Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 15 de marzo de 2002
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Política
Miguel León-Portilla

Hacia una nueva relación*

Las relaciones de los pueblos indígenas de México con los distintos gobiernos y la sociedad nacional han sido, desde que se consumó la Conquista hasta el presente, adversas en grado sumo para los dichos pueblos. Hagamos un breve repaso.

Los indígenas quedaron sometidos al régimen de encomiendas y corregimientos. Allí se les impusieron las duras cargas de los tributos y los servicios personales, desde los domésticos hasta los de la agricultura, la ganadería y los más extenuantes de las minas y los obrajes. Sus diferencias culturales, de modo especial sus creencias religiosas, tenidas como inspiradas por el demonio, fueron vistas como algo que era necesario erradicar.

Después de tres siglos de sometimiento, consumada la independencia del país, cuando pudo esperarse que esas relaciones se transformarían en beneficio de los indígenas, la situación se tornó en muchos aspectos más adversa para ellos. So capa de establecer plena igualdad entre los habitantes del país, se borró el reconocimiento legal de su presencia. Se proclamó que no había ya indios y se ignoraron sus diferencias y requerimientos. Las relaciones de los pueblos indígenas con los gobiernos y la sociedad nacional empeoraron aún más con el paso del tiempo.

La Constitución federal de 1857, al suprimir la propiedad comunal, abrió el camino para el despojo de sus tierras y territorios ancestrales. Muchos pueblos indígenas quedaron arrinconados en las que se han llamado zonas de refugio. Otros, desarticulados socialmente, fueron a parar como trabajadores encasillados en las haciendas. En las tiendas de raya de las mismas quedaban endeudados de por vida, en condiciones no muy alejadas de la esclavitud.

Las relaciones de los pueblos indígenas con la sociedad nacional y los caudillos de la Revolución de 1910 fueron en general adversas. Como había ocurrido antes en otras revoluciones y en guerras extranjeras, grandes contingentes indígenas fueron manipulados como carne de cañón. Hubo excepciones, pero pocas. Una memorable la ofrece Emiliano Zapata, que luchó por la restitución de las tierras de los indios y demás campesinos.

Las relaciones de los pueblos indígenas con los gobiernos y la sociedad nacional, consumada la Revolución de 1910, siguieron siendo desfavorables para los dichos pueblos. De modo paralelo a lo que había ocurrido en los siglos coloniales, se buscó entonces su absorción en la cultura nacional. Se pensó que, sólo suprimiendo sus diferencias culturales y sus lenguas, se lograría que el país se integrara cabalmente. Se siguió negando de hecho y de derecho la realidad insoslayable de que México es un país pluricultural y multilingüe.

indigenas-baston¿Son otras hoy las relaciones de los pueblos indígenas con el gobierno y la sociedad nacional? El Poder Legislativo, que se ha rehusado hace muy poco a prestar oídos a las demandas indígenas en términos de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, nos está mostrando con su actitud que las relaciones con los pueblos indígenas continúan siendo adversas para ellos.

Hemos venido aquí a la Mesa del Nayar, en territorio indígena, con la presencia cercana de hermanos nuestros de estirpe cora, huichol, tepehuana y nahua. Se nos ha invitado manifestando que se quiere establecer una nueva relación con los pueblos indios. Para ello se ha diseñado un Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas del país, 2001-2006.

El Presidente de la República mexicana, Vicente Fox, y sus cercanos colaboradores, Xóchitl Gálvez, titular de la Oficina de Representación para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, así como Humberto Aldaz Hernández, director del Instituto Nacional Indigenista (INI), han venido con el propósito de fomentar una nueva relación con los pueblos indígenas.

Recordaré aquí una anécdota que ocurrió hace años en un pueblo de Chiapas. Había sido yo invitado por un alto funcionario del INI. Habló éste a la gente del lugar, de estirpe tzotzil. Ofreció mejorar la atención sanitaria, la educación, las comunicaciones, así como emprender algunos proyectos de desarrollo económico. Al terminar su discurso, se levantó un anciano tzotzil. Con respeto manifestó: "mira, señor, ¿sabes que ya he oído varias veces palabras como las que acabas de decirnos? Y sabes que pasa luego el tiempo y lo que, varias veces nos han ofrecido, nunca nos lo cumplen. ¿Cómo podemos creerte? Por favor, ya no vengas a burlarte de nosotros. Somos mexicanos, pero la verdad es que siempre nos desprecian, no quieren oírnos, piensan que somos tontos y no servimos para nada".

Hermanos indígenas, presidente Fox, funcionarios que lo acompañan: ¿volverá a repetirse esta historia? Los hermanos indígenas lo han afirmado y lo reiteran: no quieren un México sin ellos. He leído y examinado el texto del Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2001-2006. Encuentro en él muchas proposiciones buenas y atinadas.

Por ejemplo, en él se describe cuál es en la actualidad la situación de los pueblos indígenas. Se reconoce que aportan ellos a México una gran riqueza. Esta se manifiesta en su diversidad cultural, que es baluarte admirable frente a las embestidas de una globalización cultural rampante que pareciera dirigida a clonarnos a todos a imagen y semejanza del poderoso.

De los 12 millones de indígenas mexicanos un elevado porcentaje participa en actividades agrícolas. Además, en sus tierras y territorios existen yacimientos petrolíferos y de otros minerales; varias de las grandes presas hidroeléctricas se ubican también allí, pero casi todo es para beneficio de otros. Los indígenas han aportado desde tiempo inmemorial una rica farmacología y valiosos elementos de su dieta ancestral. Mantienen vivas sus artes y artesanías, tradiciones y expresiones de su palabra, con una antigua y nueva literatura en sus lenguas vernáculas. Todo esto se reconoce en el Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Pero asimismo se habla de los problemas que más los agobian en campos como la salud, nutrición, vivienda, comunicaciones, educación, economía, ocupación e ingreso, difícil acceso a la obtención de justicia y a la defensa de sus derechos humanos.

Tomando conciencia de todo esto, en el referido programa se da entrada a una pregunta capital: ¿qué es lo que se propone?, ¿cuál es la nueva relación que se busca? En la respuesta que se ofrece se insiste venturosamente en un reiterado reconocimiento por parte del Estado Mexicano de la diversidad cultural y lingüística de los pueblos originarios, abriendo cauces para que puedan participar de forma sustentable en los diversos campos de la vida del país. Además en la enunciación de los principios, objetivos, estrategia y líneas de acción de este programa hay muchos elementos positivos, que ojalá se traduzcan en realidades.

Me fijaré en algunos puntos que quiero subrayar: 1. Si se busca una nueva relación con los pueblos indígenas es imprescindible no sólo enunciar que debe lograrse el respeto a sus diferencias culturales y lingüísticas por el Estado y la sociedad nacional. Convertir en realidad tal respeto sólo podrá alcanzarse si ellas se reconocen plenamente, y sin ambage alguno, en la Constitución Política de México; si son objeto de atención en todo el sistema educativo, y también, masivamente, a través de los medios de comunicación. Los no indígenas habrán de valorar las grandes contribuciones de los pueblos originarios en el campo de la cultura, es decir, en la riqueza de la civilización prehispánica y en lo que significan, como fuentes de creatividad, tales diferencias culturales contemporáneas. Habrá que poner, desde la educación primaria, ante los ojos y la mente de los educandos y, a través de los medios de comunicación, los aspectos más valiosos de la diferencia cultural indígena: su sentido estético a partir de su indumentaria; su actitud de respeto y amor ante la naturaleza; su capacidad creadora de símbolos manifiesta en sus artesanías y en su literatura contemporánea; su sentido comunitario y de hospitalidad; la finura de su trato; sus prácticas genuinamente democráticas en la elección de sus autoridades; en fin, la resistencia que han demostrado y que los ha llevado a sobrevivir tras cinco siglos de injusticias.

2. Para promover una nueva relación con los pueblos indígenas es impostergable que se reconozca su personalidad como entidades de derecho público. Sólo a partir de tal reconocimiento podrán alcanzar ellos la autonomía por la que tanto han luchado. Importa subrayar que autonomía no es lo mismo que soberanía.

Mientras esta última es atributo de los estados que la ejercen a través de sus órganos gubernamentales, la autonomía consiste en la capacidad de regir los intereses de la vida interna, mediante normas y órganos propios, a niveles como los de los municipios, algunas universidades y, en nuestro caso, de los propios pueblos indígenas. La autonomía implica además derecho a beneficiarse con los recursos existentes en las tierra y territorios ancestrales. En estrecha relación con la autonomía de los pueblos indígenas se hallan otros varios puntos acordados en San Andrés Larráinzar. Entre ellos sobresalen el derecho a elegir a las propias autoridades de acuerdo con sus usos y costumbres; el derecho a una educación realmente bilingüe; la representatividad en las Cámaras a nivel estatal y federal; el acceso expedito a la obtención de justicia, el respeto a los derechos humanos, así como establecer y ejercer formas de participación indígena en la que se ha descrito como una atención pública transversal con la participación de todas las instancias del gobierno.

Obviamente lo anterior presupone que el Poder Legislativo revise y modifique, en todo lo que sea necesario, las reformas constitucionales y cualesquier otras leyes que se hayan emitido en relación con los pueblos indígenas. Es éste un momento propicio para pedir al Presidente de la República apoye decididamente que esto se convierta en realidad.

3. El fomento al desarrollo económico sustentable de los pueblos indígenas es otra prioridad. El Estado Mexicano habrá de confiar en la capacidad de los indígenas para que sean ellos mismos gestores de los proyectos que se emprendan en su propio beneficio. Hay actualmente numerosos hombres y mujeres indígenas no sólo bien preparados, sino de sobresaliente capacidad. Conozco científicos indígenas formados en México y el extranjero; también lingüistas, escritores, etnólogos, historiadores, abogados, en fin, personas que ejercen diversas profesiones. Ellos deberán participar en el diseño y tener a su cargo tales proyectos para su desarrollo sustentable.

Con gran satisfacción puede comprobarse que en el programa que estoy comentando se tocan estos puntos. Se habla también de la transformación del INI, con plena participación indígena, así como de la creación del Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas. Finalidad de éste debe ser establecer un claro criterio en el cual la pluralidad de lenguas trascienda a las políticas públicas, así como fomentar el empleo y el cultivo gramatical y literario de dichos idiomas. Cada lengua es como atalaya para ver y comprender de manera distinta el mundo que nos rodea. Por eso cuando muere una lengua, la humanidad se empobrece.

Los pueblos indígenas como parte esencial que son del ser de México, y raíz de lo más profundo de nuestro realidad nacional, tienen pleno derecho a ser tomados en cuenta por los gobiernos y la sociedad entera. Su plena inclusión, siempre con respeto a sus diferencias culturales, propiciará nuevas formas de actuación en bien del país. Sólo logrando esto, llegará a ser México lo que todos queremos: un país que, si es grande en extensión y rico en recursos naturales, lo es también en su herencia y en su diversidad culturales. Terminaré evocando un breve poema del rey Nezahualcóyotl, del que conmemoramos este año el sexto centenario de su nacimiento. He aquí sus palabras:

Axcan noyol quimati:

niccaqui in cuicatl,

niquitta in xochitl,

¡maca cuetlahuia!

(Ahora lo sabe mi corazón:/ (escucho un canto,/ contemplo una flor/¡ojalá no se marchiten!)

Que este bello poema sea un prenuncio. Encontremos la flor y el canto del diálogo para una nueva relación con los pueblos indígenas; nueva relación con dignidad, justicia y esperanza.

* Palabras pronunciadas en la presentación del Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2001-2006 en la Mesa del Nayar, Nayarit, el pasado 6 de marzo

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