Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de marzo de 2002
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Angeles González Gamio

Doble agasajo

La visita a los museos del Centro Histórico de la ciudad de México, en su mayoría, brinda un doble agasajo. Por un lado la muestra de arte, sea permanente o temporal, y por otro el edificio en sí mismo, que suele ser alguna hermosa construcción barroca o neoclásica. Un buen ejemplo de ello es el Museo José Luis Cuevas, que ocupa el claustro del que fuese el convento de Santa Inés, fundado en 1600 por cuatro monjas procedentes del convento de la Concepción, el primero de mujeres que se fundó en México y que fue fuente de varias de las instituciones religiosas femeninas más importantes que se crearon a lo largo del virreinato.

El templo adjunto, que conserva unas extraordinarias puertas talladas que narran la historia del apóstol Santiago y el martirio de Santa Inés, fue la sede de la Cofradía de Pintores, por lo que aquí fueron sepultados Miguel Cabrera y José de Ibarra, dos de los más ilustres de la época, cuyos espíritus -si los hay- seguramente disfrutan enormemente el museo anexo al que dio vida su colega, el extraordinario artista José Luis Cuevas, quien donó la obra que conforma la colección permanente. Por cierto, una muestra notable de sus esculturas adorna por un tiempo el Paseo de la Reforma, entre Chapultepec y el monumento a Cuauhtémoc.

Ubicado en la calle de Academia 13, el sobrio interior, rediseñado por Manuel Tolsá, luce en el centro del amplio patio la escultura de Cuevas La Giganta, monumental en todos los sentidos. En este lugar se presenta actualmente la exposición El salón de los espejos. Homenaje a Bertha Cuevas, del sobresaliente pintor Fernando Leal Audirac, quien desde hace varios años vive en Milán, Italia, donde ha realizado varias exposiciones y pintado importantes frescos.

Otro museo de excepción es el Franz Mayer, de Artes Aplicadas, conformado con la obra que cedió el altruista alemán que lo bautiza. El inmueble que ocupa no podía ser mejor: el antiguo Hospital de San Juan de Dios, construido en el siglo XVII y remodelado y embellecido una centuria más tarde, al igual que el soberbio templo adjunto, con su primorosa portada que semeja un gran nicho abocinado y sus pilastras ondulantes, ambas de gran originalidad, lo que se acentúa con el alegre colorido que las adorna.

Situada en la avenida Hidalgo 45, en la bella Plaza de la Santa Veracruz, con la vista de la Alameda, esta institución hospitalaria dio fama a los juaninos como seres de excepcional bondad y entrega. Durante las terribles epidemias de 1736 y 1738, llegaron a recibir hasta 885 enfermos diarios, que sobrepasaron en mucho el cupo habitual, por lo que cedieron sus propias celdas e instalaron por todo el edifico enfermerías provisionales. Siglos más tarde pasó a manos del gobierno, que instaló allí el tétrico Hospital de la Mujer.

Su uso actual nos permite apreciar el asombroso interior, con su inmenso y bellísimo patio principal enjardinado, su gran fuente central y los amplios espacios que ahora albergan la sobresaliente colección. Sin duda es el mejor lugar para mostrar la exposición temporal de mayólica de Gorky González, el talentoso guanajuatense que ha revivido técnicas, formas y colores de piezas particularmente bellas de siglos atrás. Este esfuerzo es el resultado de una auténtica pasión, que se hace evidente al apreciar la colección de objetos antiguos del propio artista, quien hace varios años recibió el Premio Nacional de Arte, que se suma a reconocimientos otorgados en muchas partes del orbe.

A unos pasos de este museo, sobre la avenida Hidalgo, se localiza la bella casona decimonónica que restauró la Secretaría de Hacienda y que sirve de comedor del subsecretario en la planta alta, y de galería de arte en la baja. Hasta el 10 de marzo se expone ahí obra del magnífico pintor Arnaldo Cohen.

El broche adecuado para este recorrido es un buen festín, que puede ser en el cercano restaurante El Hórreo, con su abundante comida española. Está situado en la calle Doctor Mora 11, enfrente de donde solía estar uno de los quemaderos de la Inquisición, lúgubre predio que afortunadamente se integró a la Alameda en el siglo XVIII. Con su cabeza de toro, un pequeño hórreo (troje) y su imagen de la Covadonga, delata su origen asturiano, que se confirma con la deliciosa fabada al estilo de esa región de la península. Con mucho sabor la cantina adjunta... también con su cabeza de toro.

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