Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 29 de julio de 2002
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Política

Gabriela Rodríguez

Juan Diego y la evangelización del placer

No podríamos entender la insistencia por lograr la visita de Karol Wojtyla a México fuera del contexto de retos mundiales de gran actualidad: el triunfo global del neoliberalismo, el resurgimiento de nacionalismos xenofóbicos, el crecimiento de la pobreza y de la desigualdad social, la emergencia de movimientos indígenas globalifóbicos aliados a la izquierda católica, y el crecimiento de grupos no católicos en la región de América Latina. Frente a estos retos, la Iglesia católica, esa institución monoteísta que ha podido acumular algún capital moral e intelectual a lo largo de 2 mil años de historia, en vez de potenciar a sus huestes más preparadas y progresistas, con Juan Pablo II a la cabeza, ha optado por revivir sus glorias pasadas, por arrancar un nuevo proceso de evangelización y así reforzar la más vertical, masculina y centralizada visión del poder.

Cómplice clave de los gobiernos de derecha que hoy controlan la mayoría de naciones de América y Europa, y lejos de renovar estructuras y principios, esta Iglesia sigue apostando contra la democracia y recurriendo a las más ancestrales estrategias de proselitismo religioso: inventar santos y milagritos en pleno siglo XXI; basar la sucesión papal en un cónclave de 120 hombres "célibes" de la tercera edad ayudados por el Espíritu Santo y elegidos por el pontífice (ver El sucesor de Juan Pablo II, de Roberto Blancarte, Grijalbo, 2002), así como mantener la evangelización del placer como eje doctrinario para controlar las conciencias y restringir las libertades ciudadanas.

Tal como muestran los tzeltales y tzotziles actuales en un estudio realizado por Maritza Gómez Muñoz en los Altos de Chiapas, desde la Colonia se instauró entre los indígenas mexicanos una simbología ideológica de lo prohibido, se impusieron configuraciones semánticas pecaminosas sobre el sexo, el poder y la suciedad por encima de la noción de un cuerpo cósmico creado a imagen y semejanza de la planta de maíz, que se hace fuerte, da frutos y, pasado el tiempo, se dobla siguiendo los ciclos de la vida, un canal por medio del cual circula energía de la tierra al cosmos y del cosmos a la tierra. Mujeres madres nutrientes, pacientes, humildes, laboriosas, hombres trabajadores y sanos, primera raíz y cepa del parentesco, sustento de su familia y de su pueblo. Una concepción compartida del placer sexual que, según los relatos orales de los informantes, "al poseer a una mujer, el hombre entraba a la vida y la gracia del flujo vital femenino y atrapaba la fertilidad de su cuerpo". Con las enseñanzas de la Biblia se rompió la memoria antigua del placer, se atribuyó al cuerpo de la mujer el lugar del fruto prohibido, imagen de una aparición malsana que, como Eva en el paraíso, sólo se activa para hacer daño, según explica ese mito fundacional de origen que comparten católicos, protestantes y aun los nuevos chamulas musulmanes. Vergüenza y culpa son dos sentimientos que debe asociar toda mujer al vivir actos sexuales, pecados perseguidos y arrancados en actos de confesión que sólo se eximen de la culpa al engendrar hijos.

Pero "el costumbre" del sexo prohibido empieza a perder sentido ante la influencia de la modernidad, particularmente en la memoria de las y los jóvenes tzotziles y tzeltales que salen a estudiar la secundaria. La investigadora observa un proceso de apertura y necesidad de cambio para vivir su cuerpo con mayor dominio de sí, una secularización del sexo que coexiste con la intensa práctica de rituales religiosos. Estas transformaciones resultan tan amenazantes a la jerarquía eclesial que, hoy, se reconstruyen símbolos religiosos al vapor y se canonizan santos en fast track, en lo que pareciera una "recivilización de indios incautos" que nos remite a la era colonial. Una nueva imagen de la Virgen de Guadalupe contra los abortos, defensora de la vida, es un óleo reciente de Jorge Sánchez que muestra a una virgen embarazada con lágrimas en los ojos abrazando a tres niños abortados: uno negro, uno blanco y uno amarillo (La Jornada, 22/07/02). El cardenal Norberto Rivera se dio tiempo para avalar a la virgen antiabortos en su apretada agenda, colmada de preparativos para el gran acto de canonización del indio Juan Diego, éste sí costosísimo rito simbólico que cuenta con todo el apoyo de la burocracia de la Santa Sede, del gobierno federal de México y del propio Gobierno del Distrito Federal. Con la presencia del Papa y el gran negocio de los medios electrónicos de comunicación se concreta una nueva invasión ideológica a las más íntimas emociones de nuestros indios, a los líderes que protagonizan uno de los más importantes movimientos mundiales del antineoliberalismo y que hoy siguen levantados en armas para exigir el derecho a una vida digna.

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