Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 22 de diciembre de 2001
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Mundo
029a1mun Sandra Russo

Nosotros

Fue tan lenta y brutalmente que la política se alejó de la gente que el miércoles, cerca de la medianoche -cuando la imagen de un patético Fernando de la Rúa se esfumó de la pantalla, cuando instantáneamente el estruendo de las cacerolas empezó a ha-cer resonar su eco metálico en decenas de miles de balcones, cuando poco después todos salieron de sus casas y en cada es-quina y avenida los vecinos empezaron a confluir en la termita indignada que forzó la renuncia de Cavallo-, cada uno sintió que aquello no alcanzaba, que tampoco alcanzará la renuncia del gabinete ni la del presidente. Cada uno lleva sobre sus hombros la sensación de que hay que empezar todo de nuevo, que hay que refundar.

La visión de los saqueos durante todo el día, la amenaza de las tristes batallas de pobres contra pobres, el caldo de cultivo para que nazcan serpientes de estos huevos, la certeza de que allá, intramuros, en algunos despachos otra vez -¡otra vez!- había quienes intentaban pactar alguna innoble repartija sobre los cuerpos calientes de los muertos y sobre los cuerpos todavía más calientes de los vivos, todo eso y mucho más afloró en la conciencia colectiva. Nos han robado, nos han estafado, nos han mentido, nos han manoseado, pero anoche pareció que así y todo no nos han destruido.

¿Será ahora? ¿Será ahora que podamos barajar y dar de nuevo? En la madrugada del jueves las multitudes, repartidas en manzanas, en barrios, en esquinas, estaban sorprendidas de sí mismas. Una fuerza superior y más potente que cada quien estaba operando ese hecho histórico. No hubo consignas más allá de aquellas que mandaron al carajo a estos tipos. No hubo otras banderas más que la azul y blanca. No hubo atropellos ni desquicio, salvo contados incidentes seguramente atribuibles a gente arrancada o bien al servicio de la confusión. Los ciudadanos se reconocían entre sí. Azorados de sí mismos, de ser tantos, de estar tan bien sincronizados con el arma inocua pero atronadora de sus tenedores y sus tapas de olla, de pertenecer, ahora sí, por fin, nada más y nada menos que a un pueblo que ha dicho basta, a un pueblo que aspira a la revolución que significa sacarse de encima a los ladrones, a los charlatanes, a los miserables. Un pueblo que está agotado de los males menores. Es con ese cuento que ha-ce años que nos vienen violando.

Esas multitudes espontáneas desparramadas por todo el país siguen sorprendidas de su propia magia: sin consignas ni banderas ni líderes ni nada más que esta atronadora presencia en la calle, empezó a tomar forma la palabra nosotros. Si nos salvamos, será pronunciándola.
 
 

ŤTomada del diario argentino Página 12

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