del Consejo Estatal de Seguridad
Pública, Jorge Enrique Hernández Aguilar, quien obtuvo un
amparo contra las órdenes de aprehensión. El ex director
de la Policía de Seguridad Pública, José Luis Rodríguez
Orozco, y el ex coordinador de Seguridad Pública, general retirado
Jorge Gamboa Solís, se encuentran prófugos de la justicia.
Tampoco se ha investigado a los posibles autores intelectuales
ni se ha indagado la responsabilidad de fuerzas de seguridad e inteligencia,
mencionadas en diversos testimonios. Por ejemplo, está pendiente
el caso del capitán del Ejército Germán Parra, quien
un mes antes de la matanza detuvo a un grupo de paramilitares armados,
pero los liberó y les devolvió sus rifles R-15.
"Las sentencias sobre el caso Acteal no han sido satisfactorias,
dado que no se reconoció en los procesos judiciales el delito de
asociación delictuosa, el cual hubiera permitido acreditar la existencia
de los grupos paramilitares", ha dicho el CDHFB.
Al contrario, la PGR ha insistido en la tesis de que se
trató de un "conflicto intercomunitario" y que los asesinos materiales
son "civiles armados".
A los sobrevivientes tampoco se les ha hecho cabal justicia.
Miles de familias de Chenalhó, forzadas a abandonar sus hogares
por las amenazas y el terror paramilitar, siguen viviendo en condición
de refugiados internos, mientras los paramilitares siguen actuando y amenazando.
En comunidades como Canolal, Los Chorros, Yibeljó, por mencionar
algunas, los paramilitares han amenazado en días recientes con quemar
las casas o asesinar a los indígenas que regresaron a sus comunidades.
A pesar de que el gobierno federal ha militarizado el
municipio, no han sido desarmados los grupos paramilitares y sólo
se ha decomisado una de las armas que se usaron en la matanza de Acteal.
La presencia de más de 2 mil soldados en el municipio, destacados
en 19 campamentos militares, no garantiza la seguridad para que puedan
regresar a sus pueblos más de 6 mil 500 indígenas que viven
en campamentos.
En el contexto de la guerra iniciada en 1994, dentro de
la estrategia de contrainsurgencia, se ha documentado que el Ejército
Mexicano ayudó a la formación de grupos paramilitares en
el estado para llevar a cabo una guerra irregular contra las comunidades
indígenas rebeldes.
La matanza
Acteal provocó la indignación nacional e
internacional porque se trató de un crimen anunciado y las autoridades
locales y las fuerzas de seguridad nunca actuaron para impedirlo, al contrario,
hay pruebas de que encubrieron y apoyaron las acciones de los paramilitares.
Acteal es un pueblo tzotzil ubicado al borde de la carretera
que enlaza San Pedro Chenalhó y Pantelhó. A fines de 1997
llegaron a esta comunidad unas 325 personas provenientes de las localidades
vecinas Quextic y Tzajalucum que buscaban refugio por las amenazas que
habían recibido y luego de que un grupo paramilitar de filiación
priísta destruyó sus viviendas. Una parte de estos desplazados
pertenecía al grupo Las Abejas y otra a las bases de apoyo del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
En el municipio de Chenalhó, un grupo de campesinos
militantes del PRI fue organizado y entrenado por elementos del Ejército
Mexicano y protegido por la policía de Seguridad Pública.
A lo largo de 1997 la actividad de estos paramilitares se fue incrementando
y creó una situación de gran tensión y violencia en
las comunidades del municipio.
Al gobierno de entonces se le demandó que actuara
con urgencia, pero no hizo nada, a pesar incluso que había una recomendación
de la CNDH para que protegiera a miles de indígenas desplazados.
El 21 de diciembre de 1997 el grupo paramilitar acordó
atacar Acteal en una reunión realizada en Pechiquil. Se sabe que
participaron militantes priístas de las comunidades de Los Chorros,
Puebla, Chimix, Quextic, Pechiquil y Canolal, todas del municipio de Chenalhó.
Esto narraron algunos testigos:
"Ya por la tarde (el domingo 21 de diciembre) estaba perfectamente
planeado lo que iban a hacer. El acuerdo fue que iban a entrar en Acteal
el lunes a masacrar a esa gente. Los paramilitares dieron la orden a toda
la gente priísta de que al día siguiente tenían que
ir bien desayunados por la mañana y que el objetivo era el de ir
a cargar con todo el café que tenía la gente..."
El 22 de diciembre de 1997, aproximadamente a las 10:30
horas, junto al templo católico de la comunidad de Acteal se encontraban
unos 250 indígenas orando por la paz. Los refugiados y habitantes
del lugar escucharon una gran cantidad de balazos provenientes de varias
direcciones dirigidos hacia ellos. Según algunos testigos, un grupo
de al menos 60 personas disparó con armas de alto calibre y con
balas expansivas contra los hombres, mujeres y niños desarmados.
Los campesinos intentaron huir y esconderse en diversos lugares. Algunos
tomaron la dirección del arroyo que atraviesa la comunidad pero
encontraron otro grupo de paramilitares que avanzaba, unos más huyeron
rumbo a la escuela y otros se escondieron en la maleza.
Cuenta un testigo: "Las balas se veían como agua.
Más abajito hay un lugar para esconderse. Ahí fuimos, pero
se veía cómo los tiros pasaban, levantaban la tierra donde
pegaban. Los niños hacían mucho ruido, todos estaban llorando.
Fue cuando nos escucharon y los agresores fueron donde estábamos.
Fue cuando nos empezaron a disparar por parejo a todos los que estabamos
ahí. Yo me salvé porque me escondí en una barranco
con mi hermanito".
Según los sobrevivientes, el camión de la
presidencia municipal de Chenalhó fue enviado por el alcalde, Jacinto
Arias Cruz, para recoger a parte de los agresores y trasladarlos a Acteal.
Casi todos los agresores vestían de negro o de
azul, a la usanza de la policía de Seguridad Pública, y llevaban
paliacates rojos puestos en la cabeza. Los disparos duraron hasta cerca
de las seis de la tarde. Fueron asesinados 45 campesinos: 15 niños,
21 mujeres y 9 hombres. Además, quedaron 25 heridos.
La mañana del 22 de diciembre, antes de que iniciara
la matanza, acudió al Centro Fray Bartolomé un grupo de personas
de
Acteal que denunciaron las amenazas. Cuando acudieron a la Subprocuraduría
de Justicia Indígena los funcionarios les dijeron que "el fiscal
encargado estaba de vacaciones", por lo que les pidieron que regresaran
el 28 de diciembre.
El gobierno se enteró desde que comenzó
la masacre...
Cerca de las once de la mañana del 22, el Centro
Fray Bartolomé recibió una llamada desde Acteal en la que
se advertía que había muchos disparos cerca. Gonzalo Ituarte,
entonces secretario técnico de la Comisión Nacional de Intermediación
(Conai), se comunicó con Homero Tovilla, secretario de Gobierno,
para informarle de lo que sucedía en Acteal y solicitar su urgente
intervención.
El funcionario, según reporte elaborado por la
CNDH (recomendación 1/98), contestó que investigaría
inmediatamente. Por su parte, el subsecretario Uriel Jarquín declaró
a la prensa días más tarde que: "A las 11:30 (del 22 de diciembre)
tomé nota y le notifiqué que no teníamos ningún
reporte en ese momento. Notificamos de inmediato a la policía de
Seguridad Pública que estaba destacamentada en el lugar para que
verificara; no encontró ninguna evidencia de enfrentamiento, ninguna
casa quemada, ningún problema en la región; nos lo reportó,
reforzamos la vigilancia y seguimos pendientes".
A las 18 horas Tovilla Cristiani informó a la diócesis
que la situación estaba controlada y que los policías estatales
"sólo escucharon unos tiros".
De igual manera, Uriel Jarquín, en la entrevista
concedida a La Jornada el 23 de diciembre, habló de enfrentamientos,
mientras que los paramilitares estaban atacando a gente desarmada, en su
gran mayoría niños, mujeres y ancianos. Además, según
la recomendación 1/98 de la CNDH, el Centro de Investigación
y Seguridad Nacional (Cisen) informó a Tovilla Cristiani de los
sucesos antes de la llamada de la curia diocesana, el 22 de diciembre.
Sin embargo, ningún funcionario actuó.
Un hecho importante, que puso en evidencia la complicidad
oficial con los asesinos fue que un destacamento de la policía de
Seguridad Pública estaba en la escuela del lugar, a 200 metros de
donde estaba ocurriendo la matanza. Algo que no se puede creer es que la
balacera duró casi siete horas y los policías no intervinieron
en ningún momento y, supuestamente, tampoco avisaron a las autoridades.
A las 11:30 de la mañana tres vecinos de Acteal
alertaron a Roberto García Rivas, comandante de Seguridad Pública,
porque se había iniciado una fuerte balacera en la zona de la ermita
donde estaban los desplazados.
Sin embargo, los denunciantes fueron retenidos por la
policía. Además, los vecinos de Acteal en poblados como Chimix
(distante a tres kilómetros), Pechiquil (a cuatro kilómetros)
y el crucero hacia Los Chorros (a un kilómetro), informaron que
oyeron los disparos. No existe ninguna explicación creíble
de cómo los policías no pudieron haber escuchado los disparos
de los agresores o los gritos de sus víctimas.
Efectivos de Seguridad Pública entraron a Acteal
y permanecieron hasta las cinco de la tarde; es decir, más de seis
horas después de que los paramilitares comenzaron su ataque, más
de cinco horas después de que el secretario técnico de la
Conai les había avisado a las autoridades estatales lo que estaba
pasando.
Lo que las autoridades sí hicieron con eficiencia
fue recoger los cadáveres antes del amanecer:
Antonio del Carmen López Nuricumbo, comandante
de la zona Chenalhó de Seguridad Pública (ahora rehabilitado
en la policía estatal del gobierno de Chiapas), declaró ante
la PGR: "nos gritaba el licenciado Jorge Enrique Hernández Aguilar
que nos apresuráramos a levantar los cadáveres para que no
fueran a llegar los periodistas". Según la CNDH, el subsecretario
de Gobierno, Uriel Jarquín, también estuvo en las recolección
de los cuerpos.
Por otra parte, en su comunicado del 23 de diciembre de
1997, el EZLN señaló: "De acuerdo con transmisiones radiales
del gobierno de Chiapas (interceptadas por el EZLN), en las inmediaciones
de Acteal y al tiempo que se realizaba la masacre, policías de Seguridad
Pública del estado de Chiapas respaldaron la agresión y,
en horas de la tarde y noche, se dedicaron a recoger cadáveres para
ocultar la magnitud de la matanza. Los señores Homero Tovilla Cristiani
y Uriel Jarquín comisionaron a la policía para respaldar
este crimen. El señor Julio César Ruiz Ferro estuvo continuamente
informado del desarrollo del operativo (al menos desde las 12:00
horas del día 22 de diciembre, cuando la matanza llevaba ya una
hora). Aprobado por los gobiernos federal y estatal, el ataque se afinó
el día 21 de diciembre en una reunión de paramilitares (dirigida
por el señor Jacinto Arias, presidente municipal priísta)
de las comunidades Los Chorros, Puebla, La Esperanza y Quextic, todas éstas
del municipio de Chenalhó".
La CNDH recogió las declaraciones de los principales
funcionarios del gobierno estatal. Esto y muchas pruebas más llevaron
a esa instancia pública a afirmar que resulta responsabilidad penal
y/o administrativa a los siguientes funcionarios: Homero Tovilla Cristiani,
secretario de Gobierno; Marco Antonio Besares Escobar, procurador de Justicia
del Estado; Jorge Enrique Hernández Aguilar, secretario ejecutivo
del Consejo Estatal de Seguridad Pública; Antonio Pérez Hernández,
secretario para la Atención de los Pueblos Indígenas; Uriel
Jarquín Gálvez, subsecretario general de Gobierno; Ramiro
Sánchez Vega, subprocurador de Averiguaciones Previas; David Gómez
Hernández, subprocurador de Justicia Indígena, ambos de la
Procuraduría General de Justicia del Estado, y general de brigada
diplomado de estado mayor retirado Jorge Gamboa Solís, coordinador
general de la policía del estado; militar retirado José Luis
Rodríguez Orozco, director general de Seguridad Pública del
Estado; comandante Roberto García Rivas; general de brigada retirado
Julio César Santiago Díaz, jefe de asesores de la Coordinación
de Seguridad Pública del Estado; primer oficial de Seguridad Pública
del Estado, comandante Antonio López Nuricumbo; segundo oficial
de la policía de Seguridad Pública del estado, Roberto Martín
Méndez, encargado de la base de operaciones de Seguridad Pública
en Majomut el día de los hechos; segundo oficial Iturbide Rincón
Luna, comandante de la base de operaciones de Seguridad Pública
en Chimix; oficial Jorge Zavaleta Urbina, comandante de la región
San Cristóbal de Las Casas de Seguridad Pública; comandante
de la Policía Judicial del Estado de apellido Alvarado Gutiérrez,
con destacamento en Chenalhó; Marco Antonio Jiménez Espinosa,
agente del Ministerio Público del fuero común adscrito a
la Subprocuraduría de Justicia Indígena.
La CNDH hizo pública su recomendación el
7 de enero de 1998, el mismo día que el señor Julio César
Ruiz Ferro solicitó licencia por tiempo indefinido como gobernador
de Chiapas. Todos los funcionarios señalados dejaron sus cargos
justo ese día. Sin embargo, hasta la fecha solamente han sido consignados
ante la justicia los señores general de brigada retirado Julio César
Santiago Díaz, David Gómez Hernández, Roberto Martín
Méndez Gómez, Roberto García Rivas y Jacinto Arias
Cruz, ex presidente municipal de Chenalhó.
Los gobiernos estatal y federal se deslindaron de los
hechos y trataron de presentar la matanza como un conflicto entre indígenas.
Sin embargo, hay muchas evidencias de que lo ocurrido en Acteal fue parte
de una campaña contrainsurgente, de acuerdo con los manuales de
guerra irregular.
En la medida que el Estado no asuma su responsabilidad
en los hechos, no se juzgue a los autores intelectuales y no se desarme
a los grupos paramilitares, la justicia en este caso seguirá pendiente.
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