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Ť Se contabilizan 27 decesos por balas de plomo;
eran de goma, versión policial
Niños y jóvenes argentinos, la mayoría
de los muertos en la represión a los saqueos
Ť Barricadas en villas miseria ante rumores de
asaltos a casas de la periferia bonaerense
Ť Los pequeños comerciantes, víctimas fáciles
de los grupos integrados por desesperados
STELLA CALLONI CORRESPONSAL
Buenos Aires, 21 de diciembre. Eloísa Paniagua
tenía 11 años y vivía en Paraná, Entre Ríos,
una de las provincias convertidas, por primera vez, en epicentro de los
ataques a mercados para buscar comida. Como cientos de niños que
participaron en los saqueos.
Había logrado llevarse algo de un supermercado
de la ciudad y corría desesperada, pero una bala disparada a su
cabeza le cortó el camino y la vida. Todo por una bolsa mezquina
de comida, que apretaba en sus manos para ella y su familia, que significaba
comer después de días a mate y agua.
En una casa cercana al supermercado, otra niña
de 14 años, Romina Ijurian, que descansaba simplemente, fue alcanzada
por una bala perdida. Entre Ríos siempre fue considerada una de
las provincias más ricas de la Mesopotamia ¿Cómo se
llegó a esto?
En Villa Allende, Córdoba, un chico de 14 años
ni siquiera logró llegar a su objetivo: las góndolas cargadas
de comida de un supermercado del lugar. Esta vez el disparo fue en el pecho.
Allí mismo cayó y es hasta ahora un NN (muerto desconocido).
En cambio Damián Ramírez, también
de 14 años, sí fue identificado entre varios cadáveres
en la provincia de Buenos Aires, al igual que Hernán Flores, de
15, y Vicente Ramírez, de 14, que junto con otros de-sesperados
saqueaban una carnicería cuando fue abatido con un balazo en el
rostro.
Muchos pasaron sobre su cuerpo menudo. De los 27 muertos
-la cifra dramática de este día, después que dos heridos
graves durante los disturbios de Plaza de Mayo fallecieron en hospitales
donde estaban internados-, la mayoría son niños y jóvenes
de entre 11 y 30 años de edad.
Todos los que murieron en esta capital presentaban heridas
de bala de plomo, dijeron los médicos, y no de goma, como sostiene
la policía. Incluso hubo muertos por balas perdidas, y disparos
de policías, de civiles y de los dueños de los negocios.
Las balas cruzaron el país una vez más.
Pero morir por robar comida en un acto desesperado afrenta a un sistema
de un país donde a veces se tiran toneladas de alimentos cuando
no se pueden transportar. Son crónicas de muchas muertes anunciadas.
El derecho a comer
Desde La Jornada seguimos año con año
la situación social aquí, en Bolivia o en Brasil. El fenómeno
de los desocupados organizados en distintos lugares del país, que
se autollamaron piqueteros por aquello de los piquetes de huelga,
fue mostrado como una nueva y creativa forma de lucha en sus cortes de
calles y de rutas.
Los saqueos de estos días no han sido protagonizados
por piqueteros, uno de cu-yos líderes, Emilio Alí,
fue detenido y condenado a cinco años de prisión, no por
violencia sino por encabezar una negociación para pedir comida en
un supermercado.
La negociación terminó bien, con la en-trega
de paquetes de comida y en paz. Pero después un juez instruido por
los hombres de "mano dura" en la provincia de Buenos Aires llevó
a Alí a prisión acusado de "ex-torsión" (pedir comida)
y "chantaje", por liderar a un grupo de personas muy pobres y por supuesto
"mal vestidas".
En esta ola de saqueos no hubo piqueteros, sólo
en algún lugar de esta capital. Por eso la simultaneidad con que
salieron especialmente en la provincia de Buenos Aires y en el conurbano
hizo crecer la sospecha de que una mano negra estaba detrás
de algunos hechos, montándose sobre la tragedia de la hambruna y
la desesperación.
Como en 1989, cuando se organizaron contra el ex presidente
Raúl Alfonsín, lo que apresuró su salida del gobierno,
ahora sucedió algo similar, en este caso con una innegable responsabilidad
gubernamental por la ausencia y el aislamiento presidencial.
Otra vez se vio beneficiado el Partido Justicialista,
donde las luchas internas se entrecruzan debajo de las mesas en una competencia
sin piedad para volver al poder en el 2003 mediante elecciones.
Los saqueos continuaban hoy, pero anoche se había
instalado una nueva modalidad en una guerra de pobres contra pobres. En
algunas villas miseria (ciudades perdidas) que rodean la
ciudad y surgen como hongos, los vecinos levantaban barricadas, como si
viniera un huracán, para defenderse de una posible invasión
de otros "villeros vecinos".
Muchos miran azorados esta realidad que no por desconocida
sorprende aún dolorosamente. Hay historias infinitas como la de
los pequeños comerciantes, víctimas fáciles de los
grupos que actuaban llevando como coraza a los desesperados. El rostro
de un hombre de origen chino descompuesto por un llanto imparable ante
las cámaras, quien daba cuenta de la otra tragedia.
En una carnicería de un barrio muy hu-milde un
joven que había perdido su trabajo a principio de este año
puso un comercio, tan pobre como su entorno. No quedó nada luego
del vendaval y entonces intentó suicidarse, y los empleados de los
negocios sa-queados perdieron sus trabajos en una rue-da cruel que devora
a todos.
Anoche se hicieron correr rumores de que iban a asaltar
casas en el conurbano y las familias humildes no durmieron, o bien ar-maron
barricadas para defenderse de esos fantasmas que eran sus iguales.
¿Quién siembra el miedo para recoger tragedias?
Esta es la otra cara de este drama que no se cuenta, el rostro oculto de
un país partido. "En China somos miles y miles pe-ro nunca vi robos",
decía el comerciante chino cuyo llanto desesperado también
que-dó grabado como otra forma de muerte.
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