Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 15 de enero de 2002
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Cultura
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Teresa del Conde

Irma Palacios

El 31 de enero concluirá la exposición de 13 pinturas de formato amplio, realizadas entre 1999 y 2001, que la pintora Irma Palacios presenta en la Galería Metropolitana de la UAM. Aunque a decir verdad, yo sorpresas no tuve porque ya conocía la mayoría de estos trabajos, siempre resulta distinto verlos de manera simultánea con adecuada museografía, en espacios tan generosos como los de la galería de la calle de Medellín. Lo único que me pareció inadecuado (excepto en un caso) fue la selección de apostillas integradas a la museografía. Me hizo pensar que ese género, a veces tan ingrato, que llamamos crítica de arte, no sirve absolutamente para nada, por más que autores tan distinguidos como Juan García Ponce lo hayan practicado a conciencia.

Del galardonado escritor, fue tomada la siguiente aseveración: ''No es frecuente hallarnos ante una artista que no hace más que llamarnos al silencio de la contemplación''. Esta frase, sacada de contexto, resulta redundante, porque si la obra de un artista no llama a la contemplación, es que su función está rotundamente equivocada, ya se trate de creaciones colectivas como las de Altamira, o de creaciones modernas, como pudieran serlo las de Turner, con quien esta pintora algo tiene que ver, cosa que intentaré comentar más adelante.

Otra de las apostillas resulta punto menos que ininteligible con todo y que el autor es -desde luego- hombre entendido de estas cosas, me refiero a Luis Ignacio Sáenz: ''La imposibilidad de proferir palabra articulada ante sus imágenes y sus formas marca el contacto de quien tiene la fortuna de verlas, acariciarlas, contemplarlas, ser en unas y otras''. Esta expresión necesitaría de una traducción entendible, que si se verificara resultaría negativa para la pintora, porque lo que se lee textualmente es que no hay modo de proferir palabras articuladas ante sus imágenes.

Y desde luego que la posibilidad sí existe, como ejemplo está, en la misma sala, la apostilla de Jorge Alberto Manrique, única que me resultó coherente, y no porque sea mi amigo y colega, sino porque sin rodeos, su afirmación es concisa y carece de pretendidos giros poéticos, que a veces resultan tan fallidos en este género del artwriting: ''Ante su trabajo se me viene a la cabeza el concepto de perfección tan ajeno a la idea actual del arte''. Fijémonos, Manrique no dice que el arte de Irma sea perfecto, sino que su mente asocia este tipo de trabajos con una idea de perfección que suele ser ajena a la contemporaneidad. Y así es, basta pararse ante la mayoría de estos trabajos: pueden producir efecto de deja vu, pueden deparar reiteraciones, tanto en el manejo de ciertas formas que son en esta pintora arquetípicas, como en sus orquestaciones cromáticas, pues guardan fundamentalmente dos ejes. Lo cierto es que casi cualquiera de las obras expuestas se convierte en objeto de deseo porque el artificio en ellas volcado es, por decirlo de algún modo (no muy articulado) amoroso y a la vez sabio, ya que la pintora, en plena madurez, domina su menester y sabe cómo ''decir'' lo que quiere, cosa que se agradece siempre.

Hay una pintura de la que emana luz, me la imagino como fuente luminosa aun y cuando se encontrara en un ámbito tenebroso. Tiene un título ad hoc: Regiones de luz y lo que allí está pintado es eso, la luz. Entre todo lo expuesto es esta obra la que mayormente me hizo evocar a Turner y su principal crítico: John Ruskin (1819-1900).

Al decir que sus arpegios de color guardan por lo común dos ejes, cosa que se advierte transitando varias veces a lo largo del conjunto, me refiero a lo siguiente: los cuadros pueden ser claros y luminosos -en cuyo caso las áreas oscuras se dosifican como si pautaran otra calidad de luz-. En el extremo opuesto están los cuadros predominantemente oscuros en los que las áreas claras sirven de contrapunto. Entre estos hay uno, Paisaje nocturno, en el que las formas ovales e irregulares que lo pueblan proyectan sombras, como si esos elementos realmente fueran sólidos.

Los ritmos en unos y otros son una constante que alcanza su ejemplificación máxima en Juegos de aire. Aun y cuando esa pintura careciera de título, lo que allí se representa es el aire que toma trayectos agitando las formas que allí discurren. En otro cuadro la mancha que explota en el cuadrante derecho puede recordar a Gotlieb, cosa que percibimos al unísono mi acompañante en el momento de estar mirando (Cristina Gálvez) y yo.

Pero como en gustos se rompen géneros, esta obra, que es una de mis predilectas debido a lo que yo veo como una compensación perfecta, no le resultó a ella tan gustable, sino que prefirió Relato porque le encontró un cierto parecido con Cy Twombly. Pero la asociación con éste o con Gotlieb no tienen nada que ver ni con influencias directas ni con patterns de intención; se trata sólo de ciertas coincidencias formales dentro de ese inmenso e inagotable venero que ofrece y ha ofrecido la pintura abstracta.

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