Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 1 de agosto de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Retrato de la joven monstruo

La novela gótica se inicia con El castillo de Otranto, publicada en 1764 y escrita por el extravagante Horace Walpole, quien transformó su mansión en un castillo medieval un tanto hechizo, con la intención de revivir las historias de caballerías mezclando lo cotidiano con lo sobrenatural. Walpole reivindicó el término gótico, que en su época era despectivo y dio lugar a una corriente de la ''literatura de entretenimiento" fuertemente emparentada con el romanticismo que no siempre dio buenos frutos. Treinta años después de él, Matthew G. Lewis escribió El monje, bien conocida entre nosotros por la adaptación teatral que hizo Juan Tovar y por la ópera que dirigió Jesusa Rodríguez.

Con el tiempo, el término gótico dejó de referirse a la Edad Media y pasó de manera mucho más amplia a la literatura de horror. Es en este sentido en el que Eduardo Ruiz Saviñón, quien siempre ha sentido inclinación por el género, propone su Teatro Gótico, que ahora escenifica el segundo texto dramático del poeta Vicente Quirarte (el primero fue El fantasma del hotel Alsace, también dirigida por Ruiz Saviñón), Retrato de la joven monstruo o Mary Shelley & Cia, en la que ubica a la autora de Frankenstein a los dos días de la muerte de su padre y ante la tumba de éste, ya casi cuarentona y muy lejos de esa jovencísima Mary Wollstonecraft Godwin que escribió la famosa novela, la única de las suyas que sobrevivió al paso del tiempo.

El programa de mano advierte que se trata de una adaptación de Teatro Gótico al texto original. Como en su obra anterior, Quirarte da a la protagonista largos parlamentos, casi monólogos, que se alternan con los diálogos que sostiene con los fantasmas de su pasado encarnados en la patética criatura, fruto de su imaginación (excepto la presencia, constante para Mary durante todo el tiempo, del amado Shelley, que se representa por ese corazón salvado de las llamas por sus amigos cuando fue incinerado) y con John William Polidori -''el pobre Polidori", escribiría la novelista en un prólogo a Frankenstein en el que narra el origen de su obra-, no muerto por suicidio, sino convertido por un recurso científico suyo, en ese ser inmortal que no pudo ser por su propia obra.

Mary dialoga con la Criatura que se le aparece primero como tal y al poco tiempo habla como Mary Wollstonecraft, la madre muerta al nacer ella, a la que hubiera querido poder recurrir en sus muchas desventuras, como la muerte de su amado y tres de sus hijos. Luego la Criatura se convierte en John Godwin, el padre anarquista autor de varios libros en los que impugnaba al Estado, la religión y el matrimonio, y que la crió en un extraño ambiente de libertad y miserias. Godwin, a pesar de sus ideas liberales, nunca perdonó que el poeta -a quien siempre llamó traidor-, entonces un hombre con matrimonio desgraciado, hubiera huido con su jovencísima hija, aunque parece que siempre le pidió dinero, y es a su muerte cuando Mary intenta unir esos dos yos en los que está escindida: las enseñanzas paternas y el amor romántico. Entonces aparece triunfante Polidori, el despreciado por Shelley y Byron, que ha encontrado la inmortalidad material; tras recordar ese momento en la nevisca suiza en la que por entretenerse en algo los cuatro deciden escribir historias de terror, siendo la muchacha la única en lograr la suya, Polidori le confía el secreto de su falsa muerte y del descubrimiento que a su entender lo hace superior a quienes lo despreciaron tanto. Es la culminación del texto, la posibilidad de nuevos y aterradores sucesos a los que la humanidad ha de enfrentarse, la lucha entre la ciencia y la ética, dilema que acompaña nuestros tiempos y del que el propio doctor Frankenstein es ejemplo.

El texto, de bello lenguaje, requiere que el espectador esté al tanto de estos datos y su comprensión se dificulta porque padre y madre de Mary no estén representados por sendos actores. En un cementerio diseñado por Flavia Hevia, el director mueve a sus intérpretes. Elena de Haro, muy bien como Mary; Gastón Tuset, como la Criatura, con sus cambios de voz, y Adalberto Parra, discreto como Polidori.

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