Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 4 de octubre de 2002
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Política

Horacio Labastida

Morelos y la grandeza insurgente

las celebraciones por el 237 aniversario del nacimiento del caudillo José María Morelos en el antiguo Valladolid, ahora Morelia, plantean en la conciencia mexicana de hoy la urgencia de meditar sobre las figuras heroicas de quienes buscaron con talento indudable dar forma política al pueblo que lucha aún por romper la opresión del coloniaje.

En la época insurgente el absolutismo hispano de Fernando e Isabel y de los reyes Austrias y Borbones no sólo representó el poder político inapelable, sino también la formalización pública de un sistema ampliado a partir del siglo XVI, de explotación sin límites de la riqueza humana y material de la Nueva España, sin importar el catolicismo proclamado por las autoridades peninsulares ni el conjunto de disposiciones que pronto recogeríanse en la Recopilación de Leyes de Indias, obra editada hacia 1681 que resume esfuerzos de Diego Encinas, Antonio León Pinelo, Juan de Solórzano Pereira y Fernando Jiménez Paniagua, código cínicamente incumplido cuando afectaba a las elites y rigurosamente cumplido al beneficiarlas.

En buena parte las Leyes de Indias son simulaciones de la verdad y mentiras disfrazadas, según lo anotó Ricardo Levene, el especialista argentino en derecho indiano, en la inteligencia de que en nada mejoró a la población el ímpetu reformador de Carlos III (1759-1788) y su virrey Antonio María de Bucareli (1771-1779). La servidumbre cruel que sufrían los campesinos, su expoliación en las minas, el trabajo inhumano en los obrajes y las clases medias macilentas de empleados virreinales y empresariales nunca recibieron progreso alguno de las citadas Leyes de Indias porque la realidad existente, nos recuerda Levene, invalidó las regulaciones escritas y subvirtió la legalidad establecida. Es decir, en la Nueva España se dieron enormes masas continuamente humilladas, engañadas y estafadas a lo largo de 300 años, y esta situación condenable e inadmisible estalló contra el mando peninsular al amanecer del 16 de septiembre de 1810, al multiplicarse la rebelión convocada por el insigne cura Hidalgo. Los doblegados desataron seculares iras contra quienes hollaban sus despensas y dignidad, y esta actitud explica las grandes movilizaciones que rodearon a Hidalgo hasta el puente Calderón, donde cayeron ante las armas españolas de Calleja, el 17 de enero de 1811. El caudillo de Corralejo fue preso, juzgado por tribunales inquisitoriales y civiles, torturado, abatido, decapitado y colgada su cabeza en la Alhóndiga de Granaditas. Pero la revolución insurgente ya había izado sus primeras enseñanzas liberadoras.

Durante el gobierno de Hidalgo en Guadalajara se publicaría El Despertador Americano para propagar las ideas innovadoras y se decretó la libertad de los esclavos y la abolición de tributos a los indios (20 de noviembre de 1810). Adviértanse aquí las semillas de equidad cultivadas por los rebeldes como esencia de su rebeldía. Al transformarse el Grito de Dolores en abolición de la servidumbre, la revuelta de septiembre emergió como liberadora de la emergente nación mexicana, punto éste analizado en profundidad por Francisco López Cámara (Génesis de la conciencia liberal en México, 1954) y Luis Villoro (El proceso ideológico de la revolución de Independencia, 1953). En breve tiempo las semillas florecieron.

José María Morelos dio los pasos hacia la definición espiritual de nuestra insurgencia. Ante el Congreso de Chilpancingo (1813) hizo leer el iluminado documento fundamental de la existencia independiente de México. En los Sentimientos de la Nación, escuchados por los diputados en voz de Juan Nepomuceno Rosains, se diseñan paradigmas históricos de nuestra concepción política. Al lado de la república ciudadana, expresión de la libertad común e individual, Morelos redactó, punto 12, el sentimiento de justicia social al pedir que los constituyentes promulgaran condiciones que "moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto". Cierto, la libertad del hombre y de los pueblos está sustanciada con la savia de la justicia social; sin ésta no hay república popular ni libertad personal, principio acreditado sobradamente por la historia universal. Y hay algo más. La insurgencia morelense no hizo de la libertad y la justicia categorías ubicadas en una utopía o ciudad de ninguna parte. Por el contrario, libertad y justicia fueron formuladas ante una asamblea constituyente, a fin de instituir al Estado de la nación en una organización política comprometida con los derechos del hombre en el marco de una convivencia ajena a la explotación de los unos por los otros.

No hay duda de que en los años de la insurgencia se levantó la bandera liberadora que desde entonces nos guía contra el avasallamiento económico y cultural que nos persigue hasta el presente. Los hemos purgado en el pasado y los purgaremos en el futuro. Y ahora una esperanza ineludible: ojalá que los distinguidos historiadores Luis González y González, Jean Meyer y Josefina Zoraida Vázquez reflexionen y cambien sus juicios sobre la Independencia, aparecidos recientemente en Nexos (número 297).

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