Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 5 de abril de 2002
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Editorial
 
BUSH, OBSTACULO PARA LA PAZ

SOLEn su discurso de ayer sobre la escalada violenta entre israelíes y palestinos, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, evidenció que él, su gobierno y su país no serán factores de paz en Medio Oriente y que, por el contrario, han sido y seguirán siendo elementos de discordia, desencuentro y guerra.

Bush pretendió presentarse como mediador en el conflicto, pero en realidad se ostentó como parte beligerante; el mandatario estadunidense pretendió erigirse en juez del terrorismo y se mostró como cómplice de terroristas; se definió como demócrata y partidario de la paz, pero se exhibió como autócrata y belicista. Para colmo, el inquilino de la Casa Blanca dejó ver la superficialidad y la profunda ignorancia con las que él y su gobierno encaran el añejo y sanguinario diferendo entre el Estado hebreo y los palestinos.

Bush atribuye la actual escalada violenta a los ataques terroristas suicidas --ciertamente condenables-- de militantes palestinos radicales. Pero el presidente del país vecino confunde causas con efectos. Si se hubiese tomado la molestia de consultar a un asesor, y ya no se diga de leer un poco, Bush habría podido enterarse de que esa clase de atentados es directamente alimentada por la prolongada ocupación criminal, ilegal y genocida que el Ejército israelí ha mantenido en los territorios palestinos. Es cierto que, antes de la descomposición del proceso de paz iniciado en Oslo, Tel Aviv había entregado la mayor parte de Cisjordania y Gaza a la Autoridad Nacional Palestina (ANP); pero, si el presidente estadunidense hubiese consultado las resoluciones de la ONU a las que hizo referencia --la 242 y la 338--, sabría que esos territorios incluyen Jerusalén oriental, y que fueron las provocaciones en esa zona realizadas por el actual premier israelí, Ariel Sharon, las que desataron la segunda intifada.

En esa misma lógica, Bush piensa que el acosado titular de la ANP, Yasser Arafat, tiene responsabilidad en los atentados terroristas palestinos. Se expresa, en todo momento, "como un amigo comprometido con Israel" y con ello se descalifica a sí mismo como posible parte mediadora.

El "amigo comprometido" de Israel ha dotado a ese país de medios de muerte y destrucción infinitamente más poderosos, numerosos y sofisticados que el embarque de armas iraníes originalmente destinado a la ANP e interceptado por Israel, que en Tel Aviv y Washington causó tanto revuelo y tantas vestiduras desgarradas. Las bombas y los fusiles estadunidenses en manos israelíes han causado tres veces más muertos entre los palestinos --civiles inocentes, en su mayor parte-- que los terroristas suicidas palestinos entre los israelíes.

Los medios bélicos estadunidenses han sido empleados con frecuencia por el gobierno de Sharon para asesinar a dirigentes palestinos, en lo que constituye una práctica tan terrorista y condenable como las de Hamas, Hezbollah, la Jihad Islámica o Al Qaeda. Bush, el implacable perseguidor de terroristas, es también cómplice activo y entusiasta de otros terroristas.

Para los segundos, Sharon y su gobierno, el mandatario estadunidense tiene palabras suaves y dulces: ante las evidencias de los homicidios de civiles perpetrados por las tropas de Tel Aviv en los territorios violentamente reocupados, Bush, tras reconocer a Israel su "derecho a defenderse del terror", le pide que sea "compasivo" y que "no humille" a los palestinos.

Finalmente, en su alocución de ayer, Bush reiteró el estilo totalitario, perdonavidas e injerencista que caracteriza a Washington desde los atentados del 11 de septiembre: les dijo a los gobiernos árabes, a la ANP y a Israel lo que tienen que hacer. Pero tal vez, en estos momentos amargos, algunos de los aludidos vean la desesperada situación de la autoridad palestina y perciban la trágica inutilidad de aceptar los designios de Estados Unidos.
 

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