Ť Leonardo Páez

Una despedida rara

HASTA FOTO EN primera plana de La Jornada ligó el hiperactivo diestro Eloy Cavazos luego de su triunfal, apoteósica, histórica, enorme, digna, inolvidable y demás adjetivos que la crítica taurina positiva o nomás la untada utilizó para encabezar la nota de su segunda despedida de la Plaza México. La primera ocurrió el 10 de marzo de 1985, con desastrosos resultados para Eloy, pues de los seis toros que escogió ninguno embistió. Ahora consiguió tres orejitas pueblerinas y salir a hombros.

SI BIEN 99 por ciento de los medios se volcó en adjetivos encomiásticos, la realidad es que se trató de una despedida más bien chistosa, como correspondía a la personalidad torera del que dijo despedirse y seguirá toreando "un número mínimo de corridas" por los estados. Escasos aficionados y hartos espectadores hicieron algo más de media entrada, que lo mismo aplaudían envolvidas y rapidinas, que puyazos traseros o pares caídos, llegando al colmo de solicitar banderillas a los alternantes de El pequeño gigante, Jorge Gutiérrez y El Zotoluco, que en su vida han realizado dicha suerte.

EL GANADO ESCOGIDO para tan histórica ocasión no pudo ser más propicio. Procedió del hierro coahuilense de Julio Delgado, convertido en favorito de las figuras que se despiden, por lo menos desde que lo hizo Curro Rivera en 1992. Toros jóvenes, muy medidos de bravura pero sobrados de docilidad, obedientes como novicias con verdadera vocación, sin la menor intención de lastimar a nadie, no digamos de coger a un torero, pero ideales para faenas bonitas y repetitivas de diestros tres eme: Muleteros monótonos modernos, incapaces de lograr la verdadera estética tauromáquica, esa que surge de la emoción de una bravura con estilo, no de éste sin aquélla.

LO MALO FUE que el mejor lote -los dos toros que por sorteo corresponden a cada alternante- no le tocó a Cavazos, sino a Gutiérrez, quien se despachó con la cuchara grande, gracias a la generosidad alelada del juez Manuel Gameros, otra calamitosa autoridad taurina a merced de la empresa y de los toreros que figuran.

PERO LA DEMAGOGIA se contagia y esta ocasión el navideño juez imaginó que la Plaza México sería incendiada por los partidarios de Gutiérrez ?el que se despedía era Eloy, no olvidarlo? si no otorgaba el indulto al quinto de la tarde, Fenómeno, un astado comodito de cabeza y que apenas fue al caballo, por lo tanto manso pero noblote y repetidor, que de ninguna manera reunió los merecimientos para que se le perdonara la vida.

UN JUEZ NO está para complacer al público o cuidar su chamba, sino para aplicar la ley o el reglamento vigente. Lo que ocurre es que hace tiempo a las autoridades de la plazota, a merced de la empresa y de las complacencias, les da por premiar la mera toreabilidad de las reses, no su bravura ni su fuerza, criterio que lejos de engrandecer el espectáculo lo ha degradado.

EN DESCARGO DEL buen Gameros, el otro cómplice del bochornoso indulto fue el matador Jorge Gutiérrez, que desatendió las órdenes iniciales del juez de que entrara a matar, ahorrándose el riesgo de malograr su obra con una estocada defectuosa o varios pinchazos. Vaya con la caricatura de despedidas apoteósicas.