BUSH Y BLAIR, CONTRA EL MUNDO
El
pasado fin de semana el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y
el primer ministro británico, Tony Blair, reunidos en Washington,
expresaron su determinación de actuar militarmente contra Irak en
forma unilateral y al margen del derecho y de la institucionalidad internacional.
Más aun, dejaron claro que el jueves próximo la Organización
de Naciones Unidas se verá sometida a una suerte de ultimátum
por parte de los dos gobernantes: si el Consejo de Seguridad no se resigna
a apadrinar la agresión bélica contra el país árabe,
Washington y Londres actuarán por su cuenta para deponer al régimen
de Saddam Hussein. Un día antes, el político laborista llevó
su servilismo hasta el grado de comprometerse a derramar "sangre británica"
en Irak, a pesar de la oposición que la proyectada aventura bélica
suscita incluso en las filas de su propio partido.
Bush y Blair aseguraron que disponen de "pruebas suficientes"
acerca de los presuntos intentos iraquíes de fabricar armas nucleares;
hace ya semanas que uno y otro han ofrecido mostrar tales evidencias, pero
hasta ahora las únicas son las afirmaciones de los propios declarantes.
En contraste, el ex inspector Scott Ritter, quien durante siete años
encabezó un equipo de la ONU a cargo de desmantelar el arsenal iraquí
después de la Guerra del Golfo, dijo que las pruebas mencionadas
por Bush y Blair no existen, y advirtió que la incursión
militar que obsesiona al mandatario estadunidense sería un "error
histórico".
Por fortuna, Ritter -quien sin duda sabe de lo que habla-
no es el único que pone en cuestión las coartadas gubernamentales
estadunidenses e inglesas para poner bajo su control el territorio iraquí.
En el primer círculo de la Casa Blanca y en la clase política
estadunidense también se han alzado voces que señalan la
improcedencia de una invasión del país árabe, algunas
de ellas de círculos republicanos: Henry Kissinger, Brent Scrowcroft
-ex asesor de Seguridad Nacional de George Bush padre- y el senador Chuck
Hagel. En el escenario internacional, Francia, China y Rusia -los otros
tres integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU, además de Gran
Bretaña y Estados Unidos- han manifestado abiertamente su oposición
a acciones militares unilaterales contra Irak. Ayer mismo, en lo que significó
una réplica a los mensajes de Bush y Blair, el ministro ruso del
Exterior, Igor Ivanov, advirtió a Washington que su empecinamiento
en derrocar a Saddam causarían "un daño irreversible a la
coalición antiterrorista" internacional conformada tras los atentados
del 11 de septiembre, advirtió que los presuntos intentos de Bagdad
por hacerse de armas de destrucción masiva deben ser tratados de
manera política y señaló que es a la ONU a la que
corresponde enfrentar el problema. Similares advertencias han externado
los gobiernos de Alemania, Bélgica y España, amén
de que la perspectiva de una incursión militar occidental resulta
alarmante e inaceptable para el conjunto de los países árabes,
incluidas las siempre proestadunidenses monarquías petroleras de
la Península Arábiga.
En tales circunstancias, un ataque bélico estadunidense-británico
contra Irak no sólo resultaría un acto ilegal, inmoral y
bárbaro, sino acaso también un suicidio político para
sus solitarios promotores.