Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 3 de marzo de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Cultura

Carlos Bonfil

La habitación del hijo

El título más reciente de Nanni Moretti, La habitación del hijo (La stanza del figlio), juega con el doble sentido de la palabra stanza en italiano, al mismo tiempo habitación y estancia ("poema lírico de inspiración grave -moral, religiosa, elegiaca"). Y si Abril (Aprile), su película anterior, la única distribuida comercialmente en México, fue la celebración lúdica del nacimiento de un niño, el propio hijo de Moretti, en la Italia del empresario Berlusconi, su nueva realización es algo muy distinto, casi una oración fúnebre, no exenta sin embargo de un gran talento humorístico. El propio Moretti interpreta a Giovanni, un feliz padre de familia, de profesión sicoanalista, sumido de pronto en un drama familiar ocasionado por la muerte accidental de su hijo adolescente.

El cine de Moretti ha hecho siempre amalgama de lo público y lo privado en sus radiografías de la vida política italiana. Desde las crisis existenciales del protagonista Apicella, alter ego suyo, figura fetiche en su filmografía, quien pierde la memoria al tiempo que el Partido Comunista pierde las elecciones, para descubrirse a la deriva en una Italia neoliberal y frívola (Palombella rossa, 1989), hasta la empecinada búsqueda de la pureza, a partir del desencanto, en las tribulaciones de un sacerdote rural en La misa ha terminado, de 1985.

Estos títulos, y varias sorpresas más, integran una trayectoria sólida que valdría la pena rescatar organizando alguna retrospectiva de su obra. Queda por lo pronto el placer de descubrir a Moretti en La habitación del hijo, su cinta consagratoria, premiada el año pasado con la Palma de Oro del Festival de Cannes.

Una interpretación precisa, sin desbordamientos sentimentales, ofrece la figura de un padre de familia, relativamente feliz, un tanto aburrido con la rutina de su profesión, quien en una sola tarde cuestiona el equilibrio precario de su organización familiar, e incluso las razones por las que ejerce la práctica sicoanalítica. El tema de la culpa es aquí capital. Analizar el drama de la muerte eventual de uno de sus pacientes aquejado por el cáncer, y coincidentemente experimentar la impiadosa revelación de la pérdida de su propio hijo, no es una de las ironías menores de la cinta. Contra toda lógica, el padre se acusa a sí mismo de lo sucedido. Si a esto se añade la manera en que Moretti vincula el acontecimiento trágico, tan personal, con el manejo cotidiano de dramas ajenos, para contrastarlo después con las demás reacciones en la familia (esposa e hija), rápidamente destacan las cualidades de observación del artista.

Una larga experiencia de duelo restituye a tres seres humanos una noción de solidaridad afectiva muy por encima de las convenciones del orden tradicional. Hasta el momento de la tragedia, la morosidad hacía las veces de garantía de un bienestar familiar; hasta ese momento, la práctica profesional de Giovanni era la rutina de ver desfilar en su diván siquiátrico, una cadena de casos clínicos, ni por asomo la sustancia de un verdadero ser humano. La experiencia de la pérdida se acompaña, de modo casi ritual, de una recuperación de la identidad propia -un tema muy sustancial en el cine de Moretti. La recuperación también de la facultad de comunicar y comulgar satisfactoriamente con otros seres. Al parentesco que comúnmente se le impone al cineasta italiano con el cine y la figura de Woody Allen, habrá que añadir una inesperada gravedad en el tono, una elegancia formal, muy en deuda con el maestro común, Ingmar Bergman.

La habitación del hijo no aborda un tema llamativo, que remotamente pudiera considerarse original, y sin embargo consigue en su manejo de registros emocionales, y en su dominio de espacios y ritmos narrativos, la intensidad y coherencia dramáticas necesarias para conferir al tema de la muerte filial toda su dimensión de nobleza. Sin pretender en momento alguno elaborar un mensaje, o una admonición moral, o un señalamiento social, Moretti expone -exponiéndose a sí mismo- la precariedad del trato afectivo, las mil maneras de perder una presencia entrañable, el empecinamiento estéril en las certidumbres propias, y el proceso laborioso para alcanzar una reconciliación espiritual, cuando ésta por azar aún es posible. La stanza para un hijo es en efecto la elegía por un afecto perdido. Los viejos temas de Moretti tienen en su cinta más reciente una definición magistral. Sería una lástima que un logro semejante pase desapercibido en nuestra cartelera.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año